Poética y revolución industrial
Materia de disputa la poesía, delicadísima cuestión
para asumir la cual sería necesario un diagnóstico
de los criterios del público lector, ya sean estos
débiles o robustos en su enajenación o conciencia,
un análisis de los modos según los cuales hábitos
y lenguaje reaccionan entre sí y un buen estudio
de los diversos vaivenes entre literatura y sociedad.
De hecho se dice que estos poemas fueron escritos
para iluminar la percepción de quienes pierden,
de a miles congregados en ingentes ciudades,
la sutileza del propio pensar en la uniformidad
de sus ocupaciones e incapaces son ya de reacción
ante lo que no sean estímulos groseros o violentos.
Por eso es curioso que la métrica, considerada
por el poeta como el elemento similar y constante
que organiza todo un nuevo modo de componer,
actúe tal como el regulador que por ese tiempo
Watt introdujo en la máquina a vapor para darle
velocidad de funcionamiento estable y promover
todas las automatizaciones que habrían de venir,
máquinas capaces de efectuar tareas ayer realizadas
por hombres y de controlarlas sin su intervención;
por otro lado, Wordsworth presentó a su lector
ideas asociadas en estado de excitación en nombre
de un mecanismo preciso que recupera la emoción
en estado de tranquilidad hasta que la tranquilidad
desaparece y la emoción se renueva. Y yo digo: eso
es energía del vapor de agua que se expande expande
y vuelve a enfriar para explotar y producir, más.
Meditación sobre las estadísticas de embarque
Lo que cae antes de la descarga en la terminal
cuando se destraba la boquilla para que caiga
la pastilla interdicta de la purga del gorgojo
más lo que cae entre los listones mal ajustados
de la madera de la caja cuando salta el camión
a causa de una mala maniobra del conductor
o de los pliegues irregulares hechos por el sol
y el pasar regular de las ruedas sobre el asfalto
es nada si se tiene en cuenta que la carga final
en los buques destinados a Brasil, China o Irán
es más de dos millones quinientas mil toneladas,
pero los chanchos y gallinas del lugar no cavilan
igual, tampoco quienes pernoctan en las casillas
con bloques y chapas levantadas junto a la ruta:
luz alta para los anteojos de Moisés S. Rodríguez
que barre de lado a lado banquina y alquitrán
y con la pala junta tosca, tierra, trigo y embolsa.
Eso no es un elástico doble de cama apoyado
sobre un tronco; es la zaranda con que distingue
lo útil de lo que también es útil pero menos.
Qué piensa mientras con hilo grueso y la aguja
pasando a milímetros de su ojo clava y cose
otra bolsa de cuarenta kilos ya llena, la levanta
y apoya en el montón de la puerta de entrada
bajo el cartel en tiza VENDO TRIGO, desconozco.
(de Poesía civil, Vox, 2001)
(Fuente: Vallejo & Company)
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