sábado, 4 de junio de 2022

Edgar Allan Poe (Boston, Estados Unidos, 1809-Baltimore, Estados Unidos, 1849)

 

El cuervo. Versión de Andrés Ehrenhaus 

 



















 
 
 
 
Cierta medianoche aciaga, con la mente fatigada,
revisaba unos libracos de saber inmemorial
y asentía, adormecido, cuando rechinó un postigo,
como si alguien, con sigilo, golpeara mi portal.
“Es –me dije– un visitante que golpea mi portal;
sólo eso y nada más”.

¡Ah, me acuerdo claramente de aquel lóbrego diciembre!
Cada rescoldo muriente dejaba un rastro espectral.
Yo esperaba ansioso el alba, pues no había hallado calma
en mis libros, ni consuelo por Leonor, que ya no está,
por Leonor, la impar y bella a quien solo nombran ya
ángeles del más allá.

Con sus roces, las cortinas, purpurinas y furtivas,
me inspiraban fantasías de un terror tan inusual
que, por sosegar mi pecho, repetí muy circunspecto:
“Es tan solo un visitante que ha llegado a mi portal;
un tardío visitante que me aguarda en el portal.
Será eso, nada más”.

Cuando al fin recobré el temple decidí ser más vehemente,
“Caballero –dije– o dama, me tendrá que disculpar,
pues estaba adormecido cuando un son me puso en vilo,
y tan leve fue el rasguido que ha sonado en mi portal
que dudé de haberlo oído...” y aquí raudo abrí el portal:
sombras, noche y nada más.

Escruté la noche oscura, temeroso, envuelto en dudas,
y soñé sueños que nadie nunca osó soñar jamás;
pero nada, ni un rumor, alteró el silencio atroz
salvo la expresión “¿Leonor”? que en susurros fui a nombrar;
yo lo susurré y el eco repitió “¡Leonor!” tal cual.
Eso sólo y nada más.

Aunque mi alma ardía por dentro, regresé a mis aposentos
pero pronto aquel rasguido se volvió más pertinaz.
“Esta vez, quien sea que llama se ha llegado a mi ventana;
veré, pues, qué es lo que trama, qué misterio habrá detrás.
Si mi corazón se aplaca lo podré desentrañar.
¡Es el viento y nada más!”

Abrí entonces la persiana y, con gran despliegue de alas,
se coló en la sala un cuervo muy solemne y ancestral.
Sin cumplido ni respeto, sin dudarlo ni un momento,
con desdén de dueña o dueño fue a posarse en el umbral,
en el gran busto de Palas que hay encima del umbral;
fue, posóse y nada más.

Este pájaro azabache, con sus aires fatuos, graves,
trastocó en sonrisa suave mi febril morbosidad.
“El penacho corto y ralo no te impide ser osado,
viejo cuervo desterrado de la negrura abisal;
¿cuál es tu tétrico nombre en el abismo infernal?”
Dijo el cuervo: “Nunca más”.

Me asombró que un ave absurda se expresara con facundia,
a pesar de que el sentido no fuera nada cabal,
pues acordarán conmigo que muy pocos han tenido
ocasión de ver cernido pajarraco así en su umbral;
bestia o pájaro cernidos en el busto del umbral
que se llamen “Nunca más”.

Pero el cuervo, huraño y mustio, solo emitió desde el busto
ese sombrío trasunto de su alma y nada más.
No movió una sola pluma ni añadió palabra alguna
hasta que expresé mis dudas: “Vi a otros amigos volar;
él también, por la mañana, como mis ansias, se irá”.
Dijo entonces: “Nunca más”.

Con su certera respuesta el ave me puso alerta;
“Sin duda –dije– repite lo que ha podido acopiar
del repertorio olvidado de algún amo cuyo infausto
destino redujo, al cabo, sus canciones a un refrán,
enterrando su esperanza bajo un lúgubre refrán
tal que “Nunca, nunca más”.

Como al verlo aún sonreía pese a mis miedos y cuitas,
planté una silla mullida frente a ave, busto, umbral
y, hundido en la blanda almohada, concentré mis suspicacias
en maliciar qué buscaba la funesta ave ancestral,
esa exangüe, enjuta, agónica y grotesca ave ancestral
            graznándome “Nunca más”.

Yo sondeaba estas palabras, sentado y sin decir nada
al ave que me abrasaba el pecho con su mirar;
eso y más iba rumiando, con la cabeza de canto
sobre el cojín de brocado al que apocaba el fanal,
¡sobre aquel cojín purpúreo que ella acostumbraba usar
y ya no usará jamás!

Sentí el aire más cargado, cual si ardiera un incensario
mecido por serafines de leve andar musical.
“¡Innoble! –me dije– ¡Mira! Es tu Dios el que te envía
con sus ángeles la mirra que a Leonor te hará olvidar.
¡Cata, cata el dulce filtro y a Leonor olvidarás!”
Dijo el cuervo: “Nunca más”.

“¡Profeta –dije–, villano; vil profeta, ave o diablo!
Tanto si fue el Tentador o acaso una tempestad
quien te arrojara, inmutable, a este trágico paraje,
a este hogar de horror constante, ¡te lo ruego, dime ya,
dime, te imploro, si existe algún bálsamo en Galaad!”
Dijo el cuervo: “Nunca más”.

“¡Profeta –dije–, villano; vil profeta, ave o diablo!
Por el Dios que veneramos, por la gloria celestial,
dile a este alma sin consuelo si en el Edén postrimero
el fulgor casto y sereno de Leonor podré abrazar;
si a quien conocen los Cielos por Leonor podré abrazar”.
Dijo el cuervo: “¡Nunca más!”

“¡Que tus dichos nos separen”, proferí, “diablo o ave!”
“¡Vuelve a la noche insondable! ¡Húndete en la tempestad!
¡No dejes rastro ni pluma que rubriquen tu calumnia!
¡No interrumpas mi clausura! ¡Sal del busto del portal!
¡Quita el pico de mi pecho y tu sombra del portal!”
Dijo el cuervo: “Nunca más”.

Y ahora el cuervo, sin moverse, aún se cierne, ¡aún se cierne!,
sobre el blanco busto inerte que corona mi zaguán;
y sus ojos asemejan los de un demonio que sueña,
y su sombra se descuelga como un aura fantasmal;
y mi alma, de esa sombra que allí flota, fantasmal,
no va a alzarse... ¡nunca más!



El cuervo y otros textos poéticos, Edgar Alan Poe, Penguin Clásicos, Barcelona 2020. Traducción de los poemas y "Nota a la edición" por Andrés Ehrenhaus; traducción de los ensayos y prólogo por Edgardo Dobry









Original en inglés, con las ilustraciones de Gustav Doré, en Project Gutenberg
Más traducciones de poemas de Edgar Allan Poe, incluida la clásica versión Pérez Bonalde de "El cuervo", en Otra Iglesia Es Imposible

Foto: Retrato no identificado fotografiado en 1913 por Rufus W. Holsinger en la Universidad de Virginia. Estados Unidos Wikimedia Commons
 
 
(Fuente: Otra Iglesia Es Imposible)

 

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