lunes, 3 de octubre de 2022

Malú Urriola (Santiago de Chile, 1967)

 

de "dame tu sucio amor"










 
 
 
 
Este cuarto está frío, de tanto que he helado mis huesos, comienzo a creer que el sol brillará en otras partes, menos en este apartamento, fumo, uno, dos o más paquetes de cigarros, el placer de un dolor mayor que no llega, para alivianar la dura carga de la mediocridad, del universo inmemore. Imposible cortar mis palabras, una muralla cae dentro de este cuarto, despedazando, el único espacio solitario, el ruido del vulgar clamor, las revelaciones de la locura, una noche sin la deliciosa mudez, sin el afiebrado transpirar, de recurrir arrobada al tecleo de la máquina.
Mi querido Erasmo, dónde estará brillando la cegante luz, cuándo mi boca mantendrá alojada la saliva del retardo. La ausente línea represiva, el olvido, la angustiante llamada del final próximo.
Lo mismo que estuviera en Madrid o en cualquier otro sitio, pero no, no me he movido de la ausencia, los ojos huecos y fríos no han sido llenados de paisajes, más que las absurdas proyecciones de la imagen.

Los vecinos acallan el poco placer de la tragedia.

 

 

EL CEMENTO


Me perdí en Buenos Aires, ebria, me hallaron en un Bunker, bailando en medio de travestís, un hombre pensó que yo era un muchacho, salimos a la calle a tomar unas cervezas, me habló de su amado por horas, me dijo que lo golpeaba, que cuando quiso matarlo él besó su trasero, luego habló de unas luces que ve al cruzar la calle de San Telmo, un viejo barco que lo llevó una noche a un extraño lugar.
Deslizó su mano hasta tocar la mía

 


nos parecíamos a una breve imagen del abandono.

 

 


EL ALCOHOL


Me he perdido en un largo delirio, hay alguien junto a mi cuerpo, en un motel descanso después que me partieron el vientre, temo irme en el sueño, tanto como temo desvalijarme, envolverme en bruma ante un nauseabundo amor, clamo por los desarraigados cuando bebo y tu rostro flota al ras del líquido en el vaso y otros cuerpos acompañan desnudos esta terca soledad, estoy lejos de la tribu, no me toca la corrupción del bienestar ni los alcohólicos de clase, espero por un lugar donde el alumbrado no se apague al alba, donde el grito de los ausentes no acabe salido el sol.




Quiero verte, acariciarte como si acariciara una fína navaja.
Camino por San Martín a estas horas, para proyectarme en los ojos secos de otras rameras, estoy tan harta, sueño en la desolación.

 


En la soledad de la casa fría, las colillas de cigarro aparecen desde el piso como ampollas, siento la fragilidad del cuerpo, la mirada cortopunzante; me abracé a mi propia sombra, me alejé de otros cuerpos, de sus dulces voces diciendo no te vayas esta noche.
Camino sorda, respiro y mato con el aire. En el sitio del corazón me late un metal, atrofiado, maldito.

 

 



 

 

 

Inflamada a un costado, lloro mi dolor después de esta pleuresía, he sido devastada por la soledad, ya ni siquiera he visto su sombra, siguió viaje en el ferrocarril sin voltear a ver mi rostro abatido, había que abrirse un hueco en el pecho para vaciarle esta agonía, roídos el corazón y la boca, has golpeado mi cuerpo hasta clarear, insomne me he dejado derrotar por todos los que mi memoria guarda.

 

 

Me has dado de beber, has llagado mi cuerpo que ondea como una bandera derribada y sin embargo siento un miedo, una furia terrible a la ausencia, que ha plagado esta noche.

 

 

He vivido del sobresalto de perder esa imagen, ese traslado del rostro que recuerdo, sostuve mi amor en el error de amar un fragmento de esa imagen, hace más de seis meses que no sé nada tuyo, me matará la espera o el olvido, he sucumbido ante la abstracción de otras palabras, me he perdido esperando desplegar este atrofiado cuerpo junto a la atrofiada imagen de ese cuerpo tuyo, con una insostenible terquedad, aún así yazgo en el espanto.

