martes, 6 de julio de 2021

Elaine Vilar Madruga (La Habana, 1989)

 

 


Safo abandonada



Ella abrazó la disonancia.

Sus huesos rugían en la incredulidad.
No supo cómo,
pero todas las playas del mundo se le convirtieron
en un cuenco vacío.
Debajo de ella:
                               las legiones de mi signo,
mi nuca diluviante.
Pero había buscado la disonancia
en esas otras leyendas
de los huesos,
y lamió todo el fango y la violencia,
y los nidos de los insectos que jadeaban.
Había buscado las pandemias desmedidas.
Prefirió todo a estar junto a mí
en esta costa de Lesbos donde yo
                                                         (sólo yo)
fui la incrédula,
tonta mujer de poesías
que escribió sobre el escorzo de sus huesos,
una mañana antes de dios:
                            ella abrazó la disonancia y los escudos.

Sobre el polvo escribí mis torceduras,
pero qué puedo saber yo de la leyenda:
soy sólo esa mujer que se esconde
en los huecos de las costas siempre iguales,
todavía tengo la ingenuidad entre los párpados
para escribir del aliento de bestias fabulosas.
Ella eligió la incoherencia.
Eligió amar los telones desconocidos
donde se extendió como una sombra sin mesura.
Escogió la blasfemia y el desorden,
—tenía los dedos más hermosos de esta tierra—
pero qué puedo saber yo,
                                                mujer que canta
                                a ese nombre que todos olvidaron,
qué puedo saber yo
si cargo con una ignorancia de diez milenios,
si fue suya otra costa, y otros hijos, y otra manera de ver el mar,
y un signo para desnudar los ojos de los monstruos.
A mí me tocó quedarme entre estas piedras
con una taza de polvo en los dedos:
                                                      escribiendo.

Ella eligió por mí, por lo imposible.

Hoy, amante mía,
                            diluvias
en la raíz acorralada de las hambres.
Yo también escogí ser la mujer,
la esclava de Lesbos y la espada,
la Reina que atrapó las melenas de la muerte
con un peine ancho como la tierra.

A veces soy todavía Safo.
Otras,
                       la noche.
Casi siempre el silencio,
                                la gota jadeante.
A veces soy Safo.
                            Poeta.
                                           Y Maldita.
Mujer que llora.
Cuándo dejaré de ser yo.

                                                                             24 de diciembre, 2011

~
 
 

Tigres de Blake




William Blake hablaba sobre un tigre.
Se me adelantó más de un centenar de años.
A mí, los tigres me fascinan,
sobre todo aquellos que describió Willie
con minuciosa lengua sobre las páginas.
La asimetría me parece cosa inconstante,
pero aun así siento la perversidad del tigre de Blake,
su doble llamado en el desgarro,
las manos colocadas en la boca.
Willie gritaba esas cosas que son el privilegio de los dóciles,
el tigre se abría de panza para enseñarle las entrañas marchitas.
Qué podría saber Blake de los tigres.
Imaginaba hambres oscuras,
arrodillarse ante sus ubres y mamar la leche delatada,
qué podría saber Blake de los mamíferos rayados,
aunque los llamaba como nadie más supo,
como quien le grita al vecino por un pedazo de pan,
un gramo de azúcar,
la sal necesaria para implicarse los dedos.
Willie llamaba a los tigres
con extrañas ramificaciones de hambre.
Se me adelantó dos siglos y tantos años más.
Tomó una distancia intolerante,
me escupió la ignorancia de no saber,
                                                               hasta hoy,
con cuánta verdad llamaba a los tigres,
les cerraba los ojos,
les limpiaba los colmillos.
Blake sabía tantas cosas:
me obligó a amar a los animales desnudos,
a temer a dios,
a besar los ojos de la bestia.

                                                                                  22 de junio, 2011

***
 

Punto de Partida - UNAM
 
 
(Fuente: La comparecencia infinita)

 

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