ANÁFORA
Cada día empieza con tanta
ceremonia, con pájaros, campanas,
el silbato de una fábrica;
a cielos de un oro tan blanco se abren
nuestros ojos, a paredes tan brillantes,
que por momentos nos preguntamos
“¿De dónde viene la música, la energía?
Y el día ¿para qué criatura inefable se creó,
que seguro perdimos?” Ah, sin demora
aparece él y al instante asume su forma
terrena, al instante cae
víctima de la vieja conspiración
adquiere la memoria y una fatiga
mortal mortal.
Más lento, entra en el campo visual
y se derrama sobre las caras moteadas,
oscureciéndose, condensando toda su luz;
a pesar de todo el sueño
malgastado en él con esa mirada,
padece nuestros usos y abusos,
se hunde en la marea de los cuerpos,
se hunde en la marea de las clases
rumbo a la noche, al mendigo de la plaza
que, agotado, sin lámpara ni libro
prepara estudios fantásticos:
el fenómeno ardiente
de cada día de inacabable
inacabable aceptación.
(Fuente: Revista El humo)
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