HAINUWELE (frag.)
Si estuvieras un día fuera de ti solamente sabrías
lo intensa que es la muerte.
Si estuviera sin ti la muerte solamente una noche
no se despertaría el oso blanco
de la aurora.
Poco sabes de ella pues se esconde en tu risa justo cuando se apaga.
Si en ese mismo instante mirases como miran las garzas
verías cómo de mi pecho se cuelga cada tarde
para mamar un resto de amapola.
Luego se duerme en mi vientre y espera
tu abrazo y mi delirio.
La beso entonces con ternura.
Es tan blanca que apenas puedo saber cuándo se ausenta.
La muerte de la que hablo es mi muerte.
Ella no existe en nada
de lo que veo: el rocío alimenta
los cuerpos que se pudren y nacen en la aurora
otros, iguales o distintos.
Sólo aquello que tiene nombre muere.
Mi nombre es la máscara que llevaré por ti
en la danza.
Cuando al fin me la arranquen
estaré tan desnuda
que ni siquiera tú podrás nombrarme.
Existiré entonces en todo lo que veo,
naceré del rocío,
ciega, igual y distinta en cada aurora.
Digo «el tiempo transcurre»
porque recuerdo la flor amarilla
en el tallo desnudo que el viento balancea.
La sombra de un ciruelo cubre ahora su sombra
y yo me invento el tiempo para poder dormir y no arder en tus
labios.
Cuando dance, Señor, seré contigo
la flor, la savia y la semilla,
todos los nacimientos y todas las imágenes
y todo lo que ahora distingo por su sombra,
y en aquel gesto que presiento largo
como nueve crepúsculos,
será contigo este presente eterno
en el que nada puede ser nombrado.
Será mi danza, Señor, el reflejo
de la luna apresada en los guijarros
del bosque.
de Hainuwele y otros poemas
(Fuente: Ada Lírica)
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