martes, 12 de abril de 2022

Gabriela Yocco (Córdoba, 1968. Reside en Buenos Aires)

 

( 9 poemas )

 





mi madre me enseñó a llorar con una frazada entre los dientes

decía que en el silencio estaba la profunda virtud del llanto

su sublime esplendor

decía que en el silencio

el dolor alcanzaba el pudor de la pureza

 

HOSPICIO

 

nunca supe yo de qué manera decir su mano contra el viento de la tarde

o decir ya no veré a mi hija crecer / me llevan a un lugar

de puertas cerradas como la noche o como

las mandíbulas terribles de algún dios

 

nunca pude decir cuerpo pequeño tu adolescencia ninfa cayendo

catorce pisos cayendo desde la nada de tu desesperación

ibas así

callada y de color rosa por el parque tan callada vos

tan temblor de todos los infiernos  / él dijo que no , que no quería

ser el padre de la mirada perdida

del diagnóstico fatal / prefiero ser nada dijo en su rigor mortis previo

prefiero ser nada

 

y el tren supo y supo la altura de los cuerpos

ambos desmadejados en su caer sobre sí

ser la madeja deshecha / la palabra de la razón para siempre rota

entre sus huesos

 

supo el cuerpo ser ese montón de maquinaria perfecta

absolutamente rota sobre su conciencia

 

mientras el mundo

iba

conquistando una luz desde la noche

 

y no se podía creer que pudiera haber un sol después

que desde sus muertes aún pudiera haber el sol

sobre sus huesos en las vías / en la calle

no se podía creer

que siquiera pudiera existir

el sol

 

 

a Santiago Maldonado

 

debería llover toda la lluvia ahora

llover sobre el campo / sobre las montañas

llover y llover

que el cielo se cubra de un negro mortuorio

que parezca un sudario el cielo

que su azul mentira se olvide por días y por días

que se lave el mar

que la tierra desbarate sus terrones

 

 

debería llover hasta gastarse la lluvia

hasta que nos queden pálidos los huesos

hasta que se camufle el llanto para siempre

 

debería llover y llover

 

que los pájaros aprendan la urgencia del nado

que los peces no distingan océano de nube

que la lluvia en su lloverse pierda el sentido de  caer

que flote la lluvia

 

que confunda los ríos

que atragante alcantarillas

que hunda todo / todo lo devore

y después

cuando el mundo esté limpio de ceniza / polvo / asesinos

y otras miserias  geográficas

después

que vuelva él

 

y diga madre no te

/ encontré refugio del agua y otras bestias

ni la lluvia ni ellos

me han tocado

 

he visto altos corredores que trazaban el laberinto del sueño

 

y hombres oscuros como cíclopes de asfalto que trabajaban la noche

y mapas blancos para los laberintos y capas oscuras  para esos hombres

 

he visto mi sangre esparcirse en las sábanas y también la tarde volverse otra sangre

en inacabables parques con nombres rotos y botellas sin fondo

 

he visto pájaros de vuelo violento y breve /  morir en cada otoño

con esa manera tenue de morir que poseen los pájaros

y he visto también playas cubiertas de peces de escamas azules

peces y peces detenidos para siempre en la calmada agonía de la arena

 

he visto los párpados volverse una tela seca sobre los ojos amados

he visto los dedos del hielo aferrar una boca y he visto

la textura del aliento en la última ventana

 

he visto la pequeña aventura del latido y su naufragio

 

he visto amores caer sobre un árbol y deshilvanar los dedos

como una rueca fría y desalada

 

he visto mi propio rostro del otro lado del espejo

ese su gesto feroz del que pierde la sed en el desierto

 

y también he visto / puedo recordarlo

las marcas húmedas de mis pisadas en esas noches / esos pasillos /esos hombres

cuando la vida era una sílaba sola entre los dientes

la mueca del ahogado

una reja verde arañando el torso de las nubes

agua en pequeños vasos plásticos

 

y silencio

cuando la vida era un silencio

 

llevo excesiva conciencia de mi rostro

como si fuera una marquesina obscena una fruta que se pudre

un cuadro en violeta y amarillos

una absurda conciencia de mí

de cada centímetro

de la pelusa en el dorso de las manos del vello del pubis

de la elástica transparencia de la piel

conciencia íntima de mi pelo de su crecimiento letal

del sudor

de las uñas y su lenta musculatura

conciencia de la curva de la córnea

del arco ciliar del latido

de las vísceras

de la garra simia de mis pies

 

llevo extrema conciencia de mi peso de la tarea de la gravedad sobre los párpados

de cada pliegue que el tiempo pone en mí

 

ando con este cuerpo con este barco ajado

sobre el océano impecable de los días

como si cargara un muerto

que tanto se me parece

 

mi madre cambiaba de color con el paso del tiempo

no eran las estaciones o las mareas o la textura de algún viento

ni eran tampoco los ojos del hombre que pudiera conmoverle la entraña

 

no

 

mi madre mudó colores

como si se tratase de un vertical caleidoscopio de furias

como si la habitara un desconocido animal camaleónico

 

fue tierra allá / en el origen

se desgranaba en verde severo o en marrones

y algún ocre la capturó días y días

volviéndola crepúsculo de pequeños Saharas

 

después

plantó en su vestido flores minúsculas y rojas como moluscos perversos

la falda de mi madre era una pradera de mentiras sobre las piernas

 

después

sacó azul de entre el negro / algo como una noche vuelta hacia abajo

y anduvo ella llena de umbrales / el día y su anverso

menos austera que la mañana menos perfecta que la tarde

 

