martes, 12 de abril de 2022

César Ángeles Loayza (Piura, Perú, 1961)

 

"CANTOS A LA LUNA" Y "WANDEL"

 




Cantos a la Luna es el sexto libro, en poesía y diseño, de César Ángeles Loayza. Consta de tres secciones vinculadas entre sí. La primera parte son 10 poemas numerados en romano, que expresan en un lenguaje simbólico las vicisitudes del ser humano en relación con el cosmos, la vida misma y la Luna. La segunda sección son poemas breves que enfatizan en la cotidianeidad social, así como experiencias viajeras del poeta.

Y la última sección es un homenaje a dos poetas emblemáticos de nuestra tradición literaria como Abraham Valdelomar y César Vallejo. En su brevedad, este libro expresa experiencias humanas con diversos ritmos e intensidades, y sosteniendo un lenguaje poético renovador.

El poeta e investigador Roger Santiváñez lo presentó del siguiente modo: “Pues bien, ahora tenemos a César Ángeles Loayza, connotado poeta peruano de la generación del 80, Entregándonos estos nuevos Cantos a la Luna [...]. El poemario se abre con una llamada hacia atrás, hacia ‘otros tiempos’, como sugiriéndonos la antigüedad del tema. Pero, en realidad, se nos habla de una época en la que el poeta –según nos dice– ‘yo levantaba la mano / y se levantaban los árboles y / las cordilleras’, en contraposición a una actualidad en la que afirma ‘ahora que / levanto la misma mano / se yerguen también la flora sarcástica / los minerales / los huesos y / riñones / de mis amigos muertos’”


AMA NE SER

 

es el barco y se va en dirección perdida

con todas sus voces y ritmos

ya no cabe nadie

cuán a fondo se va esta nave

cuánto se sumerge

en búsqueda de marinos monstruos legendarios

hoy todo este paisaje

de la vida

se fija tan al este en la memoria

no vendrán ángeles hermosos

a salvar

la última navegación

no vendrán acaso a impedir

el último viaje

y yo, hermanado con el barco

me sumerjo en extrañas profundidades

murmurando versos, palabras sueltas

procurando compañía

esta noche inmensa

grita la quebrada, y el aire cada vez

está más frío

solo en soledad

me doblo como el primer día

y grito un aullido largo

atraviesa la tierra

¿qué vendrá después de esto?

nada

quizás todo

un barco se pierde

a la espalda de la Luna

y ni así has de venir?

V

La canción de la Luna

es la de los iluminados

es de los desesperados,

de los sin familia,

sin mujeres, sin parientes

Tal es ese canto

humareda perdida entre 2 árboles

Blancos los corales, peces rombos, chillidos

de aves continuas en cielo visto por nadie

y la sangre derramada

 a pleno sol del día

Son, en fin, acordes de mi herencia

Esdrújula garganta alejada de ti

de tus toses y ronquidos, de tu vocabulario escupitajo

y tus sables

Es también espejo que el aire domina

gira y gira

y nada me refleja

y para nada (me) sonríe, acogota, aproxima



IX VALLEJO CAMINA POR LA LUNA

 

Todo

Todo te estaba esperando

un hombre tendido

 en el desierto

una rosa abriéndose

centro de boca curva perfecta

todo en ese pecho

no se cansa de verte

emocionado

todo entre los ojos,

en mirada de gato

de libélula

de araña pobre que se estrella

ventanas cerradas

puertas cerradas

en el sombrero todo,

entre las cantinas

el polvo que no cesa

el tren que chilla

la mujer que mira y fuma

 los astros

 los planetas

 las estrellas

el hombre, pregunta y pasa

Amplio bosque de pinos

donde contuve en haz de luz mi vida

Todo sin cesar

en la mañana te aguardaba

y ahora dicen

no queda mano que comande la marea

no resta agua solo polvo sobre polvo

lagartijas

huesos más jirones de ropa

sobre prado de espejismos

roto espejo infinito

 donde caminar

no amor

no palabras

Ni bailes de la cintura

largamente por el río

Todo te estaba esperando

como a mí

pero ahora que llegaste

el cielo calla

el niño pregunta qué hora es

la mujer murmura

el hombre torna su cabeza

en escena de mares con burbujas

y todo se inclina

y todo se para

Para qué has venido, desamparada,

para qué sino por el ajeno canto de la tierra,

de sus bacilos, sus moléculas, sus partes olvidadas

 

