Robert Frost (1874-1963) fue un poeta astuto, dado a la auto-parodia ingeniosa y la implicación irónica, lleno de desprecio por la mayoría de sus contemporáneos y que disfrutaba engañando a los lectores sentimentales haciéndoles creer que entendían sus poemas. Tal vez debido a la poca atención que recibió del público hasta que ya estaba cerca de los cuarenta años, cuando finalmente se publicaron sus dos primeros libros de poesía (La voluntad del niño [1913] y Al norte de Boston [1913]), suspiró hasta el final de su vida por ser el centro de atención. Como destaca William H. Pritchard: «Las dos últimas décadas de su vida fueron las de un hombre cuyas producciones como poeta, por primera vez en su carrera, ocuparon una posición secundaria tras su vida como figura pública, autoridad, institución, emisario cultural.» Las posturas que adoptó Frost al final –en los últimos poemas, así como en su vida– influyeron en detrimento de su reputación entre críticos académicos, que prefirieron la obra más difícil de T. S. Eliot, Ezra Pound y Wallace Stevens al verso pastoral aparentemente directo de Frost, que no exigía la exégesis en la misma magnitud.
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Polvo de nieve
La forma en la que un cuervo
se abalanzó sobre mí
El polvo de nieve
de un árbol de cicuta
le ha dado a mi corazón
un cambio de humor
y salvó una parte
de un día que había lamentado.
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Dust of Snow
The way a crow
Shook down on me
The dust of snow
From a hemlock tree
Has given my heart
A change of mood
And saved some part
Of a day I had rued.
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Extraído de Poetry | Traducción de Juan Arabia | Buenos Aires Poetry, 2022
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