Fin de una época maravillosa
Así como la poesía exige palabras,
yo -sordo y pelado, taciturno mensajero de una potencia de segunda
categoría- sin querer esforzar mi cerebro,
me pongo el abrigo
y bajo al kiosco por un periódico.
El viento moviliza las hojas.
En estos tristes lugares
el opaco calor de viejas ampolletas
produce -con la ayuda de algunos charcos-
efectos de abundancia.
Hasta los ladrones cuando roban una mandarina
se encuentran con una envoltura luminosa.[1]
En realidad, ya se me olvido hasta el sentimiento con que me contemplo a mí mismo.
En estos tristes parajes todo está planificado para el invierno:
sueños, paredes de cárceles, abrigos, vestidos de novia, bebidas y
minuteros del reloj.
Los
gorriones y el barro parecen oxidados, costumbres puritanas. Ropa
interior. Y en las manos de los violinistas guateros de madera.
Este lugar es inmóvil.
Al imaginar la producción quinquenal de
hierro y plomo, uno queda con la mente abobada,
y añora el antiguo poder cosaco de bayonetas y látigos.
Las águilas imperiales, sin embargo, son atraídas como un imán por el fierro.
Hasta las sillas trenzadas están hechas con pernos y tuercas.
Solo los peces en el mar conocen el precio de la libertad,
pero su silencio nos obliga a construir nuevas categorías
y el espacio se despliega como una lista de precios.
El tiempo está construido por la muerte.
Cuando requiere cuerpos y objetos busca verduras frescas.
El gallo imita al carillón;
para quien tiene un carácter sublime
resulta lamentablemente difícil
vivir en una época de proezas.
Al levantarle el vestido a una mujer bonita encuentras lo que buscas y no un prodigio.
Y no ocurre así por seguir los pasos de Lobachevsky[2],
sucede porque el mundo abierto tiene que angostarse en alguna parte,
y es aquí
dónde yace el fin de la perspectiva.
Tal vez el mapa de Europa fue robado por los agentes del poder,
quizás los otros continentes están demasiado lejos
o tal vez una hada bondadosa me esta hechizando,
y no puedo arrancarme de aquí.
Para no llamar a la sirviente me sirvo vino, acaricio el gato.
A lo mejor sería preferible una bala en la sien,
así como se apunta con el dedo al error.
Tal vez huir de acá a través del mar, como un nuevo Cristo.
Borracho y atontado por el frío, no es extraño confundir un tren con un barco,
no hay motivo para sonrojarse o para sentir vergüenza:
el tren - como una canoa en el agua- no deja huellas en los rieles.
¿Qué dicen los periódicos en la sección de tribunales?
Fue
ejecutada la sentencia, al imaginar eso el ciudadano percibe -a través
de lentes con marcos de estaño- a un hombre acostado cara abajo al lado
de un muro de ladrillo.
Pero no está dormido, ya que los sueños tienen derecho a despreciar las cúpulas baleadas.
Perspicacia de esta época
que con sus raíces entrelaza los tiempos,
incapaces -en su ceguera común- de distinguir
entre los caídos de la cuna y las cunas caídas.
Ese prodigio de ojos claros
no quiere ver más allá de la muerte,
que pena, hay muchos naipes
pero no hay con quien interpelarlos
para ver el futuro.
El punto de vista de estos tiempos,
es la perspicacia hacia los objetos de una vía sin salida;
todavía no ha llegado el momento
de derramar la inteligencia,
solo un escupo en la pared.
Y no despertar al príncipe, sino al dinosaurio.
Para el último párrafo ¡Ay! no arrancaría la pluma a un pájaro.
A la cabeza inocente
no le queda mas que esperar el hacha y el laurel.
N. de los T.
[1] En Rusia las mandarinas son escasas y caras, se venden por unidad envueltas en celofán.
[2] Ni. Lobachevsky (1792-1856) matemático ruso que construyo una geometría no euclidiana.
Versión de Tatiana Zentsova y Bernardo Subercaseaux
Cyber Humanitatis
(Fuente: La comparecencia infinita)
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