de "dame tu sucio amor"
Este
cuarto está frío, de tanto que he helado mis huesos, comienzo a creer
que el sol brillará en otras partes, menos en este apartamento, fumo,
uno, dos o más paquetes de cigarros, el placer de un dolor mayor que no
llega, para alivianar la dura carga de la mediocridad, del universo
inmemore. Imposible cortar mis palabras, una muralla cae dentro de este
cuarto, despedazando, el único espacio solitario, el ruido del vulgar
clamor, las revelaciones de la locura, una noche sin la deliciosa mudez,
sin el afiebrado transpirar, de recurrir arrobada al tecleo de la
máquina.
Mi querido Erasmo, dónde estará brillando la
cegante luz, cuándo mi boca mantendrá alojada la saliva del retardo. La
ausente línea represiva, el olvido, la angustiante llamada del final
próximo.
Lo mismo que estuviera en Madrid o en cualquier otro
sitio, pero no, no me he movido de la ausencia, los ojos huecos y fríos
no han sido llenados de paisajes, más que las absurdas proyecciones de
la imagen.
Los vecinos acallan el poco placer de la tragedia.
EL CEMENTO
Me
perdí en Buenos Aires, ebria, me hallaron en un Bunker, bailando en
medio de travestís, un hombre pensó que yo era un muchacho, salimos a la
calle a tomar unas cervezas, me habló de su amado por horas, me dijo
que lo golpeaba, que cuando quiso matarlo él besó su trasero, luego
habló de unas luces que ve al cruzar la calle de San Telmo, un viejo
barco que lo llevó una noche a un extraño lugar.
Deslizó su mano hasta tocar la mía
nos parecíamos a una breve imagen del abandono.
EL ALCOHOL
Me
he perdido en un largo delirio, hay alguien junto a mi cuerpo, en un
motel descanso después que me partieron el vientre, temo irme en el
sueño, tanto como temo desvalijarme, envolverme en bruma ante un
nauseabundo amor, clamo por los desarraigados cuando bebo y tu rostro
flota al ras del líquido en el vaso y otros cuerpos acompañan desnudos
esta terca soledad, estoy lejos de la tribu, no me toca la corrupción
del bienestar ni los alcohólicos de clase, espero por un lugar donde el
alumbrado no se apague al alba, donde el grito de los ausentes no acabe
salido el sol.
Quiero verte, acariciarte como si acariciara una fína navaja.
Camino
por San Martín a estas horas, para proyectarme en los ojos secos de
otras rameras, estoy tan harta, sueño en la desolación.
En
la soledad de la casa fría, las colillas de cigarro aparecen desde el
piso como ampollas, siento la fragilidad del cuerpo, la mirada
cortopunzante; me abracé a mi propia sombra, me alejé de otros cuerpos,
de sus dulces voces diciendo no te vayas esta noche.
Camino sorda, respiro y mato con el aire. En el sitio del corazón me late un metal, atrofiado, maldito.
Inflamada
a un costado, lloro mi dolor después de esta pleuresía, he sido
devastada por la soledad, ya ni siquiera he visto su sombra, siguió
viaje en el ferrocarril sin voltear a ver mi rostro abatido, había que
abrirse un hueco en el pecho para vaciarle esta agonía, roídos el
corazón y la boca, has golpeado mi cuerpo hasta clarear, insomne me he
dejado derrotar por todos los que mi memoria guarda.
Me
has dado de beber, has llagado mi cuerpo que ondea como una bandera
derribada y sin embargo siento un miedo, una furia terrible a la
ausencia, que ha plagado esta noche.
He
vivido del sobresalto de perder esa imagen, ese traslado del rostro que
recuerdo, sostuve mi amor en el error de amar un fragmento de esa
imagen, hace más de seis meses que no sé nada tuyo, me matará la espera o
el olvido, he sucumbido ante la abstracción de otras palabras, me he
perdido esperando desplegar este atrofiado cuerpo junto a la atrofiada
imagen de ese cuerpo tuyo, con una insostenible terquedad, aún así yazgo
en el espanto.
