lunes, 19 de octubre de 2020

Eugenio Montejo (Caracas, Venezuela, 1938)

 

 

ACACIAS

 

                              En la gélida noche rugen los huracanes.

                                                            "A Diotima", Hölderlin

 

Estremecidas como naves

acacias emergidas de un paisaje antiguo

y no obstante batidas en su fuego

bajo la negra luz de atardecida

yo miro yo asisto

a este mínimo esplendor tan denso

yo palpo

la intermitencia de las arboladuras

su fuego girante delirante

enmarcadas en un éxtasis grave

como desposeídas lanzadas al abismo

así de grande

en un follaje poblado de sombras agitadas

las miro

frente a la piedad de mis ojos

bajo los huracanes de la Noche.

 

***

 

ADIÓS AL SIGLO XX

 

                                                                 a Alvaro Mutis

 

Cruzo la calle Marx, la calle Freud;

ando por una orilla de este siglo,

despacio, insomne, caviloso,

espía ad honorem de algún reino gótico,

recogiendo vocales caídas, pequeños guijarros

tatuados de rumor infinito.

La línea de Mondrian frente a mis ojos

va cortando la noche en sombras rectas

ahora que ya no cabe más soledad

en las paredes de vidrio.

Cruzo la calle Mao, la calle Stalin;

miro el instante donde muere un milenio

y otro despunta su terrestre dominio.

Mi siglo vertical y lleno de teorías...

Mi siglo con sus guerras, sus posguerras

y su tambor de Hitler allá lejos,

entre sangre y abismo.

Prosigo entre las piedras de los viejos suburbios

por un trago, por un poco de jazz,

contemplando los dioses que duermen disueltos

en el serrín de los bares,

mientras descifro sus nombres al paso

y sigo mi camino.

 

***

 

AMANTES

 

Se amaban. No estaban solos en la tierra;

tenían la noche, sus vísperas azules,

sus celajes.

 

Vivían uno en el otro, se palpaban

como dos pétalos no abiertos en el fondo

de alguna flor del aire.

 

Se amaban. No estaban solos a la orilla

de su primera noche.

Y era la tierra la que se amaba en ellos,

el oro nocturno de sus vueltas,

la galaxia.

 

Ya no tendrían dos muertes. No iban a separarse.

Desnudos, asombrados, sus cuerpos se tendían

como hileras de luces en un largo aeropuerto

donde algo iba a llegar desde muy lejos,

no demasiado tarde.

 

 

(Fuente: La parada poética)

 

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