EL (ÚLTIMO) SABIO DE ULIÓN
¡El Sabio de Ulión! Ulión, nuestro pueblo, que alguna (im-
probable, incomprobable) vez fue una gran ciudad, y muchas
constatables veces un pequeño pueblo despojado de historia,
convive con el último Sabio que le queda. Llueve mucho en
Ulión. ¿Demasiado? Todo el tiempo, ¿es demasiado? El Sa-
bio no sabe qué hacer con la maldita lluvia, ya hemos tenido
sobradas pruebas para darnos cuenta de eso. Chapotea solo
por las calles o agacha sentado en la plaza su poderosa e inú-
til cabeza.
Alguien que pasa le dice algo -que no debe ser agradable,
ya que el (Último) Sabio de Ulión lo mira torvamente. Por-
que por más que lo intenta, no puede evitar creer que el pue-
blo espera algo de él. Y los siglos pasan...
En templos de los suburbios, cada vez más numerosos y, al
mismo tiempo, más desencajados (los gritos de esos monjes
impostores se escuchan desde una buena distancia), rugen
"¡Es la lluvia el verdadero Dios!" e incitan a decapitar al
(Último) Sabio de Ulión.
El Sabio no sabe lo que sabe (por definición, digamos).
Por eso intuye, se acerca cautelosamente al conocimiento
de que puede ser verdad - sí, la verdad puede surgir de la men-
tira y la impostura, a pesar de tener que hacer un largo camino
para ello- que ser decapitado puede ser provechoso.
En primer lugar, dejarían de inmediato de esperar de él algo
que no puede dar.
La insatisfacción y el hartazgo de la gente del pueblo, por
fin es encendida por los monjes impostores. Arden teas en la
noche, a pesar de la lluvia. La horda enfurecida encuentra
sentado y abatido al (Último) Sabio de Ulión.
Por el agujero del cuello, una vez decapitado, aparte de un
olor profundo e indefinible, un olor que nadie ha sentido an-
tes, brota una pequeña cabeza de serpiente, con un brillo fe-
roz en la mirada.
Y esa serpiente es solo la primera aparición de un nido
interminable de serpientes, todas con los ojos encendidos de
una ira inteligente, punzante.
Serpientes que se dispersan por la benefactora lluvia que ha
estado esperándolas. ¡Tanto tiempo! Serpientes que han en-
contrado -¡al fin!- su lugar. Deslizándose por el pasto empapa-
do, por los arroyos artificiales que las lluvias han sembrado en
todo el pueblo. Encontrando con facilidad sus cuevas, sus col-
gaderas en los árboles, sus rincones en los sótanos, su redil en
los campanarios. ¡Alegría de la reproducción a mansalva!
¡Aleluya!
¡El Último Sabio de Ulión ha encontrado, sin duda, su ho-
gar!
(Fuente: Idiomas Olvidados)
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