Sentenciada
a la muerte lo mismo que a la oscuridad, arrastro para otros mi mal
destino, el sueño, la aflicción del fraude. Hermana de Erebo, ando
vagando durante la noche.
Bajo esta piel albergo un inmundo sentimiento.
Dame
tu sucio amor que se quema sin llamas, mi corazón ha afollado,
derramado en su vicio, alojado en su tumor, labré mi dolor en la peor
herrería, el barro cubre mis pies, me he revolcado en un amor bastardo,
con la holgadura de una delincuente cercené, arrojé la dura carga de
amar en la soledad, en medio de la caída y el desfallecimiento, dame ese
amor sucio, lastima mi alma, cúbreme.
Guardo las marcas de tus mordeduras, asílome a la piel como mi mordaza en silencio.
Nos
habíamos amado tanto, frotó sus partes íntimas en pedazos de mi cuerpo,
dislocó mi cuello, me dejó llevar por el dolor, callándose en mi boca
jadeó sin un asomo de duda, curtiendo, pegándose como una lacra, los
quejidos volcados en palabras comunes, la saliva amarga cayéndole a un
lado del rostro, bastaba el recurrente certero y condensado de un punto
en la realidad, el espacio donde el amor podría cojear dentro nuestro,
pero siempre, le dije, ha quedado el agrio sabor de ser aplanada por la
mediocridad. Encendí un cigarro, escuchaba atenta los sonidos
desgarrados de su euforia, hablar toda la noche con los mismos códigos
de la crema literaria.
He
arrojado el desprecio a mi cara, no temas, soy una vieja cansada, ya no
suelo caminar por el centro de Santiago, cuando el aseo municipal lava
las calles, cuando pareciera que la ciudad ha sido demolida por una
horrible tormenta; ya no cuido la cerveza abierta de la policía.
En
el último bar de la avenida, he comprado un paquete de cigarrillos, con
un olor a fritanguería que revuelve el estómago, paso lo que resta de
la noche, cuando ya las prostitutas al clarear, apoyan la cabeza sobre
las mesas revestidas de manteles plásticos. Al fílo de la madrugada, los
locos, los delincuentes, los vagos, se echan a andar, cuando da lo
mismo terminar con un puñal puesto en los bordes de lo que has amado, he
llevado esta tortuosa sed tanto tiempo, como una extraña melodía.
Esta madrugada quiero irme a dormir con la fealdad.
Latas
de Coke rojas, esparcidas por la alfombra que cubre el apartamento, el
frasco de fármacos vaciándose desde la mesita de luz, una mano
entreabierta, asomada desde una de las habitaciones. Ella Fitzgerald a
todo pulmón en el cuarto continuo, la pausa, la salida de emergencia, la
venganza ante el mundanal y estúpido ruido.
Lejos el corazón le aulla a la luna, se ha arrojado al lago fulgiente a besar su reflejo.
Fue
incluida como una estructura poética, alojada en el reflejo acuoso de
la noche, manteniéndose sobre el agua, amándose en las sombras.
Huir del trato social, desempañar la soledad.
Han
henchido su corazón de malas palabras, ha buscado refugio en ti. El
futuro llegará en su antigua promesa, quitará las cadenas, para quien
esté encadenado, hará su representación del amor, como en un escenario
se representa la contracultura.
Las flores comienzan a deshojarse, no hay otro lugar para adolecer de algún vicio, del vacío o de la muerte.
Las marcas del blindaje, que recubrían mi cuerpo han sido abiertas por un artefacto.
Arrancársele o partírsele a uno el corazón.