 



Sentenciada a la muerte lo mismo que a la oscuridad, arrastro para otros mi mal destino, el sueño, la aflicción del fraude. Hermana de Erebo, ando vagando durante la noche.

 



Bajo esta piel albergo un inmundo sentimiento.

 

 

Dame tu sucio amor que se quema sin llamas, mi corazón ha afollado, derramado en su vicio, alojado en su tumor, labré mi dolor en la peor herrería, el barro cubre mis pies, me he revolcado en un amor bastardo, con la holgadura de una delincuente cercené, arrojé la dura carga de amar en la soledad, en medio de la caída y el desfallecimiento, dame ese amor sucio, lastima mi alma, cúbreme.

 



Guardo las marcas de tus mordeduras, asílome a la piel como mi mordaza en silencio.




Nos habíamos amado tanto, frotó sus partes íntimas en pedazos de mi cuerpo, dislocó mi cuello, me dejó llevar por el dolor, callándose en mi boca jadeó sin un asomo de duda, curtiendo, pegándose como una lacra, los quejidos volcados en palabras comunes, la saliva amarga cayéndole a un lado del rostro, bastaba el recurrente certero y condensado de un punto en la realidad, el espacio donde el amor podría cojear dentro nuestro, pero siempre, le dije, ha quedado el agrio sabor de ser aplanada por la mediocridad. Encendí un cigarro, escuchaba atenta los sonidos desgarrados de su euforia, hablar toda la noche con los mismos códigos de la crema literaria.


He arrojado el desprecio a mi cara, no temas, soy una vieja cansada, ya no suelo caminar por el centro de Santiago, cuando el aseo municipal lava las calles, cuando pareciera que la ciudad ha sido demolida por una horrible tormenta; ya no cuido la cerveza abierta de la policía.


En el último bar de la avenida, he comprado un paquete de cigarrillos, con un olor a fritanguería que revuelve el estómago, paso lo que resta de la noche, cuando ya las prostitutas al clarear, apoyan la cabeza sobre las mesas revestidas de manteles plásticos. Al fílo de la madrugada, los locos, los delincuentes, los vagos, se echan a andar, cuando da lo mismo terminar con un puñal puesto en los bordes de lo que has amado, he llevado esta tortuosa sed tanto tiempo, como una extraña melodía.


Esta madrugada quiero irme a dormir con la fealdad.

 

 

Latas de Coke rojas, esparcidas por la alfombra que cubre el apartamento, el frasco de fármacos vaciándose desde la mesita de luz, una mano entreabierta, asomada desde una de las habitaciones. Ella Fitzgerald a todo pulmón en el cuarto continuo, la pausa, la salida de emergencia, la venganza ante el mundanal y estúpido ruido.


Lejos el corazón le aulla a la luna, se ha arrojado al lago fulgiente a besar su reflejo.


Fue incluida como una estructura poética, alojada en el reflejo acuoso de la noche, manteniéndose sobre el agua, amándose en las sombras.


Huir del trato social, desempañar la soledad.


Han henchido su corazón de malas palabras, ha buscado refugio en ti. El futuro llegará en su antigua promesa, quitará las cadenas, para quien esté encadenado, hará su representación del amor, como en un escenario se representa la contracultura.


Las flores comienzan a deshojarse, no hay otro lugar para adolecer de algún vicio, del vacío o de la muerte.


Las marcas del blindaje, que recubrían mi cuerpo han sido abiertas por un artefacto.


Arrancársele o partírsele a uno el corazón.

