lunes, 29 de abril de 2019

Silvia Plath (EEUU, 1932-1963)


Lady Lazarus

He vuelto a hacerlo.
Una vez por decenio
me las compongo...

Especie de milagro andante, mi piel
que destella como una pantalla de lámpara nazi,
mi pie derecho

pisapapeles,
mi rostro sin rasgos, delicada
tela judía.

Arráncame el paño,
oh enemigo mío.
¿Infundo terror?...

¿La nariz, las cuencas de los ojos, todos los dientes?
El aliento agrio
en un día se irá.

Pronto, pronto la carne
que devoró la tétrica caverna
en mí estará a sus anchas

y seré una mujer que sonríe.
No tengo más que treinta años.
Y, al igual que los gatos, siete ocasiones para morir.

Ésta es la Número Tres.
¡Qué basura
a aniquilar cada diez años!

¡Qué millón de filamentos!
La multitud de mascacacahuetes
se apelotona para mirar

cómo me desenvuelven de pies y manos
¡Gran strip-tease!
Caballeros señoras:

éstas, pues, son mis manos.
Mis rodillas.
Puedo estar en los huesos,

pero, no obstante, sigo siendo la misma idéntica mujer.
La primera vez que sucedió yo tenía diez años.
Fue un accidente.

La segunda vez estaba decidida
a seguir hasta el fin, a no regresar nunca.
Meciéndome, me cerré

como una concha.
Tuvieron que llamarme una y otra vez,
que arrancarme uno a uno los gusanos, como perlas pringosas.

Morir
es un arte, como todo.
Yo lo hago excepcionalmente bien.

Tan bien, que parece un infierno.
Tan bien, que parece de veras.
Supongo que cabría hablar de vocación.

Es bastante fácil hacerlo en una celda.
Es bastante fácil hacerlo, y quedarse esperando.
Es la teatral

reaparición a pleno día,
en el mismo lugar, ante la misma cara, al mismo bestial
y divertido grito

-¡es un milagro!-,
que te deja inconsciente.
Hay que pagar,

por verme las cicatrices; hay que pagar
por escucharme el corazón...
Late de veras.

Y hay que pagar; hay que pagar muchísimo,
por palabra o contacto,
o un poquito de sangre

o un jirón de mi pelo o de mi ropa.
¿Y pues, Herr Doktor?
¿Y pues, Herr Enemigo?

Soy tu opus,
soy tu inversión,
el bebé de oro puro

que se funde en un grito.
Me doy vuelta y me abraso.
No creas que no estimo tu preocupación en todo lo que vale.

Ceniza, ceniza...
que eres tú quien atiza y quien remueve.
Carne, hueso, no queda nada...

Una pastilla de jabón.
Un anillo de boda.
Un empaste de oro.

Herr Dios, Herr Lucifer;
tened cuidado,
tened cuidado.

De las cenizas
con el cabello rojo me levanto
y me como a los hombres como aire.





(Fuente: Poesía de El Toro de Barro)

No hay comentarios:

Publicar un comentario