"CANTOS A LA LUNA" Y "WANDEL"
Cantos a la Luna es el sexto libro, en poesía y diseño, de César Ángeles Loayza. Consta de tres secciones vinculadas entre sí. La primera parte son 10 poemas numerados en romano, que expresan en un lenguaje simbólico las vicisitudes del ser humano en relación con el cosmos, la vida misma y la Luna. La segunda sección son poemas breves que enfatizan en la cotidianeidad social, así como experiencias viajeras del poeta.
Y la última sección es un homenaje a dos poetas emblemáticos de nuestra tradición literaria como Abraham Valdelomar y César Vallejo. En su brevedad, este libro expresa experiencias humanas con diversos ritmos e intensidades, y sosteniendo un lenguaje poético renovador.
El poeta e investigador Roger Santiváñez lo presentó del siguiente modo: “Pues bien, ahora tenemos a César Ángeles Loayza, connotado poeta peruano de la generación del 80, Entregándonos estos nuevos Cantos a la Luna [...]. El poemario se abre con una llamada hacia atrás, hacia ‘otros tiempos’, como sugiriéndonos la antigüedad del tema. Pero, en realidad, se nos habla de una época en la que el poeta –según nos dice– ‘yo levantaba la mano / y se levantaban los árboles y / las cordilleras’, en contraposición a una actualidad en la que afirma ‘ahora que / levanto la misma mano / se yerguen también la flora sarcástica / los minerales / los huesos y / riñones / de mis amigos muertos’”
AMA NE SER
es el barco y se va en dirección perdida
con todas sus voces y ritmos
ya no cabe nadie
cuán a fondo se va esta nave
cuánto se sumerge
en búsqueda de marinos monstruos legendarios
hoy todo este paisaje
de la vida
se fija tan al este en la memoria
no vendrán ángeles hermosos
a salvar
la última navegación
no vendrán acaso a impedir
el último viaje
y yo, hermanado con el barco
me sumerjo en extrañas profundidades
murmurando versos, palabras sueltas
procurando compañía
esta noche inmensa
grita la quebrada, y el aire cada vez
está más frío
solo en soledad
me doblo como el primer día
y grito un aullido largo
atraviesa la tierra
¿qué vendrá después de esto?
nada
quizás todo
un barco se pierde
a la espalda de la Luna
y ni así has de venir?
V
La canción de la Luna
es la de los iluminados
es de los desesperados,
de los sin familia,
sin mujeres, sin parientes
Tal es ese canto
humareda perdida entre 2 árboles
Blancos los corales, peces rombos, chillidos
de aves continuas en cielo visto por nadie
y la sangre derramada
a pleno sol del día
Son, en fin, acordes de mi herencia
Esdrújula garganta alejada de ti
de tus toses y ronquidos, de tu vocabulario escupitajo
y tus sables
Es también espejo que el aire domina
gira y gira
y nada me refleja
y para nada (me) sonríe, acogota, aproxima
IX VALLEJO CAMINA POR LA LUNA
Todo
Todo te estaba esperando
un hombre tendido
en el desierto
una rosa abriéndose
centro de boca curva perfecta
todo en ese pecho
no se cansa de verte
emocionado
todo entre los ojos,
en mirada de gato
de libélula
de araña pobre que se estrella
ventanas cerradas
puertas cerradas
en el sombrero todo,
entre las cantinas
el polvo que no cesa
el tren que chilla
la mujer que mira y fuma
los astros
los planetas
las estrellas
el hombre, pregunta y pasa
Amplio bosque de pinos
donde contuve en haz de luz mi vida
Todo sin cesar
en la mañana te aguardaba
y ahora dicen
no queda mano que comande la marea
no resta agua solo polvo sobre polvo
lagartijas
huesos más jirones de ropa
sobre prado de espejismos
roto espejo infinito
donde caminar
no amor
no palabras
Ni bailes de la cintura
largamente por el río
Todo te estaba esperando
como a mí
pero ahora que llegaste
el cielo calla
el niño pregunta qué hora es
la mujer murmura
el hombre torna su cabeza
en escena de mares con burbujas
y todo se inclina
y todo se para
Para qué has venido, desamparada,
para qué sino por el ajeno canto de la tierra,
de sus bacilos, sus moléculas, sus partes olvidadas
X MARTÍN ADÁN ENTRE LOS LOCOS
Esto se ha roto una vez
y se ha vuelto a romper
Espejo de la infancia
recorrido incierto,
doblado paso de niño
se rompe una pata
al doblar una esquina
al doblez de la página
al doblar esta vida
se parte siempre en pedazos
de risa
y solo plumas y escamas
quedan en tu cara volando
No era que nada me gustase la soledad
o tus labios manzana
sino de tanto cantar
se (me) iba el hilo
los muros de esta ciudad mojada
los trenes no cesan
la luz, el foro, el pedal
Intensivas flores que temprano en la mañana
había
Únicamente mi perfil de gato
la campana Catalina
y yo que solo había soñado
tomarte de la mano
Todo continúa siempre ahí
y nada cambia sin poema
escritura rota, abandonada,
como yo
o esta patria, este pueblo
y sin embargo ahí
adherido
Era un hombre niño
que se puso serio
ke kantó a las piedras