 

 

 

Besé sus labios como una, ramera besaría sus labios, acerqué mi mano a su rostro, como una ramera lo haría, clavé mis ojos en los suyos pero desvió la mirada, apretó fuerte el volante como si algo escapara de la escena, desvirtuó las señas para no confundirse en el abismo, estuvo al borde; la arenilla cayó desde la pendiente, las pequeñas piedras rodaron, el silencio escampado de la noche, acá desde el límite, en la ruptura, la caricia huidiza sobre las medias, como se acarician las piernas de una ramera, el pecho sudoroso, los ojos revueltos con la sangre, el signo espectral del abandono, entonces abrí la puerta del automóvil y me eché a andar, crucé la avenida en medio del tráfico.

 

 


Todas estas mujeres salen cubiertas de pieles de la Opera, yo escucho a Jessie Norman semidesnuda, bebiendo un poco, leyendo a James Baldwin, y escribiendo estas cosas que todavía no se que son, ni para lo que pueden servir, salvo para otros que están como yo aburridos, sin hacer más que leer o arrojarse en una butaca a ver un buen film, no intento conmover a nadie, la jubilosa masa de gente recorre el centro, y sus ropas cambian de color bajo los innumerables letreros, yo descanso de ellos en este apartamento, sin ninguna compañía. Desde la ventana los veo caminar enmudecidos por el tráfico y la música de los clubes nocturnos, un par de muchachos cantan un viejo bolero a la entrada, una fina lluvia comienza a caer. Este es mi futuro, mi tremenda soledad.

 

 


En sus adaptadas caras, los años pasan sin perdón, es mi fastidio lo que los mantiene vivos, si no los viera felices, cuando el tiempo se invierte, pensaría que la vida ha sucumbido, por suerte ha pasado la hora, mientras la lluvia cae más gruesa, la calle ha quedado sola, cojo del frasco un par de pastillas y me echo a dormir.

 

 


Hállame aquí, que he perdido el paso de la vida, extraviada rindo culto a mi sutura, un margen de piel me separa de la muerte.
Hállame aquí, vagada, llenándome con la oscuridad de la noche, hija del vacío, bastarda, odiada por padre y madre, rodando como una piedra que ha juntado su moho.

 


No cierres los ojos para olvidarme
no me dejes tendida en medio del tráfico
no sé aguantar de ningún modo.

 


Hállame aquí, en este hotelucho de cuarta categoría, leyendo páginas sueltas de lo que encuentro, dando batalla con algo de dinero, sin una gota de Whisky en medio de la apestante realidad, A ESTA NOCHE NO LE QUEDA QUE VER, es cierto huyo de los sentimientos tribales, EN ESTE LUGAR NO HAY LUCES PARA NADIE.
El secreto estará guardado aún por mucho tiempo, retírame las marcas del cuerpo, hállame aquí sostenida por horribles sueños, con un paquete de cigarrillos que asilo en mis pulmones. El dolor se pierde de vista gradualmente, afuera para todos la ciudad brilla de progreso.

 


"Mienten Julia de Burgos, mienten Julia de Burgos"


Estaba sólo el espacio cuadrado del cuarto, el edificio derruido en el cité.


Quiero ver algo más, amo y odio irreversiblemente, enloquezco, cierro los ojos para resguardarme en el silencio, la herida se abre, en busca de un instante, quien sabe.


La sangre derramada, odio la escritura, y la escritura me odia.


Quiero ver algo más que palabras.


Estoy muriendo de aburrimiento.

 


Estaba fatigada como si mi memoria se hubiese afiebrado, y de tanto delirar propiamente la nostalgia, fisurara los rostros de la locura. Reconocí el arte de amputarme, por seguir el vestigio, la ceguera y la ambivalencia de mi derrota, entre la percepción y el suelo, morder, maldecir, esta orfandad, esta furia irrevocable despegándose de mis labios, los cueros del dolor alojándose en el pecho, el placer de acabar dislocada, los aullidos eternos de la ausencia, de la textura innasible, edulcorante de las palabras. Entonces, cuando clavé la mirada en tus ojos, no me lo creíste, cuando te dije sollozando he dormido pésimo, no me lo creíste, rechazaste todo elemento hostil, la pérdida de vista, mi propia escena y abriste los brazos al horizonte de la época.
Es evidente, algo ha muerto, las gotas de una fina sangre que lamo en el piso, acabé por injertarme en mí.
Despierta al borde mismo, atenta al vértigo, hurgando el suelo, más que el sobresalto del gas, o el incipiente grito en la noche, y la difracción del deseo. Entonces ya no me gustó la boca amarga, bajo el rojo rouge, porque en un film porno no hay arte. El olor del alcohol quemándome, dejé mi boca para injuriarme.