Besé
sus labios como una, ramera besaría sus labios, acerqué mi mano a su
rostro, como una ramera lo haría, clavé mis ojos en los suyos pero
desvió la mirada, apretó fuerte el volante como si algo escapara de la
escena, desvirtuó las señas para no confundirse en el abismo, estuvo al
borde; la arenilla cayó desde la pendiente, las pequeñas piedras
rodaron, el silencio escampado de la noche, acá desde el límite, en la
ruptura, la caricia huidiza sobre las medias, como se acarician las
piernas de una ramera, el pecho sudoroso, los ojos revueltos con la
sangre, el signo espectral del abandono, entonces abrí la puerta del
automóvil y me eché a andar, crucé la avenida en medio del tráfico.
Todas
estas mujeres salen cubiertas de pieles de la Opera, yo escucho a
Jessie Norman semidesnuda, bebiendo un poco, leyendo a James Baldwin, y
escribiendo estas cosas que todavía no se que son, ni para lo que pueden
servir, salvo para otros que están como yo aburridos, sin hacer más que
leer o arrojarse en una butaca a ver un buen film, no intento conmover a
nadie, la jubilosa masa de gente recorre el centro, y sus ropas cambian
de color bajo los innumerables letreros, yo descanso de ellos en este
apartamento, sin ninguna compañía. Desde la ventana los veo caminar
enmudecidos por el tráfico y la música de los clubes nocturnos, un par
de muchachos cantan un viejo bolero a la entrada, una fina lluvia
comienza a caer. Este es mi futuro, mi tremenda soledad.
En
sus adaptadas caras, los años pasan sin perdón, es mi fastidio lo que
los mantiene vivos, si no los viera felices, cuando el tiempo se
invierte, pensaría que la vida ha sucumbido, por suerte ha pasado la
hora, mientras la lluvia cae más gruesa, la calle ha quedado sola, cojo
del frasco un par de pastillas y me echo a dormir.
Hállame aquí, que he perdido el paso de la vida, extraviada rindo culto a mi sutura, un margen de piel me separa de la muerte.
Hállame
aquí, vagada, llenándome con la oscuridad de la noche, hija del vacío,
bastarda, odiada por padre y madre, rodando como una piedra que ha
juntado su moho.
No cierres los ojos para olvidarme
no me dejes tendida en medio del tráfico
no sé aguantar de ningún modo.
Hállame
aquí, en este hotelucho de cuarta categoría, leyendo páginas sueltas de
lo que encuentro, dando batalla con algo de dinero, sin una gota de
Whisky en medio de la apestante realidad, A ESTA NOCHE NO LE QUEDA QUE
VER, es cierto huyo de los sentimientos tribales, EN ESTE LUGAR NO HAY
LUCES PARA NADIE.
El secreto estará guardado aún por mucho
tiempo, retírame las marcas del cuerpo, hállame aquí sostenida por
horribles sueños, con un paquete de cigarrillos que asilo en mis
pulmones. El dolor se pierde de vista gradualmente, afuera para todos la
ciudad brilla de progreso.
"Mienten Julia de Burgos, mienten Julia de Burgos"
Estaba sólo el espacio cuadrado del cuarto, el edificio derruido en el cité.
Quiero
ver algo más, amo y odio irreversiblemente, enloquezco, cierro los ojos
para resguardarme en el silencio, la herida se abre, en busca de un
instante, quien sabe.
La sangre derramada, odio la escritura, y la escritura me odia.
Quiero ver algo más que palabras.
Estoy muriendo de aburrimiento.
Estaba
fatigada como si mi memoria se hubiese afiebrado, y de tanto delirar
propiamente la nostalgia, fisurara los rostros de la locura. Reconocí el
arte de amputarme, por seguir el vestigio, la ceguera y la ambivalencia
de mi derrota, entre la percepción y el suelo, morder, maldecir, esta
orfandad, esta furia irrevocable despegándose de mis labios, los cueros
del dolor alojándose en el pecho, el placer de acabar dislocada, los
aullidos eternos de la ausencia, de la textura innasible, edulcorante de
las palabras. Entonces, cuando clavé la mirada en tus ojos, no me lo
creíste, cuando te dije sollozando he dormido pésimo, no me lo creíste,
rechazaste todo elemento hostil, la pérdida de vista, mi propia escena y
abriste los brazos al horizonte de la época.
