EL ACERTIJO
Tumbado en la cama busco el ángulo, la coincidencia,
el montaje visual que me permita sacar los pies por la
ventana.
De este modo mis pies van a posarse en la pequeña colina de
las amapolas.
Allí permanecen toda la tarde moviéndose acompasadamente
como metrónomos. Los miro
pálidos y delgados.
Recuerdo que no hace mucho entre ellos se repartía
el instinto del vago
que viaja intuyendo las pieles más amables de la tierra,
arena, yerba, polvo, una y otra piedra en medio del río,
y sin extraviarse nunca.
La colina de las amapolas oscurece, recojo mis pies.
En el cielo empiezan las estrellas, numerosas y parpadeantes.
La más brillante y seguramente la más sarcástica
se acerca hasta el filo del tejado:
"Entre nosotras hay un acertijo, un camino
disimulado, el largo camino de regreso a tu casa,
tienes que encontrarlo posando el pie en la estrella
correcta".
En un hospital se confunden las voces propias y las flotantes.
La estrella ha hablado?
Díganle que mis pies han perdido el instinto del vago
y que el acertijo es muy cruel.
Este olor, su otro.
Mi hermana mayor pica perejil
con habilidad que se diría congénita,
y el olor viaja instantáneo a fundirse
con su otro.
Su otro está en una lejana canasta de hierbas de sazón
que bajaba del techo, una canasta
ahora piedra fósil
suspendida
en el aire de nuestra cocina que se acabó.
El perejil anunciaba a mi padre, Don Harumi,
esperando su sopa frugal.
Gracias de este país:
un japonés que no perdonaba
la ausencia en la mesa de ese secreto local de cocina!
Creo que usted adentraba ese secreto en otro más grande
para componer la belleza de su orden casero
que ligaba
familia y usos y trucos de esta tierra.
Los hijos de su antiguo alrededor
hoy somos comensales solos
y diezmados
y comemos la cena del Día de los Difuntos
esparciendo
perejil en la sopa. Ya la yerba sólo es sazón, aroma
sin poder.
Nuestras casas, Don Harumi, están caídas.
(Fuente: Daniel Rafalovich)
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