 


Allí cerca brillaba un puñal.

 

 


La desnudez ha derramado nuevas heridas a mi cuerpo, nuevas cicatrices, nuevas llagas, mi cuerpo se extiende en un maldito amatorio, he dejado muchas camas, muchos cuartos de hotel, para disentir la soledad de la penumbra, camino descalza, distendida en el silencio, atormentada.


Siento el frío sudoroso, la boca agria, la aguja de la noche rompiendo la carne para dejar su tatuaje. Las palabras tienen el sentido de todas las palabras golpeando desde dentro.


Al despertar a media noche, empiezo a pasear otra vez, despojada vuelvo la vista a la calle.

 


El dolor es sordo.

 


Desesperadamente trato de espantar el silencio, pero vive su carroña dentro mío, descascara el sitio del herrumbre, trato de padecer esta respiración frecuente y fatigosa, soy hendida por sus pliegues, por la configuración de su terreno, por el mecánico sonido de esta máquina en que no acabo de
escribirme, hay un terrible espacio en este cuarto, donde las palabras me devuelven en toda su dimensión la fiebre de mi propio abandono, trato de abrazarme, pero me he dejado a la palidez de la noche, como si me hubiera enrostrado al pecho de un muerto. Estoy tirada sobre la cama, no hay nadie más que el silencio abriéndose sobre mí; pensé deslindarme de la calle, pero siento a cada paso, cada vez que mis pies recorren el piso frío, los límites de cada baldosa perfectamente cuadrada, los agujeros cubiertos de polvo, las cenizas de los cigarillos arrojados.

 


Parezco sitiada por su imagen, como si toda yo hubiese sido arrancada, para que su imagen multiplique en mí los sabores de una larga tempestad.

 


Ya en la oscuridad, cuando puedo arquearme de bruces padezco el menoscabo, el deterioro.

 


Pareciera que este huérfano silencio pudiera imprimirse pero aquí sólo hay una imagen, una proyección, un objeto, algo que deslinda de mí, aterradoramente ajeno.

 

 

Me he escrito múltiples veces, he derramado sobre mi cuerpo el tinte violáceo, semejante a los golpes sobre la piel. No he vuelto a saber de ti, no he vuelto a saber de nada que no sea el desgarro, nada que no se parezca a la fractura, a la noche extendiéndose a lo largo del cuarto, cubriéndome todos los golpes, guardando en mí, de una manera implacable, la peste silenciosa de la minusvalía, las llamas se elevan desde mi cuerpo ardiendo, he quebrado mis huesos, he flagelado mi cabeza ebria de angustia, las nauseas inundan mi estómago.


No hay unos brazos para asirse, me abraza la escritura, he resistido la fatiga, dura de corazón, he soportado las condiciones tormentosas, he soltado, desprendido, arrojado tu recuerdo, como se arrojan las pestes.

