lunes, 4 de abril de 2022

Juan José Rodinás (Ambato, Ecuador, 1979)

 

Banksy en Miyasaki

 
(¿Desde cuándo mi vida es un anime con números y letras?)

mi “kokoro” en Miyasaki

  1. El Castillo Ambulante es mi corazón

Una niña de lentes lleva un globo azul.
Lo ata a un clavo que sobresale de una silla
y,
sobre los muros de un castillo mecánico,
ella escribe:
“todos me abandonaron, pero este vacío es mi casa”.

Aquí
sólo es posible una lata de aerosol
que dibuja centenares de niños volando por el cielo.

Sin embargo,
el virus de la antirrealidad destruye este barrio pequeño.

Bristol es un globo de cristal escarlata:
las ventanas vuelan como navajas a los cielos.

Una granja industrial es mi rostro en la nieve.

Una niña de lentes es la libélula que aprieto entre mis dedos
y sus cápsulas para dormir son universos en mis ojos.

Un parque es un viejo subibaja donde mis pies evitaban la muerte.

Crecí. A veces lejos de mí (de lejos)
en la contracción
(en la oscuridad me contraía).
Pero también respiraba,
entre llanto y estrella,
entre grumo y galaxia,
yo respiraba mi construcción,
mi devoración:
abrí los objetos en ríos
y las puertas en puertas.

Lejos de mí,
entre llanto y estrella, yo me oía,
entre grumo y galaxia,
también
me susurraba.

 

  1. El Viaje de Chihiro (Watanabe)

Una estrella pregunta si la observas,
pero nunca responde.

¿Eres un niño abandonado que pinta en los muros del mundo las haikus de la noche?
¿Eres un globo rojo liberado en el cielo?

Aquí se borra. Aquí mi globo rojo está borrado.

Mi regreso a todas las infancias
donde crecer es llorar bajo los cactos del desierto.

Si el correcaminos muere en la mente del coyote,
el coyote ya no tiene camino.

La vida: un galpón lleno de niños acostados
luego de un bombardeo.

Mi rostro es mi casa sin padre.
Yo estoy allí, hostil, pero ligeramente quieto.

Tras la cinta que rodeaba los ojos destrozados
está la mano borrando un círculo de nieve
donde alguien abandonó una cebolla negra.

Dentro de mí, he perdido la vida. He perdido lo único que no tenía.
Un globo rojo es la noche que muere: esa flor inhumana.

 

  1. La princesa Mononoke

¿Estás listo para seguir el camino que predijeron las piedras?

No olvides que la cicatriz crece si la ira crece.

Un jabalí es un ser triste: de él sólo conocerás su odio y su dolor.
De mí, en cambio, sólo conocerás el dolor.

Un cóndor
en el sueño
de una niña
con su globo rojo.

Un simio
quiere destruir simios
para obtener
su fuerza.

No preguntes si son dioses antiguos del bosque del dios ciervo.
No sé cómo llegué hacia mis manos.
No sé cómo me derribaban.

Un copo de nieve
sobre los detalles que no se indican en tus mapas:
yo me vendo los ojos,
dentro de mí hay una piedra envenenada,
yo defiendo mis pérdidas.

La vida como esa experiencia chispeante y burbujeante que ves en los anuncios de gaseosas

 

La publicidad te enseña: tu vida será grandiosa
(y cubre con decorados y luces a la gente
que se da un tiro en la cabeza en las habitaciones sucias).

La realidad te enseña:
mira el mendigo sollozar en el puente:
la imagen de belleza destruida.

Mira el puente otra vez: hay un río y un viejo vaporetto.
El agua escribe lo que no escribo.

Yo, en cambio, escribo esto para poder borrarme,

para debilitarme, para encontrarme paradojas absurdas
(como el tipo que pide una sopa de fideo
y luego exige que la traigan un desayuno completo)

para escoger las fracciones más útiles de mí y tirarlas al basurero.

