Ignorancia de otoño
Para ignorar, hay que vivir.
Las manos ya se niegan
al testimonio de los días
y las noches paradas.
Maduras
pero todavía no asoman,
amargos, los gajos abiertos
que oculta tu temor.
Aún no ignoras bastante.
Temes el vuelo de ese pájaro
obstinado.
¿Transcurren, pues, las estaciones
o eres tú, tan absorto, el tiempo?
Sabes ya que la lluvia
no importa, que nada vale el plazo
de la espera.
Lo sabes
e ignorar es el alimento
del hombre -el de esta brisa
que no se sabe aire.
Con la siniestra mano
Concededme, dioses, que escriba
con la siniestra mano, pero no
le concedáis destreza. Que ella sola
se afane en enseñarme, que las líneas
que trace sean,
como las rimas, tortuosas;
que una letra pueda leerse,
indiferentemente,
como una alabanza, un vituperio
a vuestros gestos inmortales
de dioses o de diosas;
que los versos inhábil- se entrecrucen
como vuestras miradas y silencios;
y, así, tan lentamente
como vuestras auroras y ocasos,
vaya sumando mundo
esa torpe escritura:
recobrando azul para el cielo
(que no era luz),
y el temblor de las aguas
(del pozo de los pozos), y
en todo, y lo demás, la sed perdida
(en sus cauces nacientes);
y cuando ya mis líneas quiera
enderezarse -ya adiestrada
mi torpe adrede mano-,
volváis los ojos displicentes
para que yo quiera deciros
no sabré con qué mano.
El tiempo se ha posado como un pájaro
El tiempo se ha posado como un pájaro
peregrino y cansado
a la sombra que doy. Ave de alas
abiertas y caídas
ahora, la cabeza inclina, y abre
el curvo pico, ya ciega a la luz
que ahora no mueve rayos.
Igual que un agua que se remansara
cuando, al formar cascada, está cayendo,
o como llama que de arder dejase
al unirse a otra llama, o como aire
que cesa de moverse a medio viento,
así el tiempo, a mitad
de sí mismo, pretende que yo aprenda
a eternizarme -y que me pare un punto
a la sombra que da bajo mi sombra.
En esta lluvia
Os palpé en esta lluvia,
no en el aire,
sino en la tierra, tras haber caído
-entre la hierba fría
y caliente, como una boca
grande y verde que no devora tiempos:
mis manos ahora huelen
a aceite de podrido
y lujuriante azahar (mis dedos,
ya planetas del árbol)
y también a una axila rosa
y al escozor de un vientre
no virgen, tras la lluvia.
Estabais allí tras el agua
-o sea, allí en la lluvia-
como jugando a ser espejos
más que su fibra ambigua,
pero era vuestro el aire.
Cuando te quedas solo, eres espejo
Cuando te quedas solo, eres espejo
de lo que fuiste:
una mañana
contemplada desde el balcón
entornado; unos pasos
armoniosos que no has seguido
para no derramar tu gozo;
unas cuantas palabras
que te cambiaron más que el tiempo;
una mirada que se ahogó
como luz en tus venas;
un viaje que nunca querías
terminar; tu alma ausente
de lo que te esperaba
al quedarte tan solo.
(Fuente: Zenda libros)
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