Los malos tiempos
El verano de 1918
leí La jungla* y La búsqueda
magnífica**. Ese otoño
murió mi padre y mi tía
me llevó a vivir a Chicago.
Lo primero que hice fue tomar
un tranvía hacia los corrales***.
Bajo aquella tarde invernal,
cruda y fétida, caminé
sobre la nieve sucia a través de
escuálidas calles, mirando con timidez
los rostros de la gente, aquellos
que estaban en casa durante el día.
Rostros corrompidos y exhaustos,
mentes hambrientas y saqueadas, rostros
semejantes a los de ancianos
y locos en las salas de hospitales
de caridad. Rostros predadores
de niños pequeños. Y luego,
conforme el turbio ocaso oscurecía
bajo las verdes lámparas de gas,
los rostros de hombres que volvían
a casa del trabajo, algunos aún vivos
con el último pulso de la esperanza o del valor,
algunos ladinos y amargados, otros listos
o tontos, muchos de ellos ya
rotos y vacíos, sin más vida
que el cegador cansancio, peor
que el de un animal agotado.
Por la calle se desangraban
los olores rancios de miles
de cenas de papas y coles fritas.
Me sentí mareado y enfermo, y desde
mi tristeza sentí que crecía
una terrible furia, y desde
la furia una promesa absoluta.
Hoy en día la maldad es limpia
y próspera, pero está
en todas partes, no tienes que
tomar un tranvía para hallarla,
y es la misma maldad.
Y la tristeza, la furia
y la promesa son las mismas.
Trad. Alejandro Bajarlia
*La jungla
de Upton Sinclair (controvertido retrato de las duras condiciones de
vida y la explotación de los inmigrantes en la ciudad de Chicago)
** La búsqueda magnífica de H. G. Wells (fracasos de un hombre que hizo la promesa de llevar una vida noble y digna)
*** Enormes almacenes de la industria cárnica que ocupan un distrito entero de Chicago
(Fuente: Ada lírica)
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