jueves, 20 de octubre de 2022

W. H. Auden (Reino Unido, 1907 - Austria, 1973)

 

 

La caída de Roma

 

(para Cyril Connolly)


Los muelles son constantemente sacudidos
por las olas; la lluvia en mitad de un descampado
castiga con su azote a un tren abandonado;
en los montes, las cuevas se llenan de bandidos.

Los vestidos de gala alargan su esplendor.
El fisco manda a sus agentes e inspectores
a perseguir a los morosos y evasores
por las cloacas de las ciudades del interior.

Los cónclaves privados y otros rituales varios
despachan a dormir a las putas del templo.
Todos los literatos, para dar el ejemplo,
se rodean de un par de amigos imaginarios.

Aunque Catón, sesudo, pronuncie sus sermones
en encomio de las Disciplinas de Otrora,
los marines con su musculatura abrumadora
se amotinan quejándose del sueldo y las raciones.

Las sábanas del César conservan su calor
mientras un funcionario de escalafón muy bajo
garabatea: NO ME GUSTA MI TRABAJO,
sobre un formulario oficial de color.

Por igual despojados de fortuna y piedad,
empollando sus huevos moteados en el nido,
pajaritos de patas color rojo encendido,
observan cómo cunde la gripe en la ciudad.

Lejos, en otra parte, un vasto contingente
de renos se desplaza en nutridas manadas,
por grandes extensiones musgosas y doradas

 

Trad. Ezequiel Zaidenwerg


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