domingo, 3 de enero de 2021

Legna Rodríguez Iglesias (Camagüey, Cuba, 1984)

 

 


Una isla rodeada de filología por todas partes

 

 

Ahora. Mismo. Hay. Un hombre leyendo Paradiso,
de Lezama, y Corrección, de Thomas Bernhard, a la vez.
Los lee quieto, sin que el hecho de leer constituya adaptación.
Tiene la garganta enferma, le dan escalofríos de noche.

Se fue de Cuba. Vive en Miami Beach.
Que no es Miami, pero ideológicamente sí.
Sus lecturas simultáneas forman parte de algún virus.
Miel para la garganta, duralginas y miel.

Al contrario de la duralgina le preocupa la novela
de Lezama: solo he conseguido llegar al tercer capítulo.
Le he dicho que abandone Paradiso, que continúe
con Thomas. Me responde que no abandonará.

Cada mensaje de texto mide unas pocas bimembres:
El lector-simulador sirviendo descafeinados.
Al rato me refiero a Cuba como: una isla
rodeada de filología por todas partes.

Según el lector enfermo ese podría ser
el título de mi próximo libro.
Hablamos. Por escrito. Durante
media hora sobre el lenguaje.

Él piensa que, a diferencia de Thomas
Bernhard, Lezama Lima es lenguaje.
Yo pienso que, a diferencia del lenguaje, Thomas
Bernhard es lenguaje. Lezama es filología.

 

 

 

El punto cubano

 

Estuve días soñando con los muertos que más quiero.
Soñé con todos mis perros que se murieron de noche.
Soñé con todos aquellos que se murieron de hambre.
Yo tuve un perro llamado Mickey Mouse como el ratón.
Ese murió envenenado en el patio entre las matas.
Se comió todo el veneno que mi papá le había echado
a las más de cien millones de cucarachas que había.
Soñé con un hemofílico que fue mi novio en primaria.
Teníamos siete años y nos queríamos mucho
pero él se murió chiquito porque su sangre era mala.
Soñé con todos los gatos que me comí sin saberlo.
Era un período difícil, papá tuvo que matarlos.
Venía con esos gatos descuerados en su bolso
y le decía a mi abuela que eran pollos o conejos,
y mi abuela simulaba que eran pollos o conejos,
y mi madre simulaba que eran pollos o conejos,
y yo solo me comía la carne deliciosísima
con harina de maíz o con boniato picado.
Soñé con mi abuela mora más de cien días, más días
de los que nunca he soñado con cualquier cosa querible.
Soñé también con mi abuelo, el cascarrabia español
que me crió y me llevaba a la escuela en un caballo.
El esposo de la mora, pero no moro. Galicia
fue la tierra de su madre, otra vieja cascarrabia.
Se llamaba Angel Iglesias Novoa, para servirle.
Usaba un sombrero alón igualito al de Camilo.
Camilo fue un héroe bueno que mataron por reírse.
El avión donde ellos iban se cayó por Camagüey.
Desde entonces en octubre echamos flores al mar.
Pero en verdad lo mataron con un disparo de gracia.
En mi sueño casi nada parecía tener lógica.
Era lógico mi sueño, pero no que lo soñara.
Yo estaba muy temblorosa, quiero decir, en el sueño.
Debía decirle al hombre lo que venía a decirle.
Un hombre que había sido más comunista que Marx
y más marxista que Marx cuando Marx era un buen tipo.
Que todavía lo era, más comunista que el muro
antes de ser derribado, mucho más que cualquier muro.
Ese hombre era mi abuelo pero en el sueño era solo
un hombre súper extraño mirándose los zapatos.
Toda la noche frotando los zapatos con betún.
Así pasaban los hombres sus noches y sus mañanas.
Frotándolos con un paño embarrado de betún.
A mí me gustaba eso, yo también froté los míos
para ir a la escuela limpia y lustrada, con mi abuelo.
La del sueño no sabía cómo enunciar el mensaje.
La de afuera que era yo no la podía ayudar.
¿Cómo le digo a mi abuelo que una tarde parí un yankee?
¿Sentados en otomanes y llorando en octosílabos,
frente a una pared vacía a la que da el sol de frente?
En otra época el sol me parecía un insulto
y las paredes, por Dios, eran hombres sin vergüenza.
Entonces mi abuelo dijo: ¡si serás desvergonzada!
A lo que yo interrogué: ¿no querrías conocerlo?
Después la tarde siguió hacia un sendero de dudas.
Es solo un ser diminuto, su mollera sigue abierta,
amar a un hermoso yankee no será nunca traición.
¿Cómo le digo a mi abuelo que una tarde parí un yankee?
Que no fuenaturalmente sino cesárea de urgencia
porque su ritmo cardíaco empezó a disminuir
y el obstetra entró de pronto y me dijo: hay que sacarlo.
¿Cómo le digo a mi abuelo que el niño nació en Miami
y que vivirá en Miami y que crecerá en Miami
y que no hablará español, sino espanglish, un idioma
de bárbaros, de campeones, de familias de emigrantes.
¿Cómo le digo a mi abuelo que me he vuelto una emigrante?
Entonces mi abuelo dijo: tráeme a tu hijo, vejiga.
Y yo le traje a mi hijo envuelto en mi propia blusa,
desnudito, dormidito, en el sueño hacía aire.
Mi abuelo tomó al muchacho por los pies, dándole vueltas,
yo gritaba horrorizada, yo me iba a morir del susto.
Si sobrevive, es mi nieto, dijo mi abuelo mareado.
El muchacho abrió los ojos un par de veces, ¡me muero!
El muchacho estaba vivo y tenía tanta hambre
como los perros aquellos con los que tanto he soñado.
Lo acerqué a mi seno duro y el niño empezó a mamar.
Mamaba como un león medio muerto medio vivo.
Mamó hasta que se durmió de nuevo dentro de mí.
¿Cómo se llama mi nieto? y luego me desperté.

7 poetas cubanas (Nara Mansur, Coord.) | Buenos Aires Poetry, 2021 |


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