a una torre, a una pierna elevada
Estás de pie
al centro de mi lengua
y en el universo entero de ronquidos
es la lluvia de cometas te busca
el inmenso árbol del amor y la saliva
los animalitos los insectos
y siempre los peces
Pero, Luna,
quebrada entre mi pecho
bajo esta sombra sideral me persigue
no somos nada,
en tu metal me he mirado,
en tus arlequines secretos
Al final no existes
Blanco diluido en pelos de la noche
Retina rota
Página perdida
Termino como soy:
hombre solo mira sin palabras
sus palabras
y sobre el agua no cesa
mil rostros como el mío se van huyendo
mil ideas
mil deseos
La frente amplia, pómulos perfectos
y la risa de todos los niños y las niñas
en mi risa reunida
en ese lento transpirar
de siempre me conoces
Wandel [La transformación] es un nuevo libro, en poesía y diseño, de César Ángeles Loayza: escritor forjado durante los álgidos años 80. Desde su presentación, convoca la atención por sus particulares dimensiones: un inhabitual 27 x 17cm que además incluye ilustraciones, algunas de las cuales nos remiten al arte serigráfico. El libro está dividido en dos grandes secciones. Con un lenguaje experimental, la primera sección se inicia con un largo poema (que da nombre al libro) que corre como un flujo abordando circunstancias personales del autor, diversas interacciones sociales y una heterogénea memoria histórica; a lo cual se integra unos breves poemas que redondean significados en torno a las relaciones humanas, los viajes y ambientes cotidianos. La segunda parte la constituyen innovadoras prosas en clave poética, con un lenguaje libre, a partir de experiencias de migraciones, el transcurrir del tiempo, la relación amorosa y sensual, entre otros avatares de la humanidad en diversas ciudades y tiempos.
El poeta e investigador Luis Fernando Chueca ha caracterizado así este volumen de Ángeles Loayza: “Wandel es una palabra alemana que se traduce como transformación o ‘La transformación’; pero quizá, también, como “camino” o como “vida”, [...]. Se perciben muchas voces, fragmentos de discursos, visiones, deseos, horizontes y decepciones que atañen a muchos y muchas más que solo a la imagen fragmentada y diversa del autor en las fotografías que forman parte del libro, a todo lo cual se superpone la propia voz del poeta que se trabaja desde el diálogo con otras voces. No creo que haya que hablar de influencias, porque no conducen a un estilo o a un tono que se asuma, sino confluencias, encuentros con otras escrituras: Heraud, por supuesto, Lucho Hernández, Enrique Lihn, Westphalen, Vallejo o Juan Gonzalo Rose, por solo mencionar algunos nombres. Con ellos, también, Wandel logra tocar al lector. Acercarse y producir nuevas miradas, nuevos modos de estar en el camino de las transformaciones”
*
El otro día estaba detenido
y me acordé de ti,
de cuando nos veíamos con películas
en la mirada
tomé al aire de la mano
apreté mi frío
bajo los bolsillos y continué mi larga marcha
por este firmamento en petrus
de laberintos, gente y motores
alienado y temblando ante los hombres
De miedo no fui a jugar al parque
Era el cielo de las desgracias y
Todo quebrado me inmovilicé
para acordarte, debajo de una mesa
He sido siempre el mismo
El niño sin respuestas
la mirada grande
manos extendidas,
he sido, a qué dudarlo,
la estrella de tus sueños
esqueleto derrotado bajo crepúsculo de arena
el olor de las frutas con
las risas del verano
y ese hilo de sudor bajando por la espalda
cuando alguien apaga la luz y ya no sé
[Primera parte: pp. 26-27]
CRIMEN Y CASTIGO
Huelo sangre
mi piel tiene sangre mis
ropas manchadas por sangre
las cortinas en sangre
goterones sanguinolentos y coagulados en la
única ventana
de esta habitación
aire de polvo / foco de luz / invierno
Moscú transita lentamente
como si las moscas hibernaran y
el vapor y la nieve hicieran
decir a los amantes
fantasmales diálogos de amor
muy juntos de la mano por el Volga
El ruido del tren tan cerca
me aterra y
siento sangre en mi nariz
soñé que unos hombres disparaban
sobre mi cuerpo solitario
todo íbase apagando
algodón de arena en los oídos
silencio en la playa
sangre en las manos en la
cara en la pared en la puerta en la madera del
suelo
una mujer de sangre
viene y me ahoga con un beso apretado rojo
y profundo
[Primera parte: p. 41]
CON ENRIQUE LIHN EN LOS 80
