NUESTRA POETA EN UNA ESTRECHA TARDE
a Miyó Vestrini
Un incensario de pensamientos ensalmaba
la penitencia de su boca.
Si hubiese pasado volando una golondrina
la punta de un ala tocaba su cara, la punta de un ala tocaba la mía.
Solo éramos buenos amigos
no estábamos a punto de besarnos como en las películas.
Le dije “esa es la boca francesa de
Marie-José Fauvelle Ripert,
pero lanza frases criollas- flechas con curare- platos que se rompen
contra una pared invisible. Esos son los labios iluminados de pitahaya que adornan en el aire la palabra coño”
Creo que miraba su boca y a veces podía saber
lo que estaba por decir en aquella penumbra
Sus lentes nunca dejaron de ser disonantes
como de una señora extranjera que no llega de visita
Le importaba la poesía de BlancaVarela, Alejandra Pizarnik y Lenore Kandel
Y a ellas les hubiese gustado con holgura lo que escribía Miyó Vestrini, la verdadera.
Hasta qué día voy a extrañarte
Hasta qué fecha voy a quererte
Hasta cuánto desangre tengo qué esconderte
Para que no surjas deshojada en mis teclas, Marie-José
Estábamos encerrados en la tarde que era un cubo enorme con arañas y sombras
sus ojos atiborrados de vida gastada se veían igual a unas uvas abandonadas en un plato que solo ella podía romper
En ese momento le pregunté por qué lucía tan apagado el cigarrillo de su mano incesante
“nunca te enamores de la burla” murmuró
era tan retruécano el susurro que no lo comprendí,
Aunque tampoco he comprendido los argumentos de Zenón contra el movimiento
y un poco menos a la madre de Hamlet
Pero luego supe que no enamorarse de la burla formaba parte de su poesía
y de su inigualable sentido de cuchillo profundo
para soportar cualquiera sea el dolor
Pegaba su drástico silencio a un rincón
pensando que podía hacerme cómoda la estancia
apenas cabíamos en esa tarde tan estrecha de la última vez que nos vimos,
la última vez que yo quería seguir aprendiendo con ella.
Veía sus pestañas escampando
su boca estaba necesitando deshacerse en humo: yo también sabía eso
lo necesitaba en vez de todos los cariños que no estaban a su altura.
Era mi amiga, iconoclasta amiga
y todos nosotros creíamos en ella
cuando nos despedimos fui un torpe consejero
“No deberías trancarte en esa maraña pensativa”
Ella se rio como si estuviera preñada de truenos
unos árboles indecisos se batieron en retirada con el mensaje huracanado
venía una tormenta, la verdadera.
Aquella carcajada desapareció con una belleza brusca y justa, como todo lo que escribía su desencajada procesión
su modo de no estar
Y antes de que pudiera decir algo imperfecto, me saludó con la mano besada de nicotina
lista para escaparse agitando su invencible bandera
con la niña solitaria incrustada en el tórax, respondió “ciao”
tan dulcemente “ciao” como solo ella podía,
y un abismo se tragó las caras y algunas otras que no estaban
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