 

 


Me levanto aún extrañando la pequeña muerte del sueño

 

 


Es el infinito espanto, despierto, no siento nada más que el gin seco en los labios, avanzaba sonámbula por el cuarto, como si estuviese muriendo de un cáncer, caminaba descalza y los pies se ennegrecían en el piso sucio, arrastrándome en una vorágine de atropellos. No podría esperar nada en este apartamento deprimente. Cogí un libro, comencé a leerlo desde la mitad, para que la noche pareciera normal y no me encontrara con la ansiedad de las últimas notas; recordaba perfectamente las páginas anteriores, que apenas resistían las manchas de café y ceniza. Acostumbraba retrasarme, retrasarlo todo, era un mecanismo de sobrevivencia.
No alcanzaba a dimensionar el estado total de la angustia, todo parecía prominentemente mortuorio, esa extraña manera de parecer otra en las sombras derruía en parte los límites del apartamento, la forma en que me estaba construyendo en el dolor.
No había registrado una seña, no quedaban nombres, sólo recordaba el dolor, ésa era mi consistencia, estaba hecha de dolor, no recuerdo cuanto amé a nadie, recogía de los encuentros el menor atisbo, intercambiaba dolor, era parte de mis huesos, siempre al borde del llanto, al borde de la contención, siempre estoy triste, es como si yo misma fuese la tristeza.

 

 


Acerco su mano a mis labios, beso su palma; ansiosa de estrecharla contra mi pecho, desabrocho el corpiño, tiemblo, desesperada, respiro en los brazos de esta pasión violenta, que parece ponerme en peligro de morir. Viva y ardiente agitación, me despojo de mis ropas, como quien se despoja de sus huesos.


Luego, estando solas en la habitación, nos acercamos, yo y la escritura, besándonos en las heridas, acariciando con los labios, la propia sangre.


Esta pasión está creciendo como si fuese un virus, escucho los quejidos del cáncer, me fui destruyendo en otros, para que la escritura no me destruyera, como si esos pechos fueran una daga donde pudiera abrazarme.


Entonces la sangre se fue enfermando, creó a sus propios victimarios.


Ya no tuve fuerzas para moverme.

 


Ya no puedo más, todo cae dentro mío, no sé mirar más que a la ventana, como si mirara mis propios ojos idos, perdidos en un laberinto de dudas y permaneciera sumida en una niebla espesa, estoy mal, cada día peor, no sé si algo pudiera sacarme de este estado permanente, de dolor sordo y mudo, quisiera romperme en llanto, sin embargo ni una lágrima cae de mis ojos, ni un grito sale de mi garganta, tal vez permanezco en un estado de shock, estática y fría ante mi propio dolor, que gime en mis huesos cada vez que suelo moverme.

 

 


Ya no recuerdo el rostro, apenas vagos saludos al ausente, apenas unos ojos que interrogaban mi presencia, unos gestos de afecto, unos brazos acariciando mi espalda, unos jeans, una camisa de seda roja, el movimiento de los pliegues que el aire acondicionado ponía en la camisa, la voz en el teléfono, llamándome por mi nombre, como si me hubiese devuelto mi propia esencia. El recuerdo es tan frágil, tan quebradizo que temo haberlo delirado, y despertar ahora con una soledad indescriptible, en la fiebre que desvaría, accesos de fiebre, que mi cuerpo en su invalidez prepara, para mantenerme viva, ahora que lees una breve fracción, del espejismo que la falta de agua me ha proporcionado, podrás saber qué pensaba este rostro duro, mientras acariciaba sobre la tela, tus piernas y me arrodillaba para contemplarte hablar.

 



