La dorada muñeca del imperio
1.
Es el esplendor.
Hay una oscura orfebrería radiante
elaborando una tela solar.
Para su cuerpo para su piel
bordado en pedrería de seda y chifón.
La mujer es alta, dorada y fuerte.
Sus largas manos elevan
lentos cantos abisales.
Para los círculos
del Mundo y por su imperio.
Es la estela matutina la que alumbra
su alto entramado corporal y su modo
magnífico de ser
esculpida y ser vibrante.
2.
Es el sistema solar.
Hay antiguas catedrales viejas cúpulas
ardiendo en el tiempo
como el oro.
Tengo un recuerdo de la Habana Vieja:
son sombras doradas en los adoquines
y puertos eternamente abiertos
como si esperaran a un Dios.
Pero me distraigo:
esta mujer es ventrílocua y hermosa.
Oh, quisiera también hablar de amor.
3.
La mujer es alta, dorada y fuerte.
Su desnudez parece recamada y brilla, pero
es tan suave como una amatista.
Sin embargo,
está viva y la veo.
Recostada en los espejos, devana su
paciencia peinando su rubia cabellera
y esperando el turno
para salir al escenario y pasear
la tela imperial.
4.
Nantes, Florencia, Atlanta y Singapur.
Son las flores de Adimanto:
la ciudadanía ejemplar.
Se pueden pesquisar aún los rasgados telares
de otra allende ciudad antigua
anteayer contemporánea:
Índiga mesopotamia
Y sus valles estelares.
Mi mirada se agiganta.
Dios, son altos lirios y llameantes
pozos circulares
rigiendo los tiempos como imperios.
5.
La mujer se coloca una media.
Ella acerca sus dos brazos a su pie.
Su pelo rubio cae
cae hacia delante.
Pero ella en gesto colosal
Lo ordena tras su oreja.
Torsión de su torso hacia atrás
Sus dos ávidos pequeños pezones
un instante bailan
a pleno sol.
Muñeca dorada.
6.
Coronas para mi amada,
coronas azules para su cabellera dorada
vasos frágiles y fuertes para sus largas manos
telas tenues y misteriosas para la seda de sus dedos
versos puros y perfectos para su boca
y películas de arroz, escapularios ardientes
roncas caracolas y locas
piedras marinas para su lujo
dorado, historias de barcos
en infinito peregrinaje
y telas y telas
en telas imperiales.
7.
La mujer sorprende mi mirada.
A través del espejo observo como espía
mis dos pupilas inmóviles.
Quieta, continúa su lento maquillaje,
pero ahora sé
que cuando ella gire el cuerpo hacia mí
habrá terminado la larga fiesta,
esta vieja ansiedad de parecerme,
mi profundo deseo de tenerla:
La mujer ha salido al escenario.
Es suya la palabra.
en Máscara negra, 1990
(Fuente: Descontexto)
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