domingo, 18 de octubre de 2020

Jean Cocteau (Francia, 1889 - 1963)

 

 

EL DERECHO Y EL REVÉS [1]

 

Veo la muerte abajo, en lo alto de esta bella edad

donde me encuentro, por desgracia, a mitad del viaje;

la juventud me abandona y he recibido su golpe.

Se lleva riendo mi corona de rosas;

muerte, viva en nuestro revés, compones

la trama de nuestro tejido.

 .

No podemos verte y te notamos mezclada

con los placeres, al amor cuyo calor alado

endurece los corazones, como nieve disuelta;

si bien tus habitantes reposasen en la hierba,

nosotros caminábamos despreocupados sobre la tela soberbia

y, de repente, estamos debajo.

.

Estamos tan cerca de la dulce vida

que solo por la muerte nos alegra,

abre el pasaje y nos deja la mano.

Algunas veces buscamos vencer el misterio,

y por el mismo camino volver a la tierra:

no existe más el camino.

.

Vivos podemos, toda nuestra existencia,

medir la distancia de la tierra al sol

y para no morir urdir preparativos;

leemos un lado de la página del libro;

el otro se nos oculta. No podemos seguir más,

saber qué pasa después.

.

Veo la mar demasiado corta que siempre arrebata

a la orilla un beso para besar la otra orilla;

la mentirosa arregla muy bien esos instantes.

Pronto la imitará mi amante fiel,

buscando en otra parte Abril, como la golondrina.

Voy a cumplir treinta años.

.

¡Treinta años! ¿Me tomáis el pelo? Es la gracia de los mármoles,

el sol de mediodía que cae sobre los árboles,

vuestro andar de treinta años es vuestro primer andar.

Hasta entonces sois una loca semilla;

vais… callaos. Miradme. Bostezo.

No os escucharé.

..

No quiero mentir a quien me engaña,

la rosa de mi corazón separa sus pétalos,

y pese a que aún deba vivir largo tiempo

poco importan el sol y los mármoles griegos;

hasta aquí aprendía la vida; me hiere.

Debo aprender la muerte.

.

Vuestra posada, ¡oh muerte!, no lleva ninguna enseña.

Me gustaría ver, de lejos, un hermoso cisne que sangra

y canta mientras le torcéis el cuello.

De este modo conocería aquello de lo que no dudo:

el lugar donde el sueño interrumpirá mi ruta,

y si debo caminar mucho.

.

En efecto, os acostáis como un ángel níveo,

más que el bronce pesado, más ligero que el corcho,

sobre el amante cuyo espasmo al fin os alcanza[2];

sobre vuestro fuego helado la carne deviene estatua,

pero, a la larga, hace falta, muerte, que me acostumbre

a recibiros en mi cama.

.

Vuestro deseo no conoce ni la edad ni el sexo,

ninguno de entre los más bellos que veja vuestro desdén;

pese a todo, vuestro amor atrae a los amantes.

Vuestro beso, a veces, los venga de una vergüenza,

o bien os acostáis entre los dos, bello ángel,

para oscuras satisfacciones.

.

Mejor que Venus, ¡oh muerte!, habitáis nuestras capas,

paráis nuestros corazones, atormentáis nuestras bocas,

nos cerráis los ojos y nos ensordecéis.

Dais a Venus un rostro ordinario,

porque, hasta donde creo gustaros,

tengo asimismo miedo del amor.

.

Rival de Venus, que me rompa y que me cosa

para siempre en las sábanas donde vuestro ángel me esposa;

que jamás me abandone, soy hijo de rey.

Y, acostado al revés, sintiendo su ala pegada,

me habla de usted, pero jamás me enseña

todo lo que dejo en al derecho.

 

 

 

(Fuente: Ginebra y magnolia)

.

.

 

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