martes, 2 de abril de 2019

Juan Felipe Quintero (Colombia, 1973)



La polilla

En silencio la polilla trabaja el madero.
Semejante al insecto yo lo hago con esta página
infatigable y, como la noche, desnuda y honda.
Entre las pequeñas sombras imagino sus pasos
llenos de oscuridad.
¿Ese murmullo es la soledad roída del lenguaje?
La presencia del ruido anticipa lo incierto, el
constante corroer que aún no tiene nombre.
Junto a mis pocas palabras estos residuos sonoros
son piedrecillas sobre el papel, leves tesoros desenterrados de la calle.



Las gallinas

a la memoria de Guillermo de Jesús Quintero

Estas aves lerdas crecieron conmigo en el patio. Sin embargo, no han merecido antes un pensamiento mío.
Solo hasta ahora que las recuerdo acompañando el silencio quedo de aquellas tardes largas del verano.
Porque escarbé la tierra con ellas. Grano a grano, su maíz llenó de soles mis manos.
Muchas veces de niño trepé al árbol y sacudí con fuerza los brazos, y cacareé la dicha de tener primero el tibio huevo torneado de blanco.
Por cierto, no son estas las aves que Baudelaire vio en nosotros. Tampoco guardan la virtud del ruiseñor de John Keats, ese pájaro no destinado a la muerte. Menos aún la fortuna de la alondra de Quessep, ni conservan algo de las 13 facultades que Wallace Stevens notó en el mirlo.
Nada de eso les ha sido conferido a las gallinas.
Ningún linaje o atributo más que pisar la tierra con nosotros, de andar por siempre en el suelo picoteando cuencos vacíos de estrellas.
Y como nosotros hoy, ellas un día también ya lejano, perdieron el vuelo, mas no ese cantar el campo.
Desde entonces, nunca jamás por el alba se extravió el rumbo del labrador solitario.


El bien

Fue siempre el peor enemigo. De cuántos conocidos
el más antiguo traidor.
El fuerte y menesteroso bien.
Miserable quien se rinde o acepta la obediencia
de su alfabeto, si es tan fácil de vencer.
Así el enterrado aire satisfecho.
Bien ajeno de la carne exhausta, el castigo justo
que ofrece su cansancio al latido de la tierra.
No ya el cuerpo iluminado por la sangre palpitante,
si luego todo refulge en la purificación del hambre.
Como es bueno fatigar el cuerpo está la cabeza
ante el mar que se yergue para nacer al mundo.
Aunque inútil el trabajo, la ofrenda es bella.


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