«El cuadro»
Jock Sturges.
Donde nadie enciende las luces ni limpia de maleza los viejos rosales que antaño resplandecían,
Ni siquiera los borrachos se aventuran a buscar cobijo en sus habitaciones cuando el frío se abalanza sobre sus gabanes sucios.
Sólo los gatos se atreven a seguir el rastro de los pajarillos
que sus dientes acarician al atardecer, como si los besaran,
o cuando los viejos vienen -dicen- a ocupar su sitio entre los muertos que no saben entrar en la alacena.
Más yo sé que no siempre fuera así.
Cuando uno se adentra por sus pasillos oscuros
y logra llegar a la habitación de los ventanales blancos,
todavía se escucha el rumor del agua que manaba de las viejas fuentes, y aún puede contemplarse la mancha que dejara en la pared aquel enorme cuadro
en el que unas muchachas de espaldas fibrosas y ondulantes
se bañan aún y cantan en el río.
A veces escucho el son de sus pulseras y sus risas de seda
y me acerco a contemplar cómo peinan sus brillantes cabelleras con los dedos,
y de pronto las veo lanzarse hacia los cielos hasta caer como arpones
y entrar afiladas con sus manos en las frescas corrientes del atardecer
para buscar el cieno las canciones perdidas de mi juventud y sus trompetas.
Entonces, tomo los últimos pinceles que llevo en los bolsillos
de mi gabán podrido y me acerco cuanto puedo al marco de ese cuadro
y desde allí mis dedos temblorosos pintan a un viejo borracho oculto entre los juncos,
(Fuente: Poesía de El Toro de Barro)
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