 

X MARTÍN ADÁN ENTRE LOS LOCOS

 

Esto se ha roto una vez

y se ha vuelto a romper

Espejo de la infancia

recorrido incierto,

doblado paso de niño

se rompe una pata

al doblar una esquina

al doblez de la página

al doblar esta vida

se parte siempre en pedazos

de risa

y solo plumas y escamas

quedan en tu cara volando

No era que nada me gustase la soledad

o tus labios manzana

sino de tanto cantar

se (me) iba el hilo

los muros de esta ciudad mojada

los trenes no cesan

la luz, el foro, el pedal

Intensivas flores que temprano en la mañana

había

Únicamente mi perfil de gato

la campana Catalina

y yo que solo había soñado

tomarte de la mano

Todo continúa siempre ahí

y nada cambia sin poema

escritura rota, abandonada,

como yo

o esta patria, este pueblo

y sin embargo ahí

adherido

Era un hombre niño

 que se puso serio

ke kantó a las piedras

a una torre, a una pierna elevada

Estás de pie

al centro de mi lengua

y en el universo entero de ronquidos

es la lluvia de cometas te busca

el inmenso árbol del amor y la saliva

los animalitos los insectos

y siempre los peces

Pero, Luna,

quebrada entre mi pecho

bajo esta sombra sideral me persigue

no somos nada,

en tu metal me he mirado,

en tus arlequines secretos

Al final no existes

Blanco diluido en pelos de la noche

Retina rota

Página perdida

Termino como soy:

hombre solo mira sin palabras

sus palabras

y sobre el agua no cesa

mil rostros como el mío se van huyendo

mil ideas

mil deseos

La frente amplia, pómulos perfectos

y la risa de todos los niños y las niñas

en mi risa reunida

en ese lento transpirar

de siempre me conoces




Wandel [La transformación] es un nuevo libro, en poesía y diseño, de César Ángeles Loayza: escritor forjado durante los álgidos años 80. Desde su presentación, convoca la atención por sus particulares dimensiones: un inhabitual 27 x 17cm que además incluye ilustraciones, algunas de las cuales nos remiten al arte serigráfico. El libro está dividido en dos grandes secciones. Con un lenguaje experimental, la primera sección se inicia con un largo poema (que da nombre al libro) que corre como un flujo abordando circunstancias personales del autor, diversas interacciones sociales y una heterogénea memoria histórica; a lo cual se integra unos breves poemas que redondean significados en torno a las relaciones humanas, los viajes y ambientes cotidianos. La segunda parte la constituyen innovadoras prosas en clave poética, con un lenguaje libre, a partir de experiencias de migraciones, el transcurrir del tiempo, la relación amorosa y sensual, entre otros avatares de la humanidad en diversas ciudades y tiempos.

El poeta e investigador Luis Fernando Chueca ha caracterizado así este volumen de Ángeles Loayza: “Wandel es una palabra alemana que se traduce como transformación o ‘La transformación’; pero quizá, también, como “camino” o como “vida”, [...]. Se perciben muchas voces, fragmentos de discursos, visiones, deseos, horizontes y decepciones que atañen a muchos y muchas más que solo a la imagen fragmentada y diversa del autor en las fotografías que forman parte del libro, a todo lo cual se superpone la propia voz del poeta que se trabaja desde el diálogo con otras voces. No creo que haya que hablar de influencias, porque no conducen a un estilo o a un tono que se asuma, sino confluencias, encuentros con otras escrituras: Heraud, por supuesto, Lucho Hernández, Enrique Lihn, Westphalen, Vallejo o Juan Gonzalo Rose, por solo mencionar algunos nombres. Con ellos, también, Wandel logra tocar al lector. Acercarse y producir nuevas miradas, nuevos modos de estar en el camino de las transformaciones”


