viernes, 21 de febrero de 2020

Velimir Jlébnikov (Rusia, 1885 - 1922)





Yo no sé si la Tierra gira o no,
depende de si cabe la palabra en un renglón.
Yo no sé si fueron mi abuela o mi abuelo
monos, como tampoco sé si prefiero lo ácido o lo dulce.
Pero sé que quiero bullir y que quiero que el Sol
y la vena de mi mano una común tremor.
Pero quiero que el rayo de la estrella bese el rayo de mi ojo,
como un ciervo a otro (¡oh, sus bellos ojos!).
Pero quiero creer que cuando yo tiemble
en un temblor común se una el universo.
Pero quiero creer que hay algo que queda
cuando la trenza de la amada sustituya, por ejemplo, por el tiempo.
Quiero sacar del paréntesis el factor común
que nos une a mí,
el sol, el cielo y el polvo perlado.




Los elefantes se golpeaban con sus colmillos
de modo que parecían piedra blanca
bajo la mano de un artista.
Los ciervos entrelazaban sus cuernos
de modo que parecía que los uniese
un antiguo matrimonio
con mutuos arrebatos y mutua infidelidad.
Los ríos desembocaban en el mar
de modo que parecía
la mano de uno sofocando el cuello de otro.




El hambre

¿Por qué saltan por el bosque liebres y venados,
y se alejan corriendo?
La gente se ha comido la corteza de los álamos,
de los abetos los brotes verdes...
Mujeres y niños recorren el bosque,
las hojas de abedules van juntando
para schi, okroshka y borsh 30 ,
copas de abetos y líquen plateado,
selvático alimento.
Los niños, exploradores de la selva,
deambulan por la espesura,
asan gusanos blancos en una hoguera,
flores silvestres, gruesas orugas,
o grandes arañas, más dulces que las nueces.
Cazan topos, lagartijas grises,
matan con flechas culebras sibilantes,
cocinan panes de atriplex,
y mira cómo persiguen
mariposas por el hambre.
Ya una bolsa entera han juntado.
Hoy habrá sopa de mariposas,
mamá la cocinará.
A una liebre que recorre
el bosque a saltos leves
la miran los niños como en sueños,
como una visión del mundo claro
la observan embelesados
con grandes ojos, santos de hambre,
sin creer que sea cierto.
Pero huye como ágil fantasma,
negra la punta de su oreja entre los pinos.
Lanzan una flecha que no la alcanza;
¡es tarde,
se esfumó la comida abundante!
Pero los niños quedaron encantados...
“¡Miren, ahí voló la mariposa!...
¡Agárrenla y corran! ¡Y esa, celeste!...”
Sombrío, el bosque. Llegó corriendo el lobo
desde lejos
al lugar donde el año pasado
devoró un cordero.
Mucho tiempo dio vueltas como un trompo,
sus lados curvos, olfateando todo el lugar,
pero nada había quedado —trabajo de las hormigas—
solo unas secas pezuñas;
afligido, apretó las costillas grumosas
y huyó del bosque.
Gallos lira cejirrojos y urogallos
de vientre gris,
dormidos bajo la nieve,
aplastará con su pesada pata,
cubierto por una nube de nieve...
Un rojizo zorro vaporoso
se trepó a un tocón como una meta
y quedó pensando, afligido:
¿No es mejor ser un perro?
¿No es mejor servir al hombre?
Hay muchísimas redes extendidas,
acuéstate en cualquiera.
Es peligroso, te comerán
como se comieron a los perros.
Y el zorro empieza a lavarse con las patas,
cubierto por el rojo velamen de su cola.
Una ardilla rezongaba:
“¿Dónde están mis nueces y bellotas?
¡No soy una santa, también tengo hambre!”
Silencio.
El aire es transparente.
El pino y el álamo se besan.
Quizás mañana los talen para el desayuno.




(Fuente: Eterna Cadencia)

No hay comentarios:

Publicar un comentario