¿SERÁ LA AUTOBIOGRAFÍA
pregunta en boca
de un personaje de sus novelas, yo la convertí en mi abismo.
Según he descubierto,
lo vivido noche y día que la escritura pretende rescatar, la
gramática que ordena
que una misma se ordene en su tic-tac, que entre en su reflejo
y vaya más allá
—donde no hay signos conocidos, y cada gesto resabido,
cada tropo,
ya no presta más servicio— deja en suspenso el egoísmo,
desconcierta el vicio del yo, permite atisbar lo que no es
yo, que ya no aterra. El egoísmo como equivocación,
como instrumento del ensayo y el error —más del error que
del ensayo, porque lo hecho hecho está—, es el
motor, de mí y de la poesía. Mi egoísmo se llama Iris,
en honor a su descubridora, que lo sacó a la luz, detallado y
entero,
en cada verso que yo escribía, y desde entonces me acompaña
en cada ensayo
de arrepentimiento, a toda hora. A toda hora ensayo, y a
toda hora Iris, fortalecida
en mi obstinación, me ocupa como una palidez. Así es, al
punto que ya no puedo distinguir el arrepentimiento
del egoísmo del que querría arrepentirme, y no sé cual
de los dos
me mantiene viva, y me cuesta decidirme. Ay, Iris, ¿y si
vamos juntas
a zambullirnos en Leteo, sin arrepentirnos de nada al día
siguiente? ¿No sería laxante para el deseo, y excelente
para el sincretismo en mi poesía? ¿Y si nos enamoramos
de nuevo, si resucitamos algún viejo amor que a lo
mejor ni estuvo vivo porque fue puro egoísmo?
¿No mejoraría mi poesía, su intensidad? ¿No mejoraría? No,
en verdad, sería lo mismo aunque peor. Se llenaría de
adjetivos, de la furia de los sonidos. Se haría
enrarecida y mentirosa, y yo lamentaría tener que llegar a los
setenta en ese estado pueril, llena de error y de terror a
perder, febril, mi amor y mi escritura, que casi siempre
fueron para mí, egoísta como soy, la sola y misma cosa.
(Fuente: Meta Poesía)
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