En la casa de un muerto
Imaginarlo
sin el propósito de establecer una escena póstuma,
una escena del crimen;
sin método, sin cálculo de su parte:
la madera de la mesa se había puesto así,
envejeció sola, de manera confusa,
en parte tiempo, en parte ácidos, grasa, sales diversas
–la del sudor de su mano incluido–,
el sol, sobre todo, que daba
en ese ángulo todas las tardes, poco antes
o después, según el solsticio,
sin que le importara, sin que lo pensara;
la madera de la mesa en que había apoyado el libro,
el vaso, el cenicero suvenir, cascado:
no biografía, no un mensaje,
y de todos modos signos, como sus facturas, otros papeles,
las pantuflas también desgastadas, una mancha de tinta
o pintura o betún o carbón en el costado.
¿Con otro propósito? ¿Con cuál?
Las cosas escriben hasta que se dispersan también:
no lo ignora el agonista, y opta por corregirlas,
hacer que vivan por él un momento más,
que lo representen
después de ido,
adecuarlas, o dejarlas correr,
que hablen solas
o no hablen, o digan nada.
Ejemplo: esas gotas que aún patinan
sobre el enlozado del lavatorio.
incluido en Ritmo (nº 24, mayo de 2015, UNAM, México).
(Fuente: Asamblea de palabras)
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