sábado, 6 de abril de 2019

Margaret Randall (EEUU)



LOS GUANTES

(para Rhoda Waller)



Es cierto. Marchábamos en algún lugar
y hacía frío, y compartíamos los guantes
porque sólo teníamos un par entre las dos,
y un policía de New York City compartió también
los suyos, grandísimos, conmigo –qué extraño,
él estaba allí para mantener el orden
y entonces podía ofrecérmelos y yo aceptarlos.

Marchábamos por el Santa María, un barco
portugués cuya tripulación se había amotinado.
Ellos exigían asilo en el Brasil de Goulart
y nosotras desfilábamos en su apoyo
en medio del invierno, en New York City,
yendo y viniendo frente al Consulado de Portugal,
Rockefeller Center, 1961.

Fijo la fecha por mi primer hijo–Gregory nació a finales de 1960–,
como fijo muchas otras fechas por el primero, la segunda,
la tercera, el cuarto, la cuarta,
y siento su cuerpo en este instante
de nuevo junto a mi pecho,
sostenido contra el frío
por nuestros fuertes pasos de dignidad.

Esa fue mi primera protesta pública, Rhoda,
extraño es que la recuerdes ahora,
en esta carta que habla de una amistad
que ha sobrevivido tantos años.
Cuántas protestas desde aquélla, cuántos
desfiles y concentraciones por causas más grandes,
guerras más largas, heridas más profundas,
tocadas o no por nuestra pasión.

Hoy por nada del mundo un policía se quitaría
los guantes, ofreciéndolos con insistencia
para que me proteja las manos violáceas.
Hoy un niño, apretado contra mi pecho, sería un hijo
de mi hijo, una generación adelante.

El mundo es más viejo y yo dentro de él he envejecido.
Ardo más lentamente con las mismas pasiones.
Las pasiones son cada vez más viejas y, por tanto,
yo cada vez más joven, porque las vivo
con más conocimiento de causa, y me muevo dentro
de ellas, preñada de miedo, pero sin doblar las rodillas.

Los guantes siguen allá, en el frío
y pasan de mano en mano.
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(Traducción: Víctor Rodríguez Núñez)


(Fuente: Meta poesía)

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