*


El otro día estaba detenido

y me acordé de ti,

de cuando nos veíamos con películas

en la mirada

tomé al aire de la mano

apreté mi frío

bajo los bolsillos y continué mi larga marcha

por este firmamento en petrus

de laberintos, gente y motores

alienado y temblando ante los hombres

De miedo no fui a jugar al parque

Era el cielo de las desgracias y

Todo quebrado me inmovilicé

para acordarte, debajo de una mesa

He sido siempre el mismo

El niño sin respuestas

la mirada grande

manos extendidas,

he sido, a qué dudarlo,

la estrella de tus sueños

esqueleto derrotado bajo crepúsculo de arena

el olor de las frutas con

las risas del verano

y ese hilo de sudor bajando por la espalda

cuando alguien apaga la luz y ya no sé

[Primera parte: pp. 26-27]

 

 

CRIMEN Y CASTIGO

 

Huelo sangre

mi piel tiene sangre mis

ropas manchadas por sangre

las cortinas en sangre

goterones sanguinolentos y coagulados en la

única ventana

de esta habitación

aire de polvo / foco de luz / invierno

Moscú transita lentamente

como si las moscas hibernaran y

el vapor y la nieve hicieran

decir a los amantes

fantasmales diálogos de amor

muy juntos de la mano por el Volga

El ruido del tren tan cerca

me aterra y

siento sangre en mi nariz

soñé que unos hombres disparaban

sobre mi cuerpo solitario

todo íbase apagando

algodón de arena en los oídos

silencio en la playa

sangre en las manos en la

cara en la pared en la puerta en la madera del

suelo

una mujer de sangre

viene y me ahoga con un beso apretado rojo

y profundo

[Primera parte: p. 41]

 

 

CON ENRIQUE LIHN EN LOS 80

 

Ingenuo. Y tú creyéndole también. Sacas medio cuerpo por la ventana. Aves verdes aguardan tu muerte. El sol. Brisa.¿Qué puedes decir que ya no sepa? Interlocutor equivocado. Se coloca lentes negros y silencio. Dice que el tiempo apremia, que digas de una vez tu rollo. Su barriga ha crecido en estos años. Tiene una celebración a dos. Los militares asedian. “Mi teléfono está intervenido hace meses. El otro día escuché a mis interventores. Les menté la madre o algo parecido. No recuerdo. Había bebido”. Silencio. Tocan la puerta. Recuerdo rápidamente algunas escenas de Un día muy especial (Ettore Scola). Él me hace la seña de que no hable. Sobre la foto del comedor se destaca la foto de una bella muchacha. Ella sonríe abrazada a él. Los cubren túnicas hindúes muy blancas. “Se llamaba Daniela. La mataron en un mitin estudiantil”, había dicho. (Me imagino el reportaje: fotos de la represión y una gran foto suya para abrir). Ya no tocan. “¿Y por qué no radicas fuera, como otros escritores?”. (La vecina le grita a su hija). “No podría. ¿De qué voy a escribir si no es de mi país? Aquí me formé. Es lo que conozco mejor”. Tenía un poema donde Chile se consumía en llamas. Un poema (¿o era una noticia?) donde cien hombres caminaban —o algo así— amarrados y los rostros cubiertos. “La gente dice que de noche escuchaba gritos en el cielo. Luego supimos que desde los aviones lanzaban bolsas con prisioneros directo al medio del lago”. Se levantó y tomó las 2 botellas de vino. Dijo que tenía que irse, que tenía un compromiso —o algo así—. Yo podía quedarme allí. Cuando quisiera salía y cerraba la puerta. Por la ventana abierta ingresaba aire fresco. Estiré una mano y casi se me cae / al vacío. De pronto sonó el teléfono. No quise contestar. Sonaba y sonaba. Me acerqué a la puerta, salí y cerré. “Oye, cabrón, ¿tienes fuego?”, me dijo el vecino. Cigarro entre labios, cadáver entre colinas.