 

 

 

no sé bien de dónde saqueaba mi madre los colores del cuerpo

tiempo andando

 

fue un despliegue obsesivo de lila y violetas que enfermaba los ojos

el campo de lavandas / una postal cursi y deslucida

 

comprendí triste que ese color me ponía del lado de atrás de su mirada

aún más atrás más lejos / yo negro ella envuelta en un halo rosa

 

es fácil pensar ahora la muerte de mi madre

como un acto de justicia suficiente que restauró colores en el cosmos

que salvó distancias infranqueables entre el blanco y su contraste

 

es fácil pensarlo ahora mientras miro las fotos

todas las fotos confundirse en una amalgama un poco absurda

la desquiciada paleta de alguien

que salpica y salpica sobre este lienzo inabarcable

donde ella y yo / nos perdemos

 

NIÑA REINA

a Umaia

 

“escúchame

 

entre todos los soles

hay uno que es nuestro

y tiembla como un fósforo en la tormenta”

jotaele andrade

 

te canto cada noche

a veces es sólo tu nombre  / un plañir litúrgico

el vaivén de las aguas del sueño o ese murmullo primitivo y gutural

parecido al silencio de los peces  / de las rocas / de la eterna planicie de los árboles

 

te canto con palabras de origen incierto

con un lenguaje animal tan exacto como el alba o tus ojos

 

acuno el misterio rendido

ante el abismo cenital de los alumbramientos

y abrazo mi espalda

la ciño de manos y de alambres y me muevo

de adelante hacia atrás de atrás hacia adelante

en el momento de los timones rotos y del extravío de la brújula

 

algunos secretos los sabe sólo tu nombre

niña reina

éste que canto y digo y deshago

en sílabas inmensas como una casa vacía

donde camina el invierno con los pies descalzos

 

 

 

te puse de cara a la luz y me volví ancha y serena

entonces agitaste tu mano de agua en el límite del horizonte

dentro muy dentro de mí

y retumbé días y días sin entender el idioma ni entender

este cuerpo vasija ciega

 

no sos

esas horas de látigo y de cuero en los tobillos

no sos el aullido

no

 

sos la que nadaba luminosa en el cuadrante del tiempo

perfecta como un dios o una palabra

 

niña reina

guardiana del silencio

 

en el vasto territorio de la soledad se erigen países y océanos y torres ásperas

como un lamento viejo

en el vasto país de mi soledad se alzan los muros de un sueño

o el prisma infinito de la pesadilla o

ese sabor salobre de la ausencia

 

en el vasto país de mi soledad

hay cientos de espejos que sólo reflejan los rostro idos idos

como si reflejar pudieran el sentido del viento

 

 

 

hoy no acuno ningún nombre ninguna sílaba

tal vez sólo mueva en el centro vertiginoso de mi entraña la mirada buena del amigo

su mano en mi espalda su voz en medio del sonido de los vidrios rotos

 

hoy no veo el blanco encalado del cielo ni tampoco puedo ver su gris esmalte de tormenta

hoy cerré los ojos tan fuerte tan duro que sólo puedo ver el interior del vasto país

de mi soledad

lleno de estrellas que multiplican el mareo y la náusea

hoy las plantas las hojas de los libros me miran con sus ojos inexplicables

 

en el vasto país de la soledad que comprende largos territorios de arena

y amplias montañas y ríos escabrosos yo me muevo

como un alga o un confín

 

porque el dolor ha tomado el poder

en la pequeña región de mi cuerpo y su bandera oscura

atrapa cada palabra y la vuelve un sonido infértil

 

porque la bandera oscura del dolor es señora de mi país y de sus fronteras

como si hubieran atrapado con un lazo oscuro a cada ciervo y su osamenta fatal

como si hubieran puesto a cada ciervo contra un alambre para que muriese lento

-pocas cosas más tristes tal vez que esa muerte lenta mansa de los ciervos atrapados-

 

hoy no sé de nada más que las dimensiones espesas del mapa de mi soledad

que despliego como si fuese ciega y palpo palpo

sangrando los nudillos

...


Gabriela Yocco (Córdoba, 1968. Reside en Buenos Aires) Nació en Córdoba. Estudió música, Periodismo y Letras. Actualmente dicta un curso de Literatura Argentina para alumnos universitarios extranjeros en FLACSO. Publicó Las horas del agua, Elogio del Grito, Tabaco y dos terrones y la memoria del mar (Al Filo Ediciones). Fue premiada en varios concursos nacionales e internacionales y colaboró dando charlas y escribiendo ensayos para revistas del país y del exterior.

 

(Fuente: La Parada Poética)

 

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