Amor
Cae la oscuridad en este pueblo del medio oeste
donde vivimos una vez cuando los mitos chocaron.
El crepúsculo ha ocultado el puente
sobre el río que corre y se ahonda
para convertirse en el agua
que el héroe cruzó en su camino al infierno.
No lejos de aquí está nuestro viejo departamento.
Teníamos una cocina y una mesa rústica.
Teníamos una buena vista. Y allí descubrimos
que el amor tenía la pluma y el músculo de las alas
y que había venido a vivir con nosotros,
un hermano de fuego y aire.
Tuvimos dos niños, uno de los cuales
fue rozado por la muerte en este pueblo,
y perdonado: y cuando el héroe
fue recibido por sus camaradas en el infierno,
sus bocas se abrieron y sus voces se quebraron y
no hay modo de saber qué habrían preguntado
sobre una vida que habían compartido y perdido.
Soy tu esposa.
Eso fue hace años.
Nuestro hijo se curó. Todavía nos amamos.
Desde nuestras distancias cotidianas y ordinarias
nos hablamos con franqueza. Nos oímos uno al otro claramente.
Y sin embargo quiero volver a ti
en el puente del río Iowa cuando tenías
nieve en los hombros de tu abrigo
y pasaba un coche con los faros encendidos:
Te veo como al héroe en un libro
–la imagen radiante y los bordes dorados–
y ansío gritar la épica pregunta,
mi querido compañero:
¿Volveremos a vivir tan intensamente alguna vez?
¿Volverá nosotros el amor una vez más y será
tan magnífico en reposo para ofrecernos de nuevo la ascensión
con sólo mirarlo?
Pero las palabras son sombras y no puedes oírme.
Te alejas y no te puedo seguir.
(Fuente: Gerardo Gambolini)
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