MONTAN MONTAÑAS
En el macizo de He'kwong
las montañas ya nacen arracimadas.
Innumerables pendientes.
Son tantos los monjes que, a través de varias generaciones
han intentado asentarse en su territorio indomable
que hay miles de ellos
alojados acá y allá
precariamente
en esas laderas.
Son vidas en desnivel
¿Quién sabe cuánto ha incidido esa condición
en las extrañas construcciones filosóficas de los monjes
de He'kwong?
"Es necesario lograr la absoluta quietud del espíritu
para superar la quietud de las montañas."
De ahí que "montar montañas"
no es sino el principio rector de sus sistemas.
No se trata, tampoco, de que las montañas
anden cabalgando por ahí.
Hablamos de lentitudes más que milenarias.
Sus espíritus, en cambio, cuando lo logran,
son más inmóviles que las bestias gigantes de roca
que "los transportan".
En cambio, en Zechiang, los Wu se han mantenido hostiles
al mundo hostil que les tocó habitar.
Ahí las montañas son apilados de rocas
y todo está siempre más o menos en movimiento.
Roca a roca, de momento a momento.
Desde hace unos miles de años
los Wu intentan formar el ejército que necesitan
para invadir las fortificadas tierras planas de K'wei.
El único animal con el que cuentan para ello
es el Yang, la cabra formidable de los riscos,
el más asombroso equilibrista.
Son animales -aparte de numerosos-
a los que ningún ángulo, ningún derrumbe,
ningún capricho de la gravedad
pone en jaque.
Sus movimientos, mínimos hasta lo inconcebible,
los mantienen invictos y erectos de juventud a vejez.
Frugales.
Se dice que viven tres años con una mata de pasto
Rumiando con ancestrales sabidurías de la especie.
La provisión de agua, en cambio, nunca
ha sido un problema, lluvias y cascadas
pueblan su mundo.
Lo cierto es que los Wu no han logrado
la domesticación de la cabra montañesa
-todavía.
A pesar de dedicarle a ello sus más inteligentes
energías.
Algún esporádico éxito no ha traído
más que escenas que bordean (ahí todos son bordes,
la mayoría de las veces filosos), lo patético.
El jinete llega a montarse en la cabra maniatada,
pero esta permanece totalmente inmóvil
durante días, semanas y meses.
El instinto imbatible de estos animales
es guardar el equilibrio.
Nunca un grito, un arrebato, una destemplanza.
La cabra montañesa puede estar parada
sobre una piedra del tamaño de una naranja
que a su vez se menea siguiendo las reglas universales
de la gravedad, la masa y los planos inclinados,
por tiempos inefables.
En Kwen Lun, una comunidad de monjes
sumamente tenaces
-tienen mucho tiempo, tienen voluntades de hierro-
está dedicada desde hace unos pocos milenios
al propósito de armonizar a las nubes
con las montañas.
Ese, dicen, es el medio de transporte
que le espera a la humanidad
en el más allá lejano
al que están seguros de arribar algún día.
Cuando logren hacer que las nubes
arrastren en sus movimientos
-con esa delicadeza que roza lo indescriptible-
a las obcecadas montañas
-esas endogámicas que no quieren apartarse
ni un milímetro de mami (y es un hecho constatable
que muy pero muy raramente una de ellas
abandona para siempre su comunidad)-
estas se dejarán llevar en su propio Nirvana.
"Convencer a las nubes" es el sustrato de la convicción
de los monjes de Kwen Lun.
Algún viajero lo ha descrito como
"el non plus ultra de los viajes."
En cambio los Lei Tao, consideran que las montañas
son una rara variación del género animal.
Gracias a ello viven en armonía con la realidad
imperante.
Han decidido -ya hace mucho tiempo- respetar
los hábitos extremadamente conservadores
de los animales-montaña:
"tal vez esperan una orden, tal vez tienen miedo,
tal vez saben algo".
"Esperamos. Cuando ellas quieran,
en manada o solas,
comenzar a desplazarse,
iremos con ellas."
Los pájaros, a todo esto,
aun el más minúsculo saltarín de los matorrales,
¿cómo podrían evitar engendrar
la más intolerable especie de esperanza?
(Fuente: Idiomas Olvidados)
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