No creas lo que digo: es el agua la que habla verdades.
Yo miento siempre.

La realidad ligeramente propulsada dice:
el hombre, un molino en el campo

junto a un zapato y un muñeco de nieve.

Esta es la esperanza: ese conejo muerto
en las manos de la niña huérfana
que no sabe llorar.

Rapsodia donde el amor incluye una yihad islámica

 

Hoy recuerdas a esa muchacha irreal (el amor imposible,
impasible, un sauce de protones tomando té en Starbucks).

Y una carterita.

Un cráneo magnolia gira dentro de un corazón binario:
la flor rompe la teoría: una canasta de semillas rojas.

Este paisaje de pérgolas donde paseas bajo un globo aerostático
y recibes una descarga eléctrica sobre tus mundos derretidos.

(Humanos derretidos en una escena derretida).

En una almuerzo de sillas enfrentadas,
hay venganzas que son para reír en el restaurant de enfrente.

¿Amor? Que una mujer succione tu alma con sorbete:
eres un batido de pegamento y muerte.

Hola mundo: una cabeza se desagrega en átomos que hoy
se depositan en una taza humeante sobre la mesa de un café vacío.

Cielo incógnita: sé que me vas a destruir, amor mío.
Cráneo Johanna. Cráneo Silvana. Cráneo Pregunta.

Y una carterita.

Recordaba estas cosas. En un túnel bajo nuestra cobija,
varios combatientes armados y encapuchados transportaban

proyectiles y virus que arrasaban los tiempos y los cuerpos,
los corputiempos. Los humanos vestidos, desvestidos,

se mueven sobre la tierra y quizás, en el futuro,
se ensamblen sobre una cama tendida, destendida.

Franja de una piedra negra que ni siquiera tiene adiós.
Una imagen espiral -como ésta- es cruel o humorística: jamás ambas.

Una bomba entre dos sillas enfrentadas de espaldas.
Alguien, hace seis meses colocó la bomba que sólo hoy estalla.

Hace mil años habríamos estado silenciosos:
exhaustos o caídos, calculando el espacio entre los pies y los zapatos.

Un alto al fuego sobre el desierto de las fotografías.
Encapuchados con bolsas de plástico, los hijos que no tuvimos
se despiden con un beso de pistolas humeantes,

como si dentro de sus tumbas conceptuales y abstractas
alguna vez nos hubieran conocido. “Con las ideas y

las técnicas de guerra, el amor es una plantita líquida y sencilla
que no puedes sostener con las manos”. Sólo el frío le da forma.
Y el calor la desvanece.

El experimento de la habitación china

 

Si yo te diera las instrucciones para descifrarme,
¿me estarías descifrando?

Si colocase una máquina debajo de mi lengua
que supiera lo que quieres oír
-y lo dijera-
¿te habría dicho lo que quieres oír?

Mis poemas son animales que se rompen
en los ojos de un hombre triste.

Pero eso es algo que tú ya lo sabías.
Lo que tú no sabías jamás podré decírtelo.


Juan José Rodinás (Ambato, 1979) Ha publicado Kurdistán (Juliaca, 2017), Cuaderno de Yorkshire (Valencia, 2018), Un hombre lento (Salamanca, 2019) Yaraví para cantar bajo los cielos del norte (La Habana, 2019; Nueva York, 2020). Además, ha reunido su trabajo en antologías personales como Los páramos inversos (Popayán, 2014), 9 grados de turbulencia interior (Guadalajara, 2014) y Koan Underwater (traducción al inglés de Ilana Dann Luna, Phoenix, 2018). Ha obtenido premios como el Premio Internacional de Poesía Joven la Garúa 2007, el Premio Festival de la Lira 2013, el Premio Margarita Hierro 2017, el Premio Jorge Carrera Andrade 2018, el Premio Casa de las Américas 2019

 

(Fuente: low-fi ardentia)


 

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