Ingenuo. Y tú creyéndole también. Sacas medio cuerpo por la ventana. Aves verdes aguardan tu muerte. El sol. Brisa.¿Qué puedes decir que ya no sepa? Interlocutor equivocado. Se coloca lentes negros y silencio. Dice que el tiempo apremia, que digas de una vez tu rollo. Su barriga ha crecido en estos años. Tiene una celebración a dos. Los militares asedian. “Mi teléfono está intervenido hace meses. El otro día escuché a mis interventores. Les menté la madre o algo parecido. No recuerdo. Había bebido”. Silencio. Tocan la puerta. Recuerdo rápidamente algunas escenas de Un día muy especial (Ettore Scola). Él me hace la seña de que no hable. Sobre la foto del comedor se destaca la foto de una bella muchacha. Ella sonríe abrazada a él. Los cubren túnicas hindúes muy blancas. “Se llamaba Daniela. La mataron en un mitin estudiantil”, había dicho. (Me imagino el reportaje: fotos de la represión y una gran foto suya para abrir). Ya no tocan. “¿Y por qué no radicas fuera, como otros escritores?”. (La vecina le grita a su hija). “No podría. ¿De qué voy a escribir si no es de mi país? Aquí me formé. Es lo que conozco mejor”. Tenía un poema donde Chile se consumía en llamas. Un poema (¿o era una noticia?) donde cien hombres caminaban —o algo así— amarrados y los rostros cubiertos. “La gente dice que de noche escuchaba gritos en el cielo. Luego supimos que desde los aviones lanzaban bolsas con prisioneros directo al medio del lago”. Se levantó y tomó las 2 botellas de vino. Dijo que tenía que irse, que tenía un compromiso —o algo así—. Yo podía quedarme allí. Cuando quisiera salía y cerraba la puerta. Por la ventana abierta ingresaba aire fresco. Estiré una mano y casi se me cae / al vacío. De pronto sonó el teléfono. No quise contestar. Sonaba y sonaba. Me acerqué a la puerta, salí y cerré. “Oye, cabrón, ¿tienes fuego?”, me dijo el vecino. Cigarro entre labios, cadáver entre colinas.
“Sí”, respondí. Encendí el fuego.
[Segunda parte: p.69]
ODISEO EN EL MERCADO (PARÍS EN NAVIDAD)
Conocí a una mujer alta. Silueta saludable. Cuello largo, iluminado por la luna. Mirada nerviosa y sonrisa grande, con luz. 20 años. Y yo era mayor. Nació en Atenas y estudiaba en París, Ciencias Políticas. Una tarde nos citamos bajo el Arco del Triunfo (“in the middle, under de Arc of Triumph” le dije por teléfono en mi precario inglés, porque no hablaba castellano aunque empezaba a estudiarlo); allí vimos, bajo la lluvia que empezó a desatarse (diciembre), un ritual de homenaje hecho por sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial. Al día siguiente caminamos en Montmartre y accedió a comprar y tomar entre los dos una botella de vino. No tomaba. Había tenido un accidente que golpeó su cabeza y evitaba el alcol. Llovió otra vez.
Al día siguiente me iba de París a Barcelona. Me sorprendió en la estación de autobús, media hora antes de partir cuando pagaba el billete que había reservado. Nos despedimos con besos y pocas palabras. Sentí que no sabía cómo decirle lo que tenía dentro. Volví intranquilo a Catalunya. Al día siguiente de llegar, el inefable andaluz con quien yo vivía me dijo que ella había llamado. Anastasia. La llamé. Hablamos pocos minutos. El 24 por la mañana me llamó también. Cruzamos algunas frases muy rápidas. Le insistí que viniese a Barcelona; ella me preguntó si realmente yo quería eso.
El fuego me quemaba la ropa. Cargué a mi padre sobre mis hombros y salimos de Troya pero mi padre murió en el mar mientras viajábamos hacia Italia. Lo enterré cuando pisamos el continente. Un mundo estaba con él y me pertenecía desde entonces. Sabía que Itaca no existía. Tuve un sueño e imaginé a Anastasia, con su largo gabán, buscándome en los pasillos del aeropuerto entre la multitud. Estaba a punto de partir a Moscú y besaba a una mujer pelirroja que no recuerdo ahora quién era. Entonces salí ansioso a su encuentro, pero la perdí de vista, había mucha gente. Varios perros estaban colgados de la torre de control y de algunos aviones colgaban también sus pequeños cadáveres, en puntos estratégicos. Argos era uno de ellos, y sentí un golpe seco en el corazón. La guerra había empezado en el Perú y hasta aquí llegaban sus altavoces. Imaginé a Penélope, linda, y tejiendo y destejiendo para sortear a los pretendientes. Penélope sacando un puñal bajo su manta blanca o dorada casi transparente que dejaba adivinar sus perfectas formas de mujer deseada por casi toda la isla, mujeres incluidas. Imaginé a Penélope matando al último pretendiente que alcolizado empezaba a acosarla con violencia.
Y entonces te vi por última vez, con tu blusa roja y tu mirada navegando en mi mirada sonriendo de sorpresa y emociones. “¡Anastasia!”, grité, y corrí a tu encuentro entre la gente e hicimos el amor con nuestras bocas y lenguas y las caricias cayeron como frutas abiertas, y con la última llamada para abordar nos despedimos. Arriba el sol estaba más intenso, y abajo tu cara tu cara tu cara tu cara entre las caras, y mi antiguo corazón al fin se hizo pedazos.
[Segunda parte: pp.72-73
(Fuente: Angeles del papel)
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