Al margen de pensamientos sobre la demolición de casas
(Me recuerdo, o lo recuerdo a él, con diez años
el día de la mudanza
a la nueva vivienda en la ciudad extraña,
esperando a que desembalen el sofá
para sentarse a leer de un tirón el libro escogido
de la caja recién llegada y recién abierta.
Con vaguedad
recuerdo al muchacho de diez años
que, absorto, lee Cómo murieron Hitler y los suyos
mientras muebles y enseres
ocupaban los espacios vacíos, vírgenes.
Y recuerdo también que, casi 30 años más tarde,
otro yo algo más curtido por la vida,
ambihuérfano y quizás más maduro,
volvió por última vez al mismo piso,
al de los padres, ya vendido,
sin enseres ni muebles,
frío y luminoso.
Como escribió Miguel Espinosa,
las historias principian realmente
por el final.
Es decir, sólo el segundo paréntesis
permite apreciar la sutil curvatura del primero.)
aguas…
aguas
arenas
vientos
apagan
avivan
cubren
fuegos
rasgos
deseos
Barcelona o París
Siguiendo el duro ejemplo de París,
para crear la Gran Vía madrileña
o el paseo de Lluís Companys en Barcelona
se arrasaron laberintos medievales,
una trama y urdimbre de callejas,
y se abatieron casas sucias, viejas, diminutas
en aras del progreso
abriendo espacio a avenidas anchas, rectas,
vigiladas por un sol intenso y ciego.
Tendríamos que hacer algo semejante
en el espíritu, el alma, la memoria
(la mente es sólo el nombre que le damos
al latir incesante del cerebro);
habría que actuar ya, sin miramientos,
saneando, derruyendo, desbrozando,
erigiendo una cuadrícula perfecta
de nuevo, desde cero
en vez de este avispero de recuerdos…
Recuerdos del futuro
Los insectos se extinguen. ¿Quién polinizará
melones, alcachofas, berenjenas, almendras,
peras, albaricoques, cerezas, girasoles
cuando desaparezcan, inermes, las abejas?
Caminaremos solos, seguros, en ciudades
sin lluvia que las bese, sin viento que las meza,
o rozando los codos en vagones metálicos
ajenos a las miras de la naturaleza.
¿Seremos más felices? A quién preocupa eso…
Viviremos más años. Tendremos más certezas
gobernados por hombres que, con puño de hierro,
sabrán qué ambicionamos y qué nos interesa.
A fin de cuentas somos seres imperceptibles,
livianos en el tiempo, que apenas dejan huella…
Hablamos de una fina capa de asfalto o césped
olvidando el latido del centro de la Tierra.
In viro veritas
En el virus la verdad. Apenas tiene
importancia alguna esta pandemia
salvo la de catalizador, la de reflejo
de nuestra decadencia e impotencia.
¿De qué progreso hablaban? Damos pasos
atrás; reconstruimos las fronteras;
vemos en el televisor o el microscopio
(eminente espectáculo de feria)
la carrera espacial de las vacunas
entre gobiernos, firmas farmacéuticas;
hacemos caso a tal o cual político
sin visión de futuro, sin vergüenza;
peleamos por minucias o despojos
como estúpidas aves carroñeras;
damos palos de ciego, damos golpes
a quien nos curaría la ceguera.
Pésimo ejemplo damos, si procede,
a las generaciones venideras.
El mundo ya no tiene quien lo arregle:
vendrán hambrunas, crisis, entreguerras…
La pandemia habrá sido lo de menos.
En el virus la verdad, la peripecia.
******
Jorge Camacho Cordón (Zafra, 1966). Hasta 2016 ha escrito poesía principalmente en esperanto, recogida en nueve poemarios: Celakantoj (Celacantos), Saturno, Eklipsas (Eclipsa), Koploj kaj filandroj (Coplas e hilarañas), La silika hakilo (El hacha de sílex), En la profundo (En lo hondo), Strangaj spikoj (Espigas extrañas), Palestino strangolata (Palestina estrangulada) y Brulvunde (Como una quemadura). En 2018 publicó su primer libro de poemas en castellano, Palestina estrangulada. El presente título, Quemadura, reúne el resto de su poesía en español, escrita a lo largo de los últimos treinta años.
(Fuente: Zenda libros)
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