La Iguana de Casandra: Poesía selecta (FCE)
La iguana de Casandra (FCE, 2021) reúne más de treintaicinco años de la obra poética de Miguel Ángel Zapata, uno de los más importantes poetas del Perú. La poesía de Zapata, desde Imágenes los juegos (1987), Lumbre de la letra (1997), hasta Un árbol cruza la ciudad (2019) apuesta por la complejidad de la transparencia, ubicándolo como uno de los referentes fundamentales de la poesía peruana e hispanoamericana actual.
Esta edición contiene como apéndice una selección de luminosos ensayos sobre la poesía de Miguel Ángel Zapata. Entre los ensayistas figuran trabajos de Randolph D. Pope, Rolando Pérez, Rossella Di Paolo, Oscar Hahn, y una entrevista a cargo de Mariza Bafile.
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Selección de poemas | Miguel Ángel Zapata, La Iguana de Casandra. Poesía selecta, Fondo de Cultura Económica/ Ciudad Librera, Lima-México, 2021
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La vela del cuervo
Nadia sabe por qué la ciudad esconde el lenguaje
oscuro de las aves y los muertos.
El cuervo permanece callado, no quiere abrir la
bisagra y dejar salir su luz por la rendija de una
bocacalle.
Más allá del sueño de los cipreses está la sombra de
una manzana verde, la puerta que nos lleva a la
felicidad.
Dicen que la soledad nos llega con la lluvia, y que
la arena de las playas sube como un viejo reloj
hacia las torres derrumbadas.
El vino le habla al fuego, tu perro te mira escribir
y presiente las nubes que lo distraen en el jardín.
El sonido de una nube es como una campanada
de agua.
Nadie sabe por qué la puerta sigue cerrada, y los
pájaros no han vuelto a suceder.
Sólo hay una ventana, y desde ahí se ve a una mujer
con su deslumbrante cabellera trotando sobre un
caballo blanco.
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Cancha de arcilla
(Visión de Gabriela Sabatini)
Vean como se le ve a ella toda de blanco en la cancha de tenis, largos muslos y la transparencia del sol sobre su piel tostada entre sus ojos verdes. Vean como gira la felina, como ataca son imán sus brazos, belleza total su merodeo.
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Amor de paso
Penetrarte como al agua la penetran los delfines sin herirla sin dejar evidencia que no he naufragado por buscarte por perseguirte entre los bares y las luces de la ciudad para llenarte de besos aunque siempre supe que te dejaría como se deja un país o una plaza sin flores que cortar
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Alhucemas para William Carlos Williams
El olor a limpio a través de la ventana, alhucemas sahumando el paisaje de la casa, golpes de máquina dando forma al poema de los yates, al mundo que rebota exhausto en la flor del sahumerio. Al sonar las campanas, las aguas verdes flotan y entra un olor a limpieza por la ventana, las ideas con el salmo de los dioses: flores amarillas cambiadas por cortinas blancas, el sol que se opaca en la tarde, la jarra de cristal donde leo estos versos luego de alumbrar un nuevo niño: el temor de caer con el mundo, me refugio en las hojas de los pobres, en los hospitales solitarios, en tu cintura, tus rodillas, en la hierba que crece hasta tus tobillos.
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Mi caballo se ha quedado sin estrellas
Mi caballo se ha quedado sin estrellas. En la noche ya no levanta la cabeza para leer el firmamento ni tampoco corre libremente sin temer el desfiladero. Por primera vez ha sentido el vacío que otorga la tinta a los olvidados, y galopa con el hocico babeante por la enramada. Mi caballo ya no relincha como antes, el amor le ha carcomido la mente y los nervios. Su pelaje vuela con el viento mientras pasta bajo el sol o camina entre la niebla de la ciudad, y espera y espera el regreso del gran fuego para que lentamente lo depure.
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El puente de Brooklyn
(primera visión)
Hoy dejó de ser invierno por un día.
Los cables de acero se volvieron tulipanes
de primavera, y el río turbio se calentó con
las muchachas que bajaban en bicicleta a
divertirse en la ciudad. Ni el río ni el cielo
tenían apuro: la algarabía del vino crecía con
el sol y el deseo un largo y complaciente baguette.
El río bebe con el cuervo la penúltima copa de vino
tinto. Una mujer de cabello castaño largo dictaba
un poema al violeta del sol, y el río se trepaba sin
remedio hasta mis ojos descolgados.
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Montreal
Una cruz flota contra la noche. Las luces rojas y el aire fresco abren la felicidad de mañana. Se doblan los edificios entre los árboles y se encienden los faroles en las avenidas. Siempre en lo alto el viento baja a rozar sus ojos verdes, la mano que atesora un milagro en la madrugada. Allá voy pronto a la cima para no cavar más una tumba en el aire. No más leche negra ni grieta en los violines. La cruz flota y la neblina sombrea los pastos del cielo. La noche comienza con el dedo que palpa el huracán.
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El aire
A Robert Bly
Bienaventurado el canto que viene del aire articulado, el laúd que recoge las sílabas del alma y las dispone para nosotros sobre los campos.
De ahí a cosechar la selva, en el mar o en la ciudad la pupila de la voz como un oboe enamorado. Sin la música el aire no calienta, no circula el agua en su centro, el cristal no se ve en la fuente.
Bienaventurado el canto del sinsonte, los globos de los niños en un día de sol cayendo libremente por las plazuelas, los veleros se pierden tras las olas se marchan, nunca dejan huella sobre la arena.
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Poesía Perú | Buenos Aires Poetry, 2021
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