Brotes
Desde la niñez, sabemos que hay anchos espacios deshabitados
dentro nuestro, algo así como puntos de fragilidad
donde el sufrimiento tiende a concentrarse hasta que explota,
donde nada puede ser sembrado ni crecer
sin terminar devorado por las alimañas
o enfermar. Un árbol puede sentir cuál es el brote,
entre todos los suyos, en el que van a ensañarse las plagas,
cuáles no van a sobrevivir, cuáles no tienen
la fuerza necesaria. Cuanto más conoce
sus flaquezas, más amor les reserva porque sabe,
de esa manera cierta
e inexorable que sabe la materia, que no se puede dejar
librado a su suerte a lo que ha sido puesto en el mundo
para alimento de una vida más potente,
más decidida a seguir adelante
de la manera que sea. Si el amor nuestro
pudiera también depositarse
en la falla propia y ajena, en la parte lastimada que no es
apta para la supervivencia, podrían desprenderse de nosotros
-como pestes que encontraron su remedio- la violencia
que volcamos sobre lo que no puede defenderse,
la cobardía con que aceptamos como natural
la prepotencia del más fuerte.
En Poesía de Necesidad y Urgencia (2024)
(Fuente: Nicolás Aused)
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