Mis
huesos flacos, pulverizados.
Mi
piel quieta, hojas caídas, pisoteadas.
Mi
pélvis oxidada, sin curiosidad, sin deseos.
Mi
humanidad, licuado triste de cañadas mugrientas.
Soy
el terreno plomizo y enfermo del suburbio.
Ando
encorbado rezongando a un carrito sin caballo.
Me
arrastro, me caigo, me levanto, me muero.
Pero
no, la muerte no me quiere. Me desprecia.
Soy
un guacho en chancletas lleno de mocos.
Manos
frías y labios secos sin asco al mal olor.
Revuelvo
con la habilidad de una rata.
No
mastico, solamente trago y escupo.
Nadie
sabe quién soy.
Nadie
dice: “Ahí va el Viejo Sucio del carrito”.
Sólo
yo sé que soy el mismo al que me incorporé.
Sólo
yo me reconozco en una miseria que venceré.
Porque
es así de simple: soy el pasado y el futuro.
Soy
la luz de la sombra que un día alumbrará la mañana.
Soy
la cosa más sencilla y elemental.
Soy
la humanidad que saltará de la cañada y atacará.
Soy
el que fuí y el que será.
Porque
la muerte no me quiere. Me desprecia.
Montevideo, 28 de abril de 2014.
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