miércoles, 30 de diciembre de 2020

Francisco Madariaga (Corrientes, Argentina, 1927 - 2000)

 

 

La selva liviana

 

El sonido de un tren que se ahoga en la catarata

     de las hojas.

Al fondo de la selva liviana y los cocoteros se

     hunde el nivel del llanto,

     el peso entero de los sueños.

Peso entero del saco de perfume de la gracia.

Estoy entre la espada del paisaje y el ladrillo

     caliente del olvido,

     viajando con un ardor de joya y sangre.

Escuchando el aullido de mi candor: mi nueva

     fiesta.

 

2

A paladas, silbatos.

El tren se encierra en sí al borde de los esteros

      nocturnos.

Su polvo ciudadano tiene miedo a la gran

      humedad de la tierra,

      al aire cálidamente eléctrico,

        a los cisnes del negro vapor nocturno de la

herida del mundo.

 

 

3

La imaginación arde envuelta en las ruedas

      de un ten desorientado.

Bananas y bananas caen al aire.

Una mujer desnuda a una escopeta en un templo,

Roe lentamente en el anillo de su corazón.

Frutera de la desgracia, frutera del destino.

 

 

 

Rehén de la colina

 

Oh candoroso embriagado entre loros,

entre isletas subiendo hasta el nivel de la

         colina,

canta en tu boca el canto ardiente de otra boca,

y cuando la sangre sube hasta tus ojos es

       porque están quebradas todas las fulguraciones

      del sollozo en tu pecho.

Canta, viejo rehén de la colina.

Arde, candoroso de alcohol negro, que con palmas

          salvajes tienen hijos que retornan al viento,

al gemido del clima en el olor áspero y cruel de

        las arañas del estero,

en aquel paisaje de cristal desprendido del fuego.

 

2

Asombra al mundo en un paisaje de enero,

        oh demente,

oh luz de la humedad.

Ah colgado sediento de unos ojos,

duerme, duerme bajo la luz del padre al otro

         extremo del poder y la delicadeza.

En tus ojos la berlina del viaje amarillo arde

         helada.

Beso tras beso el pasajero toca la raya de ácido

         caliente del retorno.

Sé piadoso con el otro límite de tu fragilidad,

         padre aletargado por el sol,

presión de la locura de una tierra suspendida en

          la tela del agua y del fuego.

 

 

 

Lágrimas de un mono

 

Yo quiero cautivar tu desesperación, oh mono

     adiós.

Tiemblas tanto en tus islas negras, oh mono

    adiós.

En los embarcaderos el color encendido en tus

     ojos tiene tanta fe.

Oh mono, retén el equilibrio de tu asombro.

Yo ya tiemblo en tus islas, mono adiós.

Tu odio virginal es idéntico a cuando se cruza

      mi alma con el mundo.

 

 

Cenit con reportaje

 

Carruaje celeste de la cuadrilla del sol

se derrumba en las laderas calientes.

Con un don infernal de encanto y de sonido

lloras entre los hombres tu desacuerdo

con el lenguaje,

con el manantial de la luz diaria herida

     que el hombre pobre reparte entre

     sus hijos.

 

 

Pasajera mulata

 

Mulata, lo radioso está totalmente entregado

al movimiento.

Amor es tu piel de pus de vidrio repartiendo

        los dones calientes de la vida,

dando a cada hombre su parte,

a cada mundo su parte.

 

 

 El tren marítimo

 

El horizonte con el astro volteado como un

         viejo padrillo entre las rosas.

Mi piel de fantasma atormentado por tanta

         madurez.

Mi sed de carozo astral donde desangran los

tesoros del mar y de la tierra.

 

 

 Turistas

 

Ella es como el cautiverio de una gran

       perla con gran pánico.

Y ese campesino formidable e imbécil que

         la acompaña, con cierto hedor lejano

         de radiante lepra.

Mala suerte redonda y letal de esa enorme

        mujer donde se aspira la criatura y el

       diamante.

 

 

 

De  El pequeño patíbulo   (1954)

 

(Fuente: Blog del amasijo) 

 

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