Parroquianos de las tabernas
Los que asisten a la taberna se liberan de sí mismos.
Es tan impío el egoísta como el piadoso. En la taberna
dicen; aquí se encuentra la unicidad y se rompen los
lazos familiares. La taberna es mundo sin igual. Lugar
de los enamorados carentes de preocupaciones, nido
del ave espiritual, santuario sin espacio. El que asiste
a la taberna está solo en la multitud. El mundo
es un espejismo del desierto que no tiene fronteras,
pues nada encontrarás, ni a ti mismo siquiera, aunque
por cien años lo camines. Los asistentes a las tabernas
carecen de pies y cabeza, no son creyentes ni impíos.
Se olvidan de sí mismos con el vino subido a la cabeza.
Son renunciantes del bien y del mal. Beben sin saborear,
No les importa la fama ni la reputación. No hablan de
cosas maravillosas, visiones, alcances espirituales, sueños,
iluminaciones, retiros, prodigios. El aroma de la bebida
los lleva a toda renuncia. Ese sabor los tumba ebrios.
A cambio de esa bebida les han ofrecido bastones,
cuencos y rosarios. Dan tumbos y se levantan. Lloran
sangre. Hay ocasiones en que la ebriedad es beatitud,
tristes contemplan la pared, o se cuelgan de un dogal,
o ejecutan la danza mística, alegres, frente al Bienamado,
girando pierden la pisada como andando en el Cielo.
Viven el invisible éxtasis con cada acorde musical,
Pues el canto místico es más que sonidos y palabras
(un precioso misterio se encierra en cada nota).
Se deshacen del turbante. Pierden noción de los colores
y perfumes. El vino purificante es lavatorio. En una
sola copa beben todos los tonos negros, verdes, azules
de ese vino puro y se convierten en sufíes puros,
sin atributos, quitan el polvo de sus almas y,
agarrándose del borde de las ropas de los otros
briagos, no pueden narrar ni una milésima de
lo que han visto. Se hartan de ser tan discípulos
como maestros. ¿Qué es la piedad, qué la devoción?
¿Qué es la hipocresía, el engaño, el noviciado?
Miran igual lo grande como lo pequeño. Y entonces
aceptan los ídolos, el cristianismo, los símbolos
sagrados.
El ojo y el labio
Del Bienamado observa estos atributos de
Sus ojos y Su labio: Sus ojos propician
nostalgia y ebriedad.
La esencia del ser es Su labio de rubí.
Todos los corazones se avivan ante Sus ojos.
Los corazones enfermos encuentran la cura
en Sus labios de rubí.
Se embriagan y se duelen, por Su ojo,
los corazones. Las almas se desvelan
por Su labio de rubí.
Su labio es compasivo aunque Su
ojo no esté mirando la terrenalidad.
Nuestros corazones se hechizan ante
Su humanismo
Que acude en ayuda del miserable.
Sonriendo vivifica tanto al agua
Como al barro con que está hecho el humano.
Cuando el Cielo se ilumina es
por Su aliento. Atrapan las miradas de Sus ojos.
Hay tabernas en cada intersticio de Su labio.
Le basta un parpadeo para aniquilar al mundo
Con todas sus criaturas y; con uno de Sus besos,
todo lo vuelve a construir.
Sus ojos propician el ardor de nuestra sangre.
Las almas enloquecen por Su labio. Con
el encantamiento de Su mirada devasta al corazón.
Una sonrisa Suya atrapa al alma.
Cuando pides que te arropen Su labio y Sus ojos;
uno lo afirma, los otros lo niegan. Su gracia
termina los conflictos del mundo.
Un beso Suyo vivifica el alma. Por Su mirada
Podemos dar la vida. Su beso resucita y hace
llegar al día final en un instante. Por Su aliento
Adán tuvo espíritu. Cuando en la terrenalidad
son pensados Sus ojos y Su labio, adviene
el abandono que celebra al vino. No toda
la existencia es contemplada por Sus ojos,
pues la concibe como un sueño ilusorio,
como una borrachera pasajera, ¿Cómo
se relacionan el polvo y el Señor de los Señores?
La razón queda congelada en la perplejidad
de lo que Él sentencia: “Todo es moldeado
por Mi mirada.”
En "Cuatro poetas sufíes"
Versiones de José Vicente Anaya.
(Fuente: Taller Igitur)
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