La viuda negra
Quizá la vida
es el momento
al despertar
en una hora muerta
entre la medianoche
y la madrugada.
Una palabra
se disuelve al llegar a la boca
porque se abren los ojos
y es otra la casa,
los objetos en su dimensión,
ya no se necesita
más que un cigarrillo,
encender la luz,
fue un momento de estupidez.
Se extraña
a quien no se conoce,
aun cuando está allí.
Un café,
hay películas
durante toda la noche.
No se puede salir
con esta tormenta
que sacude los árboles,
un huracán magnífico
batiendo la calle,
los cristales,
alzás tu copa
hacia la ventana empañada.
Tu copa sin somníferos,
quisieras dormir como él,
absorber su pesadez,
su contundencia.
Qué se puede hacer
con esta lluvia,
lavar su copa,
limpiar lo que tocaste,
tenés que dejar el cuarto
antes de que él despierte,
nunca dirá que te recuerda,
que no entiende qué pasó
pero denunciará la falta del dinero,
del reloj.
Las mejores presas
se encuentran en el bingo.
Da igual, siempre es un sueño
superpuesto a un rostro
u otro.
Nadie está aquí,
nadie estaría aquí
cuando te despertaras
si te durmieras.
Pero hay una película,
llueve y alguien duerme a tu lado,
el cuarto está tan tibio.
Dormir
sería sin embargo despertar.
Sería dormir,
nadie te protegería como vos
al fin y al cabo lo protegés
de atravesar esta noche inmensa.
Paró la tormenta,
un cartel ilumina el espejo
y lo deja a oscuras,
con esa luz te peinás
y desaparecés,
te distraés con tus uñas,
ahora te retiene el silencio
o queda algún detalle
o falta algo,
la alianza
que cuelga de una cadena
sobre tu pecho.
La mente registra infinitos
números de teléfono,
retazos de frases,
gente
que para vos es sólo gente
y apenas te registra
como gente,
esa mujer que pasea a su perro
es el centro de su mundo.
Desde el cuarto
se percibe la llegada del otoño,
es un estado de la calle,
un viento melancólico en los árboles
furiosos
por el fin del verano.
Volvés a mirar la alfombra,
sentís que algo dejás
en esta habitación.
No importa que fumes,
todo el mundo fuma la misma marca,
no hay algo que te distinga
y nunca acertarán
en lo que te diferencia.
Aquí se ve el cielo,
lo habías olvidado.
El dinero es suficiente,
podrías ir a otra playa
antes de que llegue el frío.
O a cualquier parte,
por qué no este cuarto.
Te queda poco tiempo.
Sin embargo te quedás
mirándolo dormir,
te recuerda algo.
O es el otoño
en que todo parece recuerdo
de una felicidad perdida
como si tu relato de viudez
fuera cierto.
Querés ver el final de esta película,
“miénteme, Viena,
dime que me has esperado
todos estos años”.
Nunca dicen no quiero,
dicen no puedo,
en otra época
lo hubieras tomado en serio.
Pediría demasiado,
dijiste,
así es que no pido nada,
tomo lo que me interesa,
se rió,
se excitó,
no era un chiste.
Ya no sabés quién comenzó
la vieja historia,
es la ley del juego,
toda presencia amenaza despojarnos,
también para vos es un riesgo,
te están buscando en los casinos.
Un día me voy a encontrar
con mi destino,
pensás,
un alfil blanco
recorre esta ciudad
como un tablero,
ante cada pregunta posible
las responde todas,
devora los caballos.
Cabalgan, Viena
en pantalones de cuero
negro,
camisa negra,
esos ojos
esperaron demasiado,
destila un alcohol
venenoso,
tiene su propia taberna y llega
Johnny.
Quizá el amor sucede,
quizá exista
un nombre para decir
al despertar.
La noche es un animal
agazapado,
no la araña
que tira demasiadas líneas
en sitios de tránsito
previsibles.
Sin embargo en esa hora
de nadie
la araña parece una mirada.
Algo te paraliza
en este cuarto.
Algo que apenas sentirías,
algo
después de todo pequeñísimo
como una araña
amenaza revelarse como un rayo,
un escalofrío ante el contacto
de esta noche,
ahora
una lluvia fina
y persistente.
Los árboles están quietos,
comienza a amanecer,
apagás el televisor
y te lavás la cara,
la lluvia
va a acompañarte durante el viaje
como un solo de saxo,
no es un final tan malo
aunque trillado,
Viena lo esperó, realmente,
todos esos años
por un solo momento
de estupidez.
De Matar a un animal. Raspabook, 2015
(Fuente: El poeta ocasional)
No hay comentarios:
Publicar un comentario