DÉCIMACUARTA CARTA
Buenos Aires –con esa artificialidad
que la caracteriza– se ha adornado
con alces, Merry Christmas
y abundantes señoras con paquetes. También
se ven trineos,
copos de nieve, estepas; los termómetros
marcan garrapiñadas, aceitunas,
treinta y pico a la sombra
y los fugaces aguinaldos
vuelan igual que papirolas
o papelitos
hechos con viejas
agendas como
los que caen a fin de año desde las oficinas
de diagonal Norte o Florida.
No soy, como se ve, un optimista
y lo que más me gusta de estas fiestas
(en las que Dios, estoy seguro
toma sus vacaciones
en el Ártico) son los jazmines del Cabo.
De cualquier modo
no hay que descartar la posibilidad
de que esté equivocado (como siempre),
que los pobres no duelan tanto
como uno se imagina
y que la gente
sea feliz entre budines,
promesas de ministros
y detestables vinos espumantes.
Tampoco habría que olvidarse
que yo me vuelvo un tonto en estas ocasiones,
que no te siento cerca y que es difícil
que alguien me obsequie
una media, un ojal, una nada, una avispa,
una mano meciéndome las canas,
un calendario sin Diciembre
para guardarlos
en la jaula del loro o en un cofre de plata
o en el pan dulce
que alegremente comeré esta noche.
(Fuente: César Cantoni)
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