lunes, 19 de octubre de 2020

Eugenio Montejo (Venezuela, 1938)

 

 

MI AMOR

 

En otro cuerpo va mi amor por esta calle,

siento sus pasos debajo de la lluvia,

caminando, soñando, como en mí hace ya tiempo …

Hay ecos de mi voz en sus susurros,

puedo reconocerlos.

Tiene ahora una edad que era la mía,

una lámpara que siempre se enciende al encontrarnos.

Mi amor que se embellece con el mal de las horas,

mi amor en la terraza de un café

con un hibisco blanco entre las manos,

vestida a la usanza del nuevo milenio.

Mi amor que seguirá cuando me vaya,

con otra risa y otros ojos,

como una llama que dio un salto entre dos velas

y se quedó alumbrando el azul de la tierra.

 

***

 

CANCIÓN

 

Cada cuerpo con su deseo

y el mar al frente.

Cada lecho con su naufragio

y los barcos al horizonte.

 

Estoy cantando la vieja canción

que no tiene palabras.

Cada cuerpo junto a otro cuerpo,

cada espejo temblando en la sombra

y las nubes errantes.

 

Estoy tocando la antigua guitarra

con que los amantes se duermen.

Cada ventana en sus helechos,

cada cuerpo desnudo en su noche

y el mar al fondo, inalcanzable.

 

***

 

CEMENTERIO DE VAUGIRARD

 

Los muertos que conmigo se fueron a Paris

vivían en el cementerio Vaugirard.

En el recodo de los fríos castaños

donde la nieve recoge las cartas

que el invierno ha lacrado,

recto lugar, gélidas tumbas, nadie, nadie

sabrá nunca leer sus epitafios.

 

Un alba en escarchas de mármol

y el helado aguaviento

soplando sobre amargas ráfagas,

Alba de Vaugirard, rincón donde la muerte

es una explosión interminable. Piedras, huesos, retama.

¿Quién oía el tintinear de sus pailas

a la sagrada hora del café

cuando son interminables sus chácharas?

¿Qué silencio tan hondo allí suplía

el cantar de uno solo de sus gallos?

 

Muertos de sol, de espacios, de sábanas,

muertos de estrellas, de pastos, de vacadas,

muertos bajo tierra a caballo.

 

Los muertos que conmigo se fueron a París

vivían en el cementerio Vaugirard,

estéril pabellón de graníticas tapias.

¿Qué queda allí de esa memoria

ahora que la última luz se ha embalsamado?

¿Qué recordarán sus camaradas

de sus voces, de sus humildes hábitos?

 

Alba de Vaugirard, niebla compacta,

amistad con que la luna clavetea las lápidas,

¿qué quedó allí de aquellos huéspedes

agradecidos de tanta posada?

¿Qué noticias envían ahora lejanos

a los caídos, a los vencidos, a los suicidas olvidados?

 

Un alba en escarchas de mármol

y el helado aguaviento

soplando sobre amargas ráfagas.

Oscuro lugar donde la muerte

es una explosión interminable

sobre recuerdos, átomos, retama.

¿Qué permanece de tanta memoria?

¿Quién llega ahora a oír sus chácharas

cuando la nieve recoge las cartas

que el invierno ha lacrado? Nadie, nadie

sabrá nunca leer sus epitafios.

 

***

 

 

(Fuente: La parada poética)

 

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