Algunos meses, algunas semanas pasaron, algunos días, algún tiempo, no lo sé, aún escribo incorregiblemente, ya no puedo parar, mi corazón entorpece todavía más las palabras que mi recuerdo no alcanza a retener, todo sucede tan rápido, sólo retengo pequeños, incesantes contenidos, siempre termino negándome a las palabras, harta, sin que el sonido se registre más que en los torpes trazos que mi mano escribe mudamente, los labios apenas mueven sus músculos, este aparato animal, en el que conservo dientes y colmillos sanguinarios, apenas vestigios, de mi entera bestialidad, devora palabras, gestos, el amargor de la saliva, el humo de los interminables cigarrillos. Es parte de mi condena, llevar este cuerpo debilitado por los años, cansada, es el territorio que el agotamiento conquista, no siento sino un hueco en el corazón, una trizadura, marcando en mí una línea frágil, cortante, que puede producir el seco sonido del quiebre, la certeza de que la trizadura al más leve tope, fragmentará en cientos de pedazos el trozo de carne, que el ritmo de sus golpes cesará con apenas un gesto, una tensión en los labios. Recuerdo, o ya ni recuerdo, pensar, palabras cubiertas por mentiras, o el vino, o los efectos del vino, apenas recuerdo, qué hay aquí dentro de la cabeza, que por más que la muevo, los recuerdos no se arman, recuerdos, apenas fragmentos de la mirada, es eso, lo que me separa de la imagen completa, la de afuera aburre, mediocre, habría que poseer aptitudes de mártir, para escucharla todo el día, la de adentro marea, marea de tenerse contenida, hordas de palabras rebotando dentro, la someten, eso, sometida, sometida a caminar, la calle que tome, tiene los mismos y horribles paisajes, por eso salgo, prefiero la noche, entonces son sólo luces, un escenario más, sentirme vieja, no tener ganas de seguir, contar lo que llevo, y parar un taxi para volverme, derrotada siempre por tantas palabras, que me repito constantemente, las palabras me confieren esta derrota, enfrentada a lo que siento por mí, a ésta, la que ve detrás de mis ojos, como si estuviera esperando salir por algún hueco, eso, consumida, parecida al triste fuego en el cordón de la vela, que se ha ido consumiendo por el centro, pareada, rodeada de una pared que duele si la toco con el filo de algo que me vacíe, ya no recuerdo otro estado, desde niña, recuerdo, caminaba pensando por los rieles del tren, no tengo certeza de lo que podría haber pensado, sólo recuerdo el ejercicio, pensar, pensar, hay un afuera tan grande, calles largas que se cruzan con otras calles, y sin embargo, adentro, sitiada, sólo conozco algunos vagos lugares, algunos rostros, algo que me mueve, que me empuja por las calles cuando camino, pero adentro estoy quieta, inmóvil, nada hay afuera que me sorprenda, y sin embargo, cuando me veo en tus ojos, pareces contenerme, yo parezco vaciarme en ellos, ellos parecen el lugar gris donde puedo desembarcar algunos de mis trastos de abandono, cuando acaricias por debajo del pelo mi nuca, y siento esas manos acercarse, me igualo en la conjunción de las pieles, paredes, eso, es como si acercaras la boca a mi pared, no es mi boca lo que buscas, es a mí, es a ésta, que yace encerrada tanto tiempo, eso recuerdo, la mirada, la iluminación gris de la mirada, en que presagio mi triste fraude, no esperes nada de mí, no te confundas, apenas recuerdo, pero es esa alusión al recuerdo, mi esperanza de vida, muevo mi cuerpo y digo: ahí está el recuerdo, puedo sentir su extraña forma, ficcionar los contornos, especular, imaginar el cuerpo del recuerdo, adecuar sus rasgos, tener la seguridad que frente al recuerdo estoy sola, nadie más podrá visualizar algunos momentos de angustia, algunas escenas de dolor, algunas tardes de abandono.


El abandono es mi tatuaje.

 

 

Empiezo a morir, como de costumbre, cercena mi cuerpo, un trozo mío gritará desde su charco, todo lo que callo está siendo dicho, los artefactos de mis recuerdos retienen de ti la última imagen, necesito, busco, necesito verte, toco el infierno entre haces de luz destellantes, para ser asida por alguno de tus brazos, no he podido expulsar el parásito que me carcome en lugar tuyo, la complicidad de pertenencia, me he desencadenado al oscuro sentimiento.

 

 


Reniega de mí                                      soy la deuda de mi escritura


***
 
En  Dame tu sucio amor. Santiago de Chile: Surada, 1994.
Proyecto Patrimonio
 
(Fuente: La comparecencia infinita)

 

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