LAS MANOS DE MADRE ME DIBUJAN
Mientras muere solo las manos de madre siguen
sin morir, cortando el aire,
impersonales, forzadas,
curvándolo—sequía incesante lluvia
revolución de los órganos des-
activándose pero no estas extremidades,
aquí desde que por primera vez abrí mis primeros
ojos el primer día y ahí estaban,
delicadas, señalando, no retrocederán,
no pueden ser recordadas. Madre,
muriendo—madre no quiere
morir—madre aterrada despierta
cada noche pensando que está muerta-
gritando—madre no
recuerda quién soy cuando
acudo—quién soy—madre debemos
guardar el teléfono porque a quién
llamarás luego—ahora dice he
soñado tengo que ponerme este vestido, si
me pongo este vestido no moriré—
madre no puede ponerse el vestido
por la cadera rota y el brazo
roto y tubos y cables y cubetas
y dolor omnipresente, errante
delirio, en el fétido mundo-
sombra—geotrauma—trans-
natural—qué es este mensaje
que has estado garabateando para mí
toda la vida, qué es este arrastrarte
otra vez hoy hacia el no-ser. Dibújalo.
El mí que no está aquí. Quién es el
fantasma en la habitación. Que soy yo
ahora en el dibujo. Adónde nos
dirigimos. A qué me arrojas
con tu ojo presuroso—arriba
hasta mi luego abajo al blanco de la
página. Despedazas
el rostro. Veo mi codo ahí donde
ahora trazas la curva con el lápiz, lo
completas, me lo arrancas hacia
una generación más instantánea de
futuro extra. Rememoras, me despojas
de mi extrañeza, me
manufacturas, me incubas de sombras. Para
hacer qué, madre, aquí en esta
eternidad este segundo este millón
de años donde observo mientras todo es
observado y cancelado y re-
producido—multiplicando las facetas de
la luz en el aire matinal—los
dedos hurgando frenéticos en la bolsa de
bolígrafos, lápices, y luego aquí
están—las imágenes—y las manos
se mueven-trazan una
línea ahora, es nuestro mundo,
se horizonta, nos afantasmamos, sonámbulos,
todo a nuestro alrededor se nivela,
se cancela, nos transformamos, somo
apenas ruinas, perduramos, pero
para qué, los dedos profundizan
el bucle, reanimándolo, la mente
no lo sabe—no creo—
pero los dedos, oh, toda mi vida
exhumando lo invisible,
harta de las meras cosas, no
interesada en el enjuiciamiento, sino
en la convulsión—qué significa
convulsión—toda la energía, grave
asunto, sobre la dirección, trazando
rastros que se disuelven entre el ente
y los intersticios-aquí líneas firmes,
aquí un arranque polvoriento—hambre,
temor—comienza la investigación—no todo se ha
perdido—el pensamiento dilatado
unos segundos—el escrutinio desplazándose
entre el aquí y el aquí, conglomerados,
malezas, este podría ser el punto donde
entramos, o donde somos salvados,
podría ser un error, ella mira la
habitación traspasándome, no estoy
aquí entonces, intento alzarme en el rayo de luz,
nada de lo que hago lo hará
suceder, rostro pétreo, labor que
excluye todo lo que no es ella
misma, todo impulso en el proceso de
convertirse en todo afecto, cómo puedo tocar
esa mano como nieve nómada, cuándo
se repite el tiempo si aquí no hay
tiempo, o el tiempo ha sido cargado pero
no amartillado, por ello almacenado, del todo
clausurado, también me crearon pero no
así, busco la renuncia,
la expectativa, pero aquellos no son los
climas—si solo pudiera estar en
el escenario—mi tiempo no
pasa—de quién es el tiempo
que pasa—las manos apresurándose
en el papel, nublado con un sol
que afuera también garabatea y se apresura—
la sabiduría apartándose de la
sabiduría para ser—qué—algo
que podrá multiplicar el otro y no puede, una mancha
de azul en el exterior de pronto como la
extinción del lenguaje cuando los labios
se paralizan—sol—auto-
enunciándose—quiero que esto no sea
lo que escribo sobre ella, también que mis manos
no estén aquí, fundidas con las suyas
que nunca tomarán la mía en
ellas, no importa lo tarde que sea, no
importa que tengamos que abrirnos paso
corriendo entre toda esa gente y yo necesite
la mano, en algún lugar un claro
radiante, ¿nos dirigimos a él?, la cabeza
inclinada sobre la vasta página, la mano
trémula de viva emoción, no puedo decir
si da o recibe, no puedo decir qué es
lo que genera la línea, procede
de los largos dedos pero no es
ellos, todo se ha consumido, la sensación
de que todo-todo lo que necesitamos o tenemos—
se consumirá en este próximo acontecimiento,
esta captura, en realidad estridente aunque
solo puedes oír el leve
arañazo, y percibo el crepúsculo
acercándose aunque aún
despunta la tarde, insinuándose tan solo,
nadie aquí para verlo salvo yo, narrada
en la voz del silencio por arcos, contornos,
el viento que arrecia, ondulado, fluido—
tinta tiza carbón—círculos, espirales,
el río que corre
a ninguna parte, que ha sobrevivido a los
asombros y jamás volverá a
acercarse a ese ardor, hace
frio aquí, alzando la vista hacia qué,
mirando otra vez abajo, cómo es
posible que el mundo aún exista, cuando
empieza a tomar forma allí, en el no
ser, está el antaño están las
altas palabras, desprendidas, como
el canto del arrendajo arrojado cuando
el pájaro se marcha, frías mañanas,
arrastrando consigo el amanecer, dejando
al cuervo y al estornino al sol—ellos
han sabido qué encontrar en lo incondicionado,
lo inroturado lo inmaterial lo intacto y
lo han llevado a rastras hasta aquí—para que sea
visible
Deprisa
Traducción y prólogo de Rubén Martín y Antonio F. Rodríguez
Bartleby Editores
(Fuente: Papeles de Pablo Müller)
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