EL LABERINTO
Por las veredas,
las bailarinas paren un canto que a nada
conduce, salvo
al laberinto.
Las mozas penden, las unas
las otras,
de esa calle rara y carente de embrujos.
Ventea el misterio,
apaga la calle
y hay manchas andando sus lutas esquinas
por momentos: -¡voces!
y el magnolio demacra
y los títeres desangran.
Se percibe el riesgo,
la calle está en negro, y
un cuerpo camina la vía desierta,
entre musgo viejo cadencia
su alma
y a nadie le importa, salvo
al laberinto.
Todo pende de hilos confusos,
todo, alma y destino: -¡como si no
padeciéramos el mismo castigo!
Astrid Fugellie
Libro del mal morir
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