Los días que no volverán, vuelven (por un instante)
Los días que no volverán, vuelven (por un instante)
Una radiocasetera japonesa reproduce
algo en el pasado. Una canción que oye
alguien que murió hace mucho. Son
días y horas contraídas, como un armadillo,
en una nota musical que alguien muerto
recibe tiempo atrás cuando ya estaba muerto
e incluso atrás y atrás, cuando vivía.
Alguien oye la música, enciende el grabador,
toma el casete, recuerda un sentimiento,
está pensando en otra cosa. Una canción,
en un campo de agua, herido en lluvia,
de profunda caída, de invisibilidades,
en los cielos que se mueven atrás de lo perdido,
en esa pérdida, en esa canción que el muerto escucha
en todo lo sentido, en todo lo abierto en toda sangre
vuelve a la flor radial que un niño recogió
una mañana, como revelación, piedad,
nostalgia y elegía. En un cuarto vacío,
alguien de ayer baila y canta su tema favorito,
“Paint it black” de Los Stones,
o
“Me and The devil” de Robert Johnson
o
“Vámos pal monte” de Palmieri
en un ayer que se repite ahora en el futuro lejos,
donde la muerte es lo mismo que la vida.
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