El arte negro
Una mujer que escribe siente demasiado:
tantos trances y augurios.
Como si no bastara con los ciclos y los hijos
y las islas; como si no alcanzaran
nunca las plañideras, los rumores, las verduras.
Cree que puede advertirles a los astros.
Una escritora es, en esencia, una espía.
Amor mío, esa chica soy yo.
Un hombre que escribe sabe demasiado:
tantos encantamientos y fetiches.
Como si no bastaran los congresos
y productos; como si no alcanzaran
nunca la maquinaria, los galeones y la guerra.
Fabrica un árbol con muebles usados.
Un escritor es, en esencia, un delincuente.
Amor mío, ese hombre sos vos.
Sin nunca amarnos a nosotras mismas,
por más que detestemos nuestros zapatos y nuestros sombreros
nos amamos las unas a las otras, divina, divina.
Tenemos las manos celestes y suaves.
Tenemos los ojos llenos de confesiones tremendas.
Pero cuando nos casamos,
los hijos se van asqueados.
Demasiada comida y ya no queda nadie
para comerse esa abundancia extraña.
Traducción de Ezequiel Zaidenwerg
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