Aquellas noches
que repitió implacable su plebeyo cantar;
nervios atormentados que la aguja mordía
en una sinuosa cosquilla medular.
Y la nébula amarga del ajenjo en la fría
y traslúcida fiebre de los ojos de Agar.
Ojos casi nictálopes, sonámbulos, que un día,
clavados en los míos, echáronse a llorar.
Espejos de la sombra, fantasmales y turbios.. .
Y luego, por la fúnebre quietud de los suburbios,
el encuentro fortuito con alguna mujer.
De escurridizos pechos y blandicie rastrera,
y el alejarme, solo, y el paso por la acera,
furtivo, de aquel alguien que nunca pude ver.
(Fuente: Asamblea de palabras)
No hay comentarios:
Publicar un comentario