“Sí”, respondí. Encendí el fuego.

 

[Segunda parte: p.69]

 

 

ODISEO EN EL MERCADO (PARÍS EN NAVIDAD)

 

Conocí a una mujer alta. Silueta saludable. Cuello largo, iluminado por la luna. Mirada nerviosa y sonrisa grande, con luz. 20 años. Y yo era mayor. Nació en Atenas y estudiaba en París, Ciencias Políticas. Una tarde nos citamos bajo el Arco del Triunfo (“in the middle, under de Arc of Triumph” le dije por teléfono en mi precario inglés, porque no hablaba castellano aunque empezaba a estudiarlo); allí vimos, bajo la lluvia que empezó a desatarse (diciembre), un ritual de homenaje hecho por sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial. Al día siguiente caminamos en Montmartre y accedió a comprar y tomar entre los dos una botella de vino. No tomaba. Había tenido un accidente que golpeó su cabeza y evitaba el alcol. Llovió otra vez.

Al día siguiente me iba de París a Barcelona. Me sorprendió en la estación de autobús, media hora antes de partir cuando pagaba el billete que había reservado. Nos despedimos con besos y pocas palabras. Sentí que no sabía cómo decirle lo que tenía dentro. Volví intranquilo a Catalunya. Al día siguiente de llegar, el inefable andaluz con quien yo vivía me dijo que ella había llamado. Anastasia. La llamé. Hablamos pocos minutos. El 24 por la mañana me llamó también. Cruzamos algunas frases muy rápidas. Le insistí que viniese a Barcelona; ella me preguntó si realmente yo quería eso.

El fuego me quemaba la ropa. Cargué a mi padre sobre mis hombros y salimos de Troya pero mi padre murió en el mar mientras viajábamos hacia Italia. Lo enterré cuando pisamos el continente. Un mundo estaba con él y me pertenecía desde entonces. Sabía que Itaca no existía. Tuve un sueño e imaginé a Anastasia, con su largo gabán, buscándome en los pasillos del aeropuerto entre la multitud. Estaba a punto de partir a Moscú y besaba a una mujer pelirroja que no recuerdo ahora quién era. Entonces salí  ansioso a su encuentro, pero la perdí de vista, había mucha gente. Varios perros estaban  colgados de la torre de control y de algunos aviones colgaban también sus pequeños  cadáveres, en puntos estratégicos. Argos era uno de ellos, y sentí un golpe seco en el  corazón. La guerra había empezado en el Perú y hasta aquí llegaban sus altavoces.  Imaginé a Penélope, linda, y tejiendo y destejiendo para sortear a los pretendientes. Penélope sacando un puñal bajo su manta blanca o dorada casi transparente que dejaba  adivinar sus perfectas formas de mujer deseada por casi toda la isla, mujeres incluidas. Imaginé a Penélope matando al último pretendiente que alcolizado empezaba a acosarla  con violencia.

Y entonces te vi por última vez, con tu blusa roja y tu mirada navegando en mi mirada sonriendo de sorpresa y emociones. “¡Anastasia!”, grité, y corrí a tu encuentro entre la gente e hicimos el amor con nuestras bocas y lenguas y las caricias cayeron como frutas abiertas, y con la última llamada para abordar nos despedimos. Arriba el sol estaba más intenso, y abajo tu cara tu cara tu cara tu cara entre las caras, y mi antiguo corazón al fin se hizo pedazos.

[Segunda parte: pp.72-73

 

 

(Fuente: Angeles del papel)






 

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