I
Yo quisiera ir hasta el centro
de toda cosa
en el trabajo, en la búsqueda
del camino, en los tumultos
del corazón.
Llegar hasta la sustancia
de los días fugitivos
hasta el origen
la raíz y el fundamento,
hasta la médula.
Cada vez asir el hilo,
de los hechos y destinos,
vivir, pensar,
sentir, amar, descubrir.
Si lograra apenas algo,
describiría en ocho líneas
los modos de la pasión.
Desenfrenos y pecados,
huídas, persecuciones,
con los codos y las palmas
en súbitos atropellos.
Deduciría sus leyes
y su principio,
volvería a pronunciar
iniciales de sus nombres.
Compondrían un jardín
los estremecidos nervios,
florecerían los tilos
uno tras otro en fila india
como los gansos.
En mis versos el perfume
de la rosa y de la menta,
junto a la siega del heno,
el prado y el esparganio
y el fragor de la tormenta.
Así Chopin una vez,
puso el viviente prodigio
de las moradas y los parques,
el bosque, las sepulturas,
en sus estudios.
Logrado triunfo
donde el juego y el tormento,
serán la cuerda estirada
del arco tenso.
II
CASA DE SALUD
Todos estaban como mirando una
vitrina
y cerraban la calle.
Pusieron la camilla y saltó el
enfermero
al interior del coche. La
ambulancia pasaba
a través del tumulto de la
calle nocturna,
pasaba entre portales, aceras
y curiosos
y sumergió sus fuegos dentro
de las tinieblas.
Uniformes, semblantes y calles
titilaban
a la luz de los faros.
La asistente y su frasco de
amoníaco oscilaban.
Empezaba a llover y en la sala
de espera
había un melancólico rumor de
alcantarillas.
Línea a línea entretanto
alguien ennegrecía la hoja del
cuestionario.
Pusieron al enfermo en un lugar
de entrada,
todos los pabellones estaban
ocupados,
hedían en el aire los vapores
de yodo
mientras afuera el viento
soplaba en la ventana.
La ventana abarcaba, en su
solo rectángulo,
un trozo de jardín y unas
hebras de cielo.
Se sintió por las salas,
encerados y túnicas
admitido el novicio.
Súbitamente vio
el leve movimiento de la que
interrogaba,
y entonces comprendió
que no saldría vivo de esta
transformación.
Cuando él, agradecido, miró
por la ventana
detrás reverberaba el muro,
exactamente
como ascua en la encendida
chispa de la ciudad.
Allí en el resplandor brillaba
la barrera,
y allí, entre los reflejos de
la ciudad, el arce
se inclinaba, y curvando su
retorcida rama,
despedía al enfermo con una
reverencia.
Perfectas son tus obras,
Señor, pensó el enfermo,
sólo lechos y gentes, muros,
noche de muerte
y nocturna ciudad.
Oh Dios, tomé la dosis de narcótico y lloro
desgarrando el pañuelo,
se interponen las lágrimas y
no me dejan verte.
Bajo la medialuz levemente
caída
sobre el lecho, me es dulce
admitir que mi suerte
y yo somos regalo incalculable
y tuyo.
Yo siento al terminar en lecho
de hospital.
el fuego de tus manos.
Obra del arte tuyo, me
sostienes y escondes
como anillo y su piedra en
afelpada caja.
(Fuente: literaturafrancesatraducciones)
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