Es evidente, algo ha muerto, las gotas de una fina sangre que lamo en el piso, acabé por injertarme en mí.
Despierta
al borde mismo, atenta al vértigo, hurgando el suelo, más que el
sobresalto del gas, o el incipiente grito en la noche, y la difracción
del deseo. Entonces ya no me gustó la boca amarga, bajo el rojo rouge,
porque en un film porno no hay arte. El olor del alcohol quemándome,
dejé mi boca para injuriarme.
Allí cerca brillaba un puñal.
La
desnudez ha derramado nuevas heridas a mi cuerpo, nuevas cicatrices,
nuevas llagas, mi cuerpo se extiende en un maldito amatorio, he dejado
muchas camas, muchos cuartos de hotel, para disentir la soledad de la
penumbra, camino descalza, distendida en el silencio, atormentada.
Siento
el frío sudoroso, la boca agria, la aguja de la noche rompiendo la
carne para dejar su tatuaje. Las palabras tienen el sentido de todas las
palabras golpeando desde dentro.
Al despertar a media noche, empiezo a pasear otra vez, despojada vuelvo la vista a la calle.
El dolor es sordo.
Desesperadamente
trato de espantar el silencio, pero vive su carroña dentro mío,
descascara el sitio del herrumbre, trato de padecer esta respiración
frecuente y fatigosa, soy hendida por sus pliegues, por la configuración
de su terreno, por el mecánico sonido de esta máquina en que no acabo
de
escribirme, hay un terrible espacio en este cuarto, donde
las palabras me devuelven en toda su dimensión la fiebre de mi propio
abandono, trato de abrazarme, pero me he dejado a la palidez de la
noche, como si me hubiera enrostrado al pecho de un muerto. Estoy tirada
sobre la cama, no hay nadie más que el silencio abriéndose sobre mí;
pensé deslindarme de la calle, pero siento a cada paso, cada vez que mis
pies recorren el piso frío, los límites de cada baldosa perfectamente
cuadrada, los agujeros cubiertos de polvo, las cenizas de los cigarillos
arrojados.
Parezco
sitiada por su imagen, como si toda yo hubiese sido arrancada, para que
su imagen multiplique en mí los sabores de una larga tempestad.
Ya en la oscuridad, cuando puedo arquearme de bruces padezco el menoscabo, el deterioro.
Pareciera
que este huérfano silencio pudiera imprimirse pero aquí sólo hay una
imagen, una proyección, un objeto, algo que deslinda de mí,
aterradoramente ajeno.
Me
he escrito múltiples veces, he derramado sobre mi cuerpo el tinte
violáceo, semejante a los golpes sobre la piel. No he vuelto a saber de
ti, no he vuelto a saber de nada que no sea el desgarro, nada que no se
parezca a la fractura, a la noche extendiéndose a lo largo del cuarto,
cubriéndome todos los golpes, guardando en mí, de una manera implacable,
la peste silenciosa de la minusvalía, las llamas se elevan desde mi
cuerpo ardiendo, he quebrado mis huesos, he flagelado mi cabeza ebria de
angustia, las nauseas inundan mi estómago.
No
hay unos brazos para asirse, me abraza la escritura, he resistido la
fatiga, dura de corazón, he soportado las condiciones tormentosas, he
soltado, desprendido, arrojado tu recuerdo, como se arrojan las pestes.
Me levanto aún extrañando la pequeña muerte del sueño
Es
el infinito espanto, despierto, no siento nada más que el gin seco en
los labios, avanzaba sonámbula por el cuarto, como si estuviese muriendo
de un cáncer, caminaba descalza y los pies se ennegrecían en el piso
sucio, arrastrándome en una vorágine de atropellos. No podría esperar
nada en este apartamento deprimente. Cogí un libro, comencé a leerlo
desde la mitad, para que la noche pareciera normal y no me encontrara
con la ansiedad de las últimas notas; recordaba perfectamente las
páginas anteriores, que apenas resistían las manchas de café y ceniza.
Acostumbraba retrasarme, retrasarlo todo, era un mecanismo de
sobrevivencia.
No alcanzaba a dimensionar el estado total de
la angustia, todo parecía prominentemente mortuorio, esa extraña manera
de parecer otra en las sombras derruía en parte los límites del
apartamento, la forma en que me estaba construyendo en el dolor.
No
había registrado una seña, no quedaban nombres, sólo recordaba el
dolor, ésa era mi consistencia, estaba hecha de dolor, no recuerdo
cuanto amé a nadie, recogía de los encuentros el menor atisbo,
intercambiaba dolor, era parte de mis huesos, siempre al borde del
llanto, al borde de la contención, siempre estoy triste, es como si yo
misma fuese la tristeza.
Acerco
su mano a mis labios, beso su palma; ansiosa de estrecharla contra mi
pecho, desabrocho el corpiño, tiemblo, desesperada, respiro en los
brazos de esta pasión violenta, que parece ponerme en peligro de morir.
Viva y ardiente agitación, me despojo de mis ropas, como quien se
despoja de sus huesos.
Luego,
estando solas en la habitación, nos acercamos, yo y la escritura,
besándonos en las heridas, acariciando con los labios, la propia sangre.
Esta
pasión está creciendo como si fuese un virus, escucho los quejidos del
cáncer, me fui destruyendo en otros, para que la escritura no me
destruyera, como si esos pechos fueran una daga donde pudiera abrazarme.
Entonces la sangre se fue enfermando, creó a sus propios victimarios.
Ya no tuve fuerzas para moverme.
Ya
no puedo más, todo cae dentro mío, no sé mirar más que a la ventana,
como si mirara mis propios ojos idos, perdidos en un laberinto de dudas y
permaneciera sumida en una niebla espesa, estoy mal, cada día peor, no
sé si algo pudiera sacarme de este estado permanente, de dolor sordo y
mudo, quisiera romperme en llanto, sin embargo ni una lágrima cae de mis
ojos, ni un grito sale de mi garganta, tal vez permanezco en un estado
de shock, estática y fría ante mi propio dolor, que gime en mis huesos
cada vez que suelo moverme.
Ya
no recuerdo el rostro, apenas vagos saludos al ausente, apenas unos
ojos que interrogaban mi presencia, unos gestos de afecto, unos brazos
acariciando mi espalda, unos jeans, una camisa de seda roja, el
movimiento de los pliegues que el aire acondicionado ponía en la camisa,
la voz en el teléfono, llamándome por mi nombre, como si me hubiese
devuelto mi propia esencia. El recuerdo es tan frágil, tan quebradizo
que temo haberlo delirado, y despertar ahora con una soledad
indescriptible, en la fiebre que desvaría, accesos de fiebre, que mi
cuerpo en su invalidez prepara, para mantenerme viva, ahora que lees una
breve fracción, del espejismo que la falta de agua me ha proporcionado,
podrás saber qué pensaba este rostro duro, mientras acariciaba sobre la
tela, tus piernas y me arrodillaba para contemplarte hablar.
Algunos
meses, algunas semanas pasaron, algunos días, algún tiempo, no lo sé,
aún escribo incorregiblemente, ya no puedo parar, mi corazón entorpece
todavía más las palabras que mi recuerdo no alcanza a retener, todo
sucede tan rápido, sólo retengo pequeños, incesantes contenidos, siempre
termino negándome a las palabras, harta, sin que el sonido se registre
más que en los torpes trazos que mi mano escribe mudamente, los labios
apenas mueven sus músculos, este aparato animal, en el que conservo
dientes y colmillos sanguinarios, apenas vestigios, de mi entera
bestialidad, devora palabras, gestos, el amargor de la saliva, el humo
de los interminables cigarrillos. Es parte de mi condena, llevar este
cuerpo debilitado por los años, cansada, es el territorio que el
agotamiento conquista, no siento sino un hueco en el corazón, una
trizadura, marcando en mí una línea frágil, cortante, que puede producir
el seco sonido del quiebre, la certeza de que la trizadura al más leve
tope, fragmentará en cientos de pedazos el trozo de carne, que el ritmo
de sus golpes cesará con apenas un gesto, una tensión en los labios.
Recuerdo, o ya ni recuerdo, pensar, palabras cubiertas por mentiras, o
el vino, o los efectos del vino, apenas recuerdo, qué hay aquí dentro de
la cabeza, que por más que la muevo, los recuerdos no se arman,
recuerdos, apenas fragmentos de la mirada, es eso, lo que me separa de
la imagen completa, la de afuera aburre, mediocre, habría que poseer
aptitudes de mártir, para escucharla todo el día, la de adentro marea,
marea de tenerse contenida, hordas de palabras rebotando dentro, la
someten, eso, sometida, sometida a caminar, la calle que tome, tiene los
mismos y horribles paisajes, por eso salgo, prefiero la noche, entonces
son sólo luces, un escenario más, sentirme vieja, no tener ganas de
seguir, contar lo que llevo, y parar un taxi para volverme, derrotada
siempre por tantas palabras, que me repito constantemente, las palabras
me confieren esta derrota, enfrentada a lo que siento por mí, a ésta, la
que ve detrás de mis ojos, como si estuviera esperando salir por algún
hueco, eso, consumida, parecida al triste fuego en el cordón de la vela,
que se ha ido consumiendo por el centro, pareada, rodeada de una pared
que duele si la toco con el filo de algo que me vacíe, ya no recuerdo
otro estado, desde niña, recuerdo, caminaba pensando por los rieles del
tren, no tengo certeza de lo que podría haber pensado, sólo recuerdo el
ejercicio, pensar, pensar, hay un afuera tan grande, calles largas que
se cruzan con otras calles, y sin embargo, adentro, sitiada, sólo
conozco algunos vagos lugares, algunos rostros, algo que me mueve, que
me empuja por las calles cuando camino, pero adentro estoy quieta,
inmóvil, nada hay afuera que me sorprenda, y sin embargo, cuando me veo
en tus ojos, pareces contenerme, yo parezco vaciarme en ellos, ellos
parecen el lugar gris donde puedo desembarcar algunos de mis trastos de
abandono, cuando acaricias por debajo del pelo mi nuca, y siento esas
manos acercarse, me igualo en la conjunción de las pieles, paredes, eso,
es como si acercaras la boca a mi pared, no es mi boca lo que buscas,
es a mí, es a ésta, que yace encerrada tanto tiempo, eso recuerdo, la
mirada, la iluminación gris de la mirada, en que presagio mi triste
fraude, no esperes nada de mí, no te confundas, apenas recuerdo, pero es
esa alusión al recuerdo, mi esperanza de vida, muevo mi cuerpo y digo:
ahí está el recuerdo, puedo sentir su extraña forma, ficcionar los
contornos, especular, imaginar el cuerpo del recuerdo, adecuar sus
rasgos, tener la seguridad que frente al recuerdo estoy sola, nadie más
podrá visualizar algunos momentos de angustia, algunas escenas de dolor,
algunas tardes de abandono.
El abandono es mi tatuaje.
Empiezo
a morir, como de costumbre, cercena mi cuerpo, un trozo mío gritará
desde su charco, todo lo que callo está siendo dicho, los artefactos de
mis recuerdos retienen de ti la última imagen, necesito, busco, necesito
verte, toco el infierno entre haces de luz destellantes, para ser asida
por alguno de tus brazos, no he podido expulsar el parásito que me
carcome en lugar tuyo, la complicidad de pertenencia, me he
desencadenado al oscuro sentimiento.
Reniega de mí soy la deuda de mi escritura
En Dame tu sucio amor. Santiago de Chile: Surada, 1994.
Proyecto Patrimonio
(Fuente: La comparecencia infinita)
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