«La tierra sigue siendo ilimitada…», de Xin Qiji
Versión de Juan Carlos Villavicencio
Pensando en los héroes antiguos en la Torre de la Colina Norte, en Jingkou
La tierra sigue siendo ilimitada como antaño,
pero en ninguna parte se encontrará
un héroe como el Rey que defiende la Costa Sur.
El lugar del canto, la pista de baile,
todas las galantes hazañas han llegado lejos
impulsadas por el viento y la lluvia cegadora.
El sol al inclinarse arroja su rayo al despuntar
sobre el camino de campo sombreado por árboles y cubierto de hierba
donde vivía el Rey Pastor al retomar la tierra antes perdida.
En años pasados,
conduciendo a los caballeros armados,
con una lanza de oro en la mano,
como un tigre, había matado
al enemigo en el Valle Central que cubre más de mil millas.
Su hijo lanzó a toda prisa una campaña en el Norte;
derrotado en el Monte del Lobo, derramó sus lágrimas en vano.
Todavía recuerdo hace cuarenta y tres años
lo próspera que fue la ciudad destruida por las llamas del enemigo.
¿Cómo puedo soportar
ver el santuario del agresor
adorado entre cuervos y tambores como si fuera divino?
¿A quién aún le importará
si un viejo general
es lo suficientemente fuerte como para recuperar la capital perdida?
La tierra sigue siendo ilimitada…
Versión de Juan Carlos Villavicencio
Pensando en los héroes antiguos en la Torre de la Colina Norte, en Jingkou
La tierra sigue siendo ilimitada como antaño,
pero en ninguna parte se encontrará
un héroe como el Rey que defiende la Costa Sur.
El lugar del canto, la pista de baile,
todas las galantes hazañas han llegado lejos
impulsadas por el viento y la lluvia cegadora.
El sol al inclinarse arroja su rayo al despuntar
sobre el camino de campo sombreado por árboles y cubierto de hierba
donde vivía el Rey Pastor al retomar la tierra antes perdida.
En años pasados,
conduciendo a los caballeros armados,
con una lanza de oro en la mano,
como un tigre, había matado
al enemigo en el Valle Central que cubre más de mil millas.
Su hijo lanzó a toda prisa una campaña en el Norte;
derrotado en el Monte del Lobo, derramó sus lágrimas en vano.
Todavía recuerdo hace cuarenta y tres años
lo próspera que fue la ciudad destruida por las llamas del enemigo.
¿Cómo puedo soportar
ver el santuario del agresor
adorado entre cuervos y tambores como si fuera divino?
¿A quién aún le importará
si un viejo general
es lo suficientemente fuerte como para recuperar la capital perdida?
(Fuente: Descontexto)
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