Veintiún poemas de amor, III
Porque no somos jóvenes, las semanas tendrán que compensar los años que no estuvimos juntas. Y sin embargo, sólo esta extraña torsión del tiempo me muestra que no somos jóvenes. ¿Alguna vez caminé por las calles de la mañana a los veinte, mis extremidades radiantes de una alegría más pura? ¿Me asomé por cualquier ventana de la ciudad atenta al futuro como estoy atenta ahora con los nervios sintonizados a tu sonido? Y vos, vos venís hacia mí con el mismo tempo. Tus ojos son interminables, el chispazo verde del pasto de ojos celestes de principios de verano. A los veinte, sí: creíamos que viviríamos para siempre. A los cuarenta y cinco, quiero conocer incluso nuestros límites. Te toco sabiendo que no nacimos mañana, y que, de alguna manera, una va a ayudar a la otra a vivir, y que en alguna parte, una tiene que ayudar a la otra a morir.
Traducción de Ezequiel Zaidenwerg
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