lunes, 16 de mayo de 2022

Pedro Antonio González (Coipue, 1863-Santiago de Chile, 1903)

 

de "asteroides" 

 













 
 
I

Los muertos son ya quimeras.
espectros mudos, pasivos,
y entre tanto muchos vivos
son bandidos y rameras.

Ten, pues, los ojos abiertos.
Sube armado tu agria falda:
¡los que marchan a tu espalda
son los vivos, no los muertos!

 ~

XII

¡Oh Cosmos gigante que el ámbito pueblas
de soles y mundos que incuban tus nieblas!

Los ínclitos sabios la Vida interrogan
cuando ellos a solas contigo dialogan.

Dialogan contigo porque ellos son Reyes
cuyo astro de Oriente son todas tus Leyes.

¡Son todas tus Leyes la Estrella que marca
el vasto sendero de tu ínclita barca!

~

XV

Tu talle en mis sueños se yergue y se cimbra.
Tu voz en mis sueños se argenta y se timbra.

Tú alegras de nuevo mi lira de plata
que el cántico alado de nuevo desata.

De allá del Oriente venía una Musa
flotando en un rayo del alba difusa.

Hundióse mi lira, cuando ella no vino
allá en el silencio de allá del camino.

Por ti, solamente, como antes de ahora.
de nuevo mi lira saluda la aurora.

Quién sabe si acaso también tú te alejas 
y en otro silencio sumida la dejas.

¡En otro silencio que sea de muerte,
de modo que nadie después la despierte!

~

XIX

Sacerdote que manchas con los ojos
clavados en la tierra, donde pisas:
en la tierra que hartaste de despojos;
¡en la tierra que ahogaste de cenizas!

Parece que temieras que su seno
te devolviera el eco de tus pasos
en alas del estrépito de un trueno
cuyo rayo te hiciera mil pedazos.

Cuando tu mano trémula bendice
parece que sintieras en ti mismo
¡que Dios desde la altura te maldice
y que ríe Satán desde el abismo!

~

XXVII

¡Cuántas veces, cuántas veces
ya el acíbar de la vida
no ha colmado mi medida
con las heces de sus heces!

¡Me da ya remordimiento
ser siempre mañana y tarde,
sólo un ludibrio cobarde
al torpe compás del viento!

¡Es muy triste la batalla
que a mí me impone la suerte!
¡Yo sostengo un duelo a muerte
hasta contra la canalla!

¡Detesto y odio la vida!
Envidio al que a un tiempo mismo
sobre el puente del abismo
¡es asesino y suicida!

~

XXIX

Apoyo la cabeza en mi antebrazo
y de homérico júbilo me inundo.
Veo, al fin, en las heces de mi vaso
como un náufrago ruin flotar el mundo

¡El mundo es ya un cadáver! Él se escombra
dejando el rastro funeral del miasma.
No es ya más que el sarcasmo de una sombra,
no es ya más que la sombra de un fantasma.

¡El mundo es ya un cadáver! Puesto, entonces,
que yo no cupe en él, ni él en mi cupo,
y él siempre a traición me hundió sus bronces,
¡Justo es que yo lo escupa, y yo lo escupo!

~

XXX

A veces lloramos. A veces reímos.
Y así de año en año tejemos tas horas.
Y así viviremos en tanto morimos,
quizá si tras pocas o muchas auroras.

Mas cuando arribemos al último día
podrá por lo menos al fin consolarnos
que es ya nuestra débil, postrer agonía
¡lo más que la muerte tendrá que arrancarnos!

~

XXXII

Embriaga mis extáticos sentidos
la ardiente ondulación que se levanta,
al compás de tus rítmicos latidos
debajo de tu mórbida garganta.

Tras los encajes de la gasa leve
que tus senos de virgen medio encubre,
yo entreveo dos copos de la nieve
que torna en manantial el sol de octubre.

~

XXXIX

Siento que mi pupila ya se apaga
bajo una sombra misteriosa y vaga.

Quizás cuando la luna se alce incierta
yo esté ya lejos de la luz que vierta

Quizás cuando la noche ya se vaya
ni un rastro haya de mi sobre la playa.

Parece que mi espíritu sintiera
las recónditas voces de otra esfera.

No se quien de este mundo al fin me llama
de este mundo que no amo y que no me ama.

~

XL

¡Poeta!—sé tu cruel melancolía.
Sé que no hay otra que con ella alterne.
Se que ella en torno tuyo, noche y día,
como un fatal crepúsculo se cierne.

¡Poeta!—¡Mira la explosión del campo!
—De cada lago, como fresca nube,
de cada otero, como ardiente lampo,
el vasto hosanna de la Tierra sube!

En derredor de ti todo se mueve.
En derredor de ti trabaja todo.
¡Es la obra del Sol sobre la nieve,
la hirviente espuma que fecunda el lodo!

Todo estremece el aire que tú absorbes.
Todo en él su equilibrio por fin halla.
¡Es la obra de Dios sobre los Orbes,
la inmensa Vida que en lo inmenso estalla!

Sé que alzaste a una virgen himnos sacros.
¡Sé que encontraste que la virgen era,
rotos ya sus falaces simulacros.
solamente una cínica ramera!

¡Una ramera imbécil que hizo alarde,
ante la santidad de tu cariño,
de la ruin puñalada que cobarde
clavó en tu hermoso corazón de niño!

¡Pero también yo sé que tu alma olvida
que si se hunde en el fango alguna estrella,
ella ya para Dios está perdida,
y que Dios pasa por encima de ella!

***

 

 

 Sus mejores poemas. Santiago de Chile: Nascimiento, 1926.
 
 
(Fuente: La comparecencia infinita)

 

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