lunes, 11 de abril de 2022

Valeria Correa Fiz (Rosario, Santa Fé, Argentina, 1971)

 


 

 

 


 

 

LOS MALNACIDOS DE LA SOJA

(Una eco-distopía en tiempo presente)

 

A Leonardo Valazza

 

 

Porque en la última estación el tren ruge más fuerte y la niebla

sopla más blanca,

creo haber llegado al fin del mundo.

El cartel con caligrafía antigua reza:

SANTA FE.

 

La lluvia es negra; juncos enloquecidos

y niños de tres ojos salen al encuentro

de mis rodillas.

Son los malnacidos de la soja.

Este es el cielo, dicen, el cielo.

 

Y señalan unos brotes duros a la distancia.

Mis ojos desorientados en sus cuencas miran la luna

oscurecida,

los campos, que eran fértiles, donde ahora nadan

las truchas sin aletas.

 

Suelto unas limosnas para los niños enanos,

sonríen sus bocas branquias.

Los dientes brillan codiciosos como monedas en el agua.

Hace un frio de agallas que los obliga a salir de la tierra

escarchada.

 

Comprarán aguardiente bulbosa,

me advierte el conductor de taxi,

para que se les cierren, al menos, dos de los tres ojos.

Con el tercero, de leche, sueñan y nos acusan.

¿Son los sueños una dulce forma de denuncia?

 

Y cuando sueñan son cíclopes enanos

que irán a morir ebrios

junto a un contador eléctrico para que las chispas

sean sus estrellas.

Tal es su pobre vida.

 

Yo quería salvarlos a todos, a todos, pero los niños

deformes de la soja que bebieron

la leche de glifosato del pecho verde de sus madres,

no pueden ser redimidos. Subo al coche.

Afuera las lluvias confusas de marzo, aunque es setiembre.

 

Los limpiaparabrisas galopan

(escamas de agua, herraduras líquidas).

Antes de partir, miro sus pequeñas carnes deformes,

el tercer ojo en lo alto de la frente, pegado a los cristales.

El conductor habla y yo, ronca de trueno, tiemblo.

 

Un caballo ciego, los ojos sucios de nácar,

cruza la carretera.

La ambición es una vaca gorda, que arrastra

por estas tierras sus viejas ubres.

Con cuernos lo perfora todo.

 

¿Lo ve?, ¿lo ve?, me pregunta el conductor

mientras me lleva por un páramo

donde solo crece la niebla

enroscada a la palabra,

igual que el aliento de un demonio.

 

Hay algo de dura indignación en su voz, piedra de azufre

que tensa las cuerdas vocales

La ambición engendra monstruos;

no es un perro semihundido lo que ve

sino uno que nació sin las patas posteriores,

 

¿ve lo que hace el glifosato?, señala, ¿lo ve?

Y yo, con la boca abierta, empapada de asco

y con un cigarro, mi pobre consuelo de humo,

respondo:

Nada de nada.

 

 

 


En: El invierno a deshoras

 

               Hiperión

 

              (Fuente: Papeles de Pablo Müller)



 

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