Poema para ser escrito en el espejo
Ni Homero ni Dante,
ni Catulo o Safo,
ni Li Po, Tu Fu o Wang Wei,
ni Basho ni Kobayashi,
ni Góngora ni Quevedo,
ni Goethe o Blake,
ni Whitman,
ni Rimbaud,
ni Baudelaire,
ni Huidobro o Paz,
ni Lorca,
ni Vallejo.
Lo sé cuando camino por la acera
y resbalo por la lluvia o el hielo,
cuando caigo boca arriba
y todas las miradas se fijan en mí;
lo sé cuando limpio las vitrinas,
cuando sirvo una copa,
cuando llevo la bandeja
y escucho el chasquido de los dedos,
los siseos, las llamadas;
lo sé cuando me miran con desprecio, con burla o con
encono,
cuando tomo la libreta
y apunto cada una de las órdenes
y “sí señor, ahora mismo, desde luego”;
lo sé cuando quiebro la vajilla,
cuando friego los platos,
cuando me corto los dedos
con los bordes de las cajas de cartón;
lo sé cuando doblo la espalda para barrer el suelo,
para recoger una por una las colillas,
las servilletas, las gomas, los caramelos;
lo sé cuando vuelvo a casa de madrugada
y camino liberado por los parques desiertos,
cuando caigo sobre la cama
como un árbol recién talado
y sueño con bandejas, con vajillas,
con familia;
lo sé cuando despierto
y en medio del sopor también lo olvido;
lo sé cuando estoy una vez más frente al espejo
y veo mi rostro casi familiar
pero más bien desconocido;
lo sé cuando tomo
como la primera vez
mi lapicero
y escribo los primeros versos
sobre mi cuaderno:
Yo soy el mejor poeta del mundo,
sólo es el mundo el que aún lo ignora.
(Fuente: El hombre aproximativo)
como la primera vez
mi lapicero
y escribo los primeros versos
sobre mi cuaderno:
Yo soy el mejor poeta del mundo,
sólo es el mundo el que aún lo ignora.
(Fuente: El